Al cuarto día subimos al tercer piso el señor Francisco, María, Selene y yo, entonces inicié a mostrarles cada habitación. La biblioteca quedó en el mismo lugar, pero mucho mejor puesto que ya tenía alfombras, plantas, cortinas y la mesa grande reconstruida, el cuadro que había allí lo puse en la sala cerca de la chimenea. La segunda habitación la convertí en una habitación de huéspedes, el señor Francisco me miró con asombro, ambos sabíamos que en aquella casa nunca iban haber huéspedes. Cuando llegamos a la tercera habitación me acerqué a él y lo despojé de su corbata y se la ceñí en los ojos, lo tomé de una mano y entramos en ella, cuando ya estábamos allí le dejé ver, y en el momento en que la vio ya su rostro no reflejaba la amargura de antes, esta vez había paz y felicidad.
- Esta habitación la reconstruí para usted. Le dije, entonces en ese momento dejó de mirar la sala y me dio un abrazo, alzándome unos centímetros del suelo y girando conmigo en el aire.
- Gracias, es uno de los mejores regalos que me han dado. Me dijo cuando ya estaba en el suelo.
- ¿Y qué siente ahora que está en este lugar? Le pregunté, y en ese instante sus ojos me miraron con amor.
- Siento paz y esperanza, ahora no solo me llenas a mí sino también cada rincón de esta casa, cambiaste todo lo viejo y doloroso por tu amor y felicidad.
- Dios todo lo puede cambiar y renovar. Dije mirando alrededor.
- Entonces a Él le adoro porque te puso en mi vida para cambiarla y renovarla.
Cuando dijo eso sentí una satisfacción enorme en mi alma.
Todos querrán saber en qué convertí esa habitación que al señor Francisco le causaba ahora un sentimiento de paz y libertad; es ahora una sala de arte con toda clase de cuadros, en especial los favoritos del señor Francisco pues yo sabía lo mucho que le gustaba el arte en especial el contemporáneo.
El balcón que había en el pasillo lo renové como un lugar de descanso con una hermosa vista y con una gran variedad de rosas y flores. El señor Francisco estaba muy feliz, pues ya no quedaba ni el menor recuerdo de Esmeralda, pero la casa tenía mis huellas, por todas partes como él mismo lo dijo: - Si algún día te vas, tendré que irme de esta casa o quemarla porque cada rincón de ella tendrá siempre tu recuerdo. Ese día, él y yo nos quedamos toda la tarde en el balcón, riendo, jugando y haciéndonos felices el uno al otro.
- Ana ¿Por qué no te conocí antes de todo esto, antes de Esmeralda? Me preguntó recostado en el suelo con la cabeza sobre mis piernas
- Creo que en ese entonces yo no había nacido. Respondí en medio de la risa
- ¡Oye, no soy tan viejo! Replicó frunciendo el ceño mientras me observaba reír.
- Lo sé, pero en ese entonces yo era una niña.
- No importa, yo te hubiese amado y te hubiera esperado.
- Sí, y mis padres lo hubieran apartado de mí a escobazos por enamorar una niña. Dije mientras ambos soltábamos la carcajada.
Cuando llegó el atardecer, ambos estábamos sentados el uno frente al otro, yo estaba comiendo un par de uvas cuando el señor Francisco me miró con amor profundo, y en medio de la felicidad me dijo: - Ana, quiero casarme contigo.
Cuando escuché esto mi corazón latió rápido y fuerte, pues no lo creía, me entró un miedo sobre dos cosas, uno: sabía que aún no era la voluntad de Jesucristo que nos casáramos, y dos: la reacción que él tuviera con lo que yo le iba a decir. Y añadió - Yo jamás había sido tan feliz como lo soy ahora junto a ti, por eso quiero estar contigo todos los días de mi vida, y aunque en este momento no tengo un anillo solo quiero saber tu opinión.
Era obvio que él esperaba una respuesta positiva de mi parte, pero yo no podía casarme con un hombre que aunque me amaba seguía causando daño al mundo
- Usted sabe que yo lo amo, pero por encima de usted está el amor que tengo por Jesucristo, y él nunca me dará la aprobación para casarme con un hombre… que sigue causando daño sin temor alguno.
Su rostro cambió totalmente, la alegría que sentíamos en ese momento se desvaneció, pues ese momento solo era un sueño y ya era hora de aceptar la realidad. Se levantó para irse, yo intenté hablarle, pero él siguió con más velocidad y se encerró en su despacho, ese día no lo volví a ver.