Pasaron los días y era como si yo no existiera, entonces comencé a sentirme como un mueble arrumado en aquella casa, inútil y despreciable.
Una semana después no lo soporté más, estaba en la cocina y observé que María le iba a llevar el almuerzo.
- Yo se lo llevo; le dije.
Le arrebaté la charola y me dirigí hacía el despacho
- Pero él no quiere. Me dijo ella
- Ya estoy cansada de esto. Susurre mientras salía de la cocina.
María tocó la puerta
- Es el almuerzo; dijo ella, entonces la puerta se abrió, pero entre yo, a lo que me vio salió de prisa llamando a María, y yo salí tras él; María apareció tras escuchar los gritos del señor
- ¿Qué parte de “llévame tú la comida” no entendiste? Le dijo con arrogancia.
- Ella no tiene la culpa. Lo interrumpí
- Habló la defensora de los mártires.
- Sé que le hice daño con mi demora en Colombia, pero ya basta. Dije
Él se volvió a mirarme, y yo seguía con la charola en las manos.
- Quiero que solamente María me lleve la comida.
- Ya basta de este juego estúpido, estoy cansada de que usted me ignore todos los días como si yo no existiera.
- Si no te gusta debiste quedarte en Colombia.
Cuando lo escuché dejé caer la charola, él me observó y a lo que percibió que me había ofendido regresó a su despacho, le ayudé a María a recoger la charola y luego subí al tercer piso, entré en la biblioteca y me encerré, cerré las cortinas y me quedé en la oscuridad; solo pensaba y oraba a mi Dios “como pudo decirme eso, no sabe lo que me costó dejar mi país y mi pueblo para volver al lado de él” me decía
No sé cuánto tiempo pasó, pero luego sentí que tocaron la puerta, era María para que bajara a cenar
- No tengo apetito; le respondí, me dijo algo más pero no la escuché.
Después de varias horas me dormí sobre el sofá; ya entrada la noche el señor Francisco me despertó, María estaba con él, no sé cómo entraron.
- Ana, levántate y ve a tú habitación. Dijo él estrujándome un brazo
- Quiero quedarme aquí. Respondí volviendo a cerrar los ojos.
- Ve a tú habitación. Replicó
- No. Contesté intentando volver a dormir.
- Cuando se es huésped en una casa, se hace lo que el dueño dice. Me dijo.
En ese momento abrí mis ojos de inmediato; no lo podía creer. Lo miré, me levanté y bajé a mi habitación. Ya no pude dormir pensando en lo que me dijo, y de tanto pensar llegué a una conclusión, él no soportaba mi presencia por eso quería que yo me fuera, entonces comencé a empacar; era una huésped, podía irme cuando yo quisiera.
Muy de mañana bajé con un morral a mi espalda y de tenis, me despedí de María, ella no estaba de acuerdo, pero aun así me iba a marchar aunque no tuviera a donde ir. Cuando estaba en la reja los guardias no me dejaron salir porque no había una orden del señor.
- Pregúntenle al señor Francisco que yo puedo irme cuando quiera; les dije.
Uno de ellos fue al despacho y minutos después salió el señor Francisco.
- ¿Qué haces? Me preguntó con seriedad.
- Me voy, usted anoche me dijo que soy un huésped en esta casa, y un huésped se puede ir cuando le dé la gana, y no se preocupe que no me llevo nada, el pasaporte falso, los documentos y las tarjetas de crédito que usted me dio, los dejé en la sala.
Me volví hacia la reja esperando que se abriera, reflejaba orgullo y soberbia, aunque por dentro sentía ganas de llorar porque no me quería ir, pero no lo demostré.
- ¿Y a dónde irás? Tú no tienes familia, y legalmente estas muerta. Me dijo con tono de altivez, como queriendo decir que yo dependía de él.
Entonces me giré para mirarlo
- Es verdad, pero eso no será por mucho tiempo. Le dije con una sonrisa irónica
- ¿Y en serio crees que al presentarte a las autoridades creerán que eres Ana Valenzuela? Tus huellas han desaparecido del sistema.
- Yo jamás dije que me presentaré a las autoridades de este país.
- ¿Así? ¿Y cómo planeas volver a Colombia, si no tienes dinero? Me preguntó.
- Eso es algo que a usted no le importa, impórtele que yo salga de su casa, de ahí para allá solo me debe importar a mí.
- Muy cierto Ana, por fin nos ponemos de acuerdo en algo. Me dijo cruzando sus brazos.
Mandó abrir la reja, solo escuché que María y Selene le preguntaban si en serio me iba a dejar ir.
Cuando vi que la reja se abrió y él no hizo nada para detenerme pensé que no sería capaz de seguir, pero no me eché para atrás; cuando salí a la carretera María me alcanzó.
Tomé. Me dijo entregándome un rollito de dinero
- ¿él lo manda? Pregunté
- No, es una parte de mis ahorros. Dijo ella
- No puedo aceptarlos.
- Usted los necesita más que yo. Me dijo y luego me dio un abrazo, y me dijo al oído - pronto estarás aquí de nuevo
- No lo creo. Contesté mientras mis ojos comenzaban a llenarse de agua salada.
- Pues yo sí. Dijo, y miró al cielo, luego regresó a la mansión; entonces le puse la mano a un autobús que me llevó hasta la ciudad.
Él me había dejado ir y la verdad es que no esperaba menos, había dejado de amarme; no sabía qué hacer y lo único que se me ocurrió fue llamar a Colombia con el dinero que me dio María, pensé en llamar al policía que se interesó en mi caso, si hablaba con él era obvio que al principio no me iba a creer, así que le diría toda la verdad; pero no denunciara, después de todo seguía amando al señor Francisco aunque él había vuelto a hacer el mismo hombre de antes y a lo mejor ya no se retiraría de la compañía.