En la mañana me levanté, hablé con mi Dios y luego bajé a la cocina; María me preguntó qué había pasado entre Cesar y yo, pero no quise responderle, pues quería pasar el día como si no hubiese sucedido nada.
Después de desayunar salí al jardín y me senté en el césped con uno de los perros, el señor Francisco se sentó a un lado
- ¿Ahora puedes decirme que fue lo que pasó anoche entre tú y Cesar?
- No fue nada, solo una discusión. Respondí
- ¿Una discusión? ¿Y por una discusión le disté una bofetada? Ana, tu solo respondes con violencia cuando te atacan.
- No fue nada.
En ese momento llegó María con el teléfono en la mano, Cesar quería hablar conmigo, y aunque yo también quería hablar con él, me sentía herida y si lo hacía, podríamos lastimarnos de nuevo. Así que no quise tomar la llamada; María me miró con el rostro lleno de preocupación
- ¿No es nada, y no quieres ni hablar con él? Me dijo el señor Francisco.
Me levanté y subí a la biblioteca; el señor Francisco estuvo todo el día fuera de la casa, y el resto del día estuve leyendo mi Biblia y mirando la foto de mis padres.
En la noche cené en mi habitación, y cuando me acosté aún no había llegado el señor Francisco.
Esa mañana del 11 de octubre siempre ha sido la misma para mí, aunque estaba a kilómetros de distancia de mi hogar, nunca pude sentirme diferente, sentía como si la muerte de mis padres hubiese sido aquel mismo día. Pues ese día me recordaba la tristeza más grande de toda mi vida. No quise desayunar, subí a la biblioteca y me encerré allí; unos minutos después subió el señor Francisco
- Ana, sé que este es un día muy triste para ti, pero debes comer algo.
Para que pudiera irse tranquilo a trabajar le sonreí
- Esta bien, pero ahora más tarde. Le dije
Me sonrió, me dio un abrazo y un beso en la frente. Cada vez que recordaba aquel trágico día, lloraba y me sentía sola y huérfana; las horas comenzaron a correr y el mediodía llegó junto con el señor Francisco, subió al tercer piso y entró en la biblioteca.
- Ana, levántate, vamos almorzar. Me dijo con voz seria
- Quiero estar sola por favor.
Me tomó de una mano y trató de levantarme, mi enojo comenzó a subir, y halé con fuerza
- Quiero estar sola. Le dije subiendo un poco la voz
- Ana, ya no sé qué hacer.
- Pues no haga nada. Contesté
- Estás insoportable. Dijo, y salió de allí.
En la noche comí y dormí en un sofá de la biblioteca.
Al siguiente día me levanté algo tarde, y cuando bajé a desayunar estaba Cesar en el comedor con el señor Francisco
- Buenos días; dije pasando de largo por un lado de ellos.
Entré a la cocina y desayuné allí.
Cuando terminé de desayunar fui al jardín. El señor Francisco y Cesar se quedaron en la sala, desde el jardín se escuchaban sus risas y el susurro de sus voces. Comencé a jugar con los perros mientras recordaba a mis padres; después de unos minutos ambos salieron al jardín y voltearon a mirarme
- Adiós. Dijo Cesar.
- Hasta luego. Contesté sin mirarlo.
Entré en la casa y subí a mi habitación, minutos después Cesar se fue y el señor Francisco entró en mi habitación
- Ana ¿Por qué eres tan orgullosa? Me preguntó
- ¿Y me lo dice usted? Contesté
- Sí, te lo digo yo, porque se supone que tú me estás dando ejemplo a mí, y lo único que veo es que estas siendo orgullosa con Cesar solo por un error que cometió.
- Usted no sabe lo que sucedió entre él y yo.
- Si fuera por ti, jamás lo hubiera sabido, pero Cesar me lo dijo y también sé que está arrepentido. Te hizo daño, pero más daño te he hecho yo y me has perdonado, ¿por qué entonces no perdonarlo a él?
- ¡Ya basta!, quiero estar sola.
El señor Francisco salió de allí y no volvimos a hablar en todo el día. Pensé que a lo mejor si estaba siendo injusta con Cesar, pero aún me dolían sus palabras.
Al siguiente día volvió Cesar y después del desayuno pidió hablar conmigo asolas. Así que fuimos al jardín, el señor Francisco se quedó en el despacho. Ambos nos sentamos en una silla, pasaron unos minutos y ninguno pronunció una palabra. Así que para romper el silencio él inició.
- He cometido un error muy grave contigo Ana, y es que de verdad te he juzgado mal, a ti y al señor Francisco; hace dos días cuando él estuvo en mi casa averiguando lo que sucedió entre nosotros, vi en sus ojos que de verdad te ama, le pedí disculpas a él y ahora te las pido a ti. Cuando te conocí me gustaste ¿y a qué hombre no? Pero después de un tiempo sentí que no era correspondido, y cuando salí de esta casa mis sentimientos por ti se desvanecieron, lo que siento ahora por ti Ana, es cariño de un hermano, pero me preocupa saber que no soy correspondido una vez más.
Hubo un silencio entre los dos. Solo pensaba en lo que me dijo y sentí que era tan cierto como el calor del sol. Quería abrazarlo pero me sentía mal, porque yo también había actuado de manera irracional.
Al ver el que yo no daba ninguna señal, se levantó; y cuando vi que se iba lo sostuve de una mano