Me quedé allí por dos semanas, cuando no estaba en mi iglesia, estaba recorriendo las calles. Nadie sabía quién era yo y a nadie se lo dije, recuerdo que un hermano que conocía se me acercó
- Dios la bendiga. Me dijo
– Amen; les respondí, me iba a preguntar algo más pero me retiré, sabía que si me acercaba mucho a mis hermanos, ellos lo notarían y se darían cuenta de quién soy.
Un domingo después del culto me quedé a orar, el pastor de la iglesia se acercó y cuando lo vi me incorporé, me saludó y me preguntó mi nombre, cuando iba a responder alguien me llamó
- Ana. Cuando volteé a mirar vi a Selene, entonces salí de allí.
- Ana, es hora de volver, el señor está desesperado y si viaja sabes el riesgo que corre. Me dijo mientras caminábamos.
Solo caminaba sin pronunciar una sola palabra, así que ella siguió
- Desde que volviste casi no come, ¿sabes?... ya no bebe porque no quiere que tú lo encuentres ebrio. Ana, él cree que lo olvidaste, ni siquiera lo has llamado y cuando María volvió sin ti casi enloquece.
- Aun no puedo volver. Dije
- Volverás conmigo ahora. Replicó.
- Lo siento mucho Selene, pero no volveré, no por ahora.
Cuando dije eso me sujetó de un brazo, ambas paramos de caminar
- Ana, no estoy jugando.
Me solté y le dije:
- No voy a volver todavía, y si me obligas haré un escándalo y revelaré quien soy, esto es un pueblo y en un minuto habrá policías por todas partes.
- Tú no le harías eso al señor Francisco.
- No. Pero si me obligas ten por seguro que no lo dudaré; nadie sabe quién soy yo, solo me quedaré unos días más y luego volveré a España.
Se quedó en silencio, así que le dije
- Dile al señor Francisco que pronto volveré.
Continúe mi camino mientras ella se quedaba atrás, y ya no la volvía a ver.
Pasadas dos semanas, en una mañana soñé con el señor Francisco y pensé en lo mucho que estaría sufriendo por mi demora, pero me sentí también sin ordenes ni discusiones, tenía de nuevo mi libertad para hacer lo que me gustaba, y fue tanta la satisfacción que no presté atención a mis pensamientos y continúe; oraba en la mañana y en la tarde caminaba por las calles de mi pueblo recordando y llenando mi alma de felicidades pasadas, ya cuando comenzaba a decaer el día iba a adorar a mi Dios, solo quería estar cerca de mi Cristo y de mis recuerdos.
Una noche, mientras leía la Biblia, por un movimiento involuntario que hice, las paginas se pasaron por accidente y quedé en la primera página donde estaba la dedicatoria que el señor Francisco me había hecho cuando me regaló la Biblia, desde allí comencé a sentir que algo me faltaba, y era obvio puesto que no podía vivir de recuerdos toda mi vida; pero yo no lo entendía, no en ese momento, entonces comencé a orar pidiéndole a mi Dios que alejará ese sentimiento, no quería volver, pero esta vez era mi Dios quien me pedía que volviera, era evidente que todo esto era parte de un propósito que Jesucristo tenía para conmigo y el señor Francisco, ahora entiendo porque cuando me estaban subastando el señor Francisco estaba allí, por algo nunca pude escapar de él, por eso el señor Francisco se enamoró de mí y yo de él; porque aquí el verdadero escritor de esta historia es Jesucristo. Si el mundo se dejara guiar por mi Dios no pasaría lo que nos pasa, un ejemplo claro es mi vida, si me hubiera dejado guiar por Cristo, Camilo jamás hubiera entrado a mi vida y nunca hubiera sufrido tanto, el señor Francisco y yo nos hubiéramos conocido de una forma diferente. Pero como mi madre decía: los “hubiera” no existen y las decisiones que tomamos en nuestras vidas es lo que nos hacen ser lo que somos, tal vez tomé malas decisiones, pero le di la cara a las consecuencias que acarrearon, y lo mejor de todo fue que me hizo más fuerte y más valiosa gracias a mi Dios.
Y cuando logré entenderlo tomé otra decisión, pero esta vez guiada por mi Cristo; llamé a la mansión, María me contestó.
- María, soy yo, Ana. Le dije
Recuerdo que me contestó - Alabado sea el Señor. Con una voz como de cuando se recibe una noticia buena en medio de un caos
- Dile al señor Francisco que en un par de días regreso a España.
No le dije nada más porque temía que de pronto tuvieran intervenidos los teléfonos de la casa.
Al siguiente día viajé para la capital y busqué un boleto de avión que me llevaría lo más rápido a España, esa misma noche viajé; me costó mucho separarme de mi país, cada minuto que pasaba esperando en el aeropuerto pensaba en no viajar y quedarme en mi país, pero también pensaba en el daño que le estaba haciendo al señor Francisco y la decepción de mi Cristo sino le obedecía; cuando me estaba subiendo al avión miré por última vez mi tierra.