Estuve dos días en cerrada, pero al tercer día dejaban la puerta sin cerrojo, pero no tenía permitido salir; me sentía tan sola que una mañana me levanté y me senté hablar con los guardias que el señor había puesto en el pasillo para que me vigilaran; les pregunté cómo estaban y me respondieron que muy bien, uno de ellos era muy simpático y me enseñó una foto de su familia, vivía con su esposa, su madre y tenían una pequeña hija muy hermosa. Le pregunté que si les gustaba trabajar aquí, pero ambos se quedaron callados, así que para romper aquel silencio dije algo chistoso; uno de ellos rio, pero el otro lo regañó.
- ¿Por qué lo regañas? Reírse no está prohibido. Le Dije
Ellos se miraron el uno al otro.
- ¿O sí? Pregunté asombrada
Uno de ellos me hizo seña diciendo que sí
- ¿Quién lo prohibió? Pregunté en voz baja
- El señor Francisco, desde que usted se fue él no quería ver a nadie sonreír por los rincones de la casa.
Me sentí culpable, no solo yo estaba en esta situación sino toda la casa; en ese momento salió el señor Francisco de su habitación
- Ella no tiene permitido estar fuera de la habitación. Les dijo a los guardias
Entonces me levanté, iba para el tercer piso cuando me sujetó por un brazo
- ¿Escuchaste bien? Me dijo
Me solté sin decir una palabra y continúe caminando por el pasillo
- Llévenla a su habitación, ahora; le dijo a los guardias.
Cuando lo escuché corrí y me encerré en la sala de arte, le eché cerrojo y puse una mesa grande contra la puerta, ellos intentaron abrirla, pero no pudieron; el señor Francisco les dijo que tumbaran la puerta, pero que yo debía salir de allí; cuando la estaban tumbando abrí la puerta del norte que da al balcón y bajé al jardín por una tubería, cuando ellos abrieron la puerta yo ya estaba en el jardín con los perros, corrí a la puerta principal y en ese momento bajaba el señor Francisco dirigiéndose a mí, me sujetó por ambos brazos y quedamos muy cerca el uno del otro, sus ojos me estaban mirando como la vez de la playa; lo miré a los ojos y después miré sus labios; cuando él percibió que yo lo veía me soltó y los guardias me llevaron de nuevo a la habitación; él no quería verme por la casa, pero tampoco quería que me fuera. Así que decidí jugar su juego; cundo él estaba en la casa me quedaba en mi habitación y cuando no, subía al tercer piso y en las noches cerraba la puerta de mi habitación con cerrojo; sino quería verme yo menos a él, al menos eso quería hacerle ver.