Enamórate de mí

2

Despertó gritando y con la frente bañada en sudor. El sonido de aquella bestia atacando se escondió en lo más profundo de su cabeza aunque lo hubiese escuchado desde la distancia. Con nerviosismo miró hacia todos lados y bufó, la maldita oscuridad se metía en los ojos cual basura en el aire, bloqueaba por completo el sentido de la vista. Negó con la cabeza antes de taparse la nariz y la boca con una mano. Apestaba a animal muerto y a vómito. Al tratar de ponerse de pie, sintió algo pegajoso lleno de brumos embarrando su mano. El asco la recorrió.

—Oh, por favor. ¿No pudiste vomitar hacia otro lado, Daniela? —susurró Beatriz mientras, a falta de papel, se limpiaba la palma de la mano en el pantalón. Con calma se dio la media vuelta para apoyarse en ambas manos y levantarse del suelo—. Maldita sea, Bruno —se quejó—, acordamos dejar una linterna cerca.

Agachada, Beatriz palpó despacio el suelo con la esperanza de encontrar algo que le ayudara a desgarrar la oscuridad, sin embargo la madera del suelo fue lo único que sus dedos sintieron. Irritada se irguió una vez más, agachó la cabeza como si tuviera la capacidad de ver más allá de la negrura a su alrededor. Antes de volver a inclinarse se remojó los labios e hizo un gesto con la mano, acariciaba algo que no podía tocar.

—Tienes suerte de tener anosmia, Dani, porque la mierda huele mejor que este lugar. 

Beatriz empezó a caminar entre la oscuridad con paso seguro; aunque no podía ver nada, confiaba en que el tacto de sus pies le sirviera como guía, solo debía ser prudente y no elevar demasiado los pies, de esa manera podría detectar obstáculos o irregularidades en el suelo sin que estos la derribaran.

Dudaba haber llegado a la mitad de la habitación cuando se topó con una textura diferente en el piso. Era ligeramente rugosa, pero plana en su totalidad. Se inclinó doblando las rodillas para tomarlo con las manos, descubriendo que se trataba de una hoja de papel. Si eso estaba ahí, supuso que, si podía confiar en Bruno tan bien como siempre, la linterna y un bolígrafo debían estar cerca también.

A toqueteos exploró el piso, logró detectar la linterna a escasos centímetros de donde estaba la hoja de papel, justo arriba. La encendió con tranquilidad. Estaba más nerviosa porque esa criatura volviera a aparecer frente a Daniela que frente a ella, porque Daniela era mucho más vulnerable, y de tratarse de un ser demoníaco, era la víctima perfecta.

Leves quejidos comenzaron a sonar, diminutos y lejanos, débiles. Sin girarse entendió que Daniela estaba por despertar, así que debía apresurarse antes de que ella se diera cuenta de su presencia en la habitación. Eso podía causarle un shock. Tomó el bolígrafo con prisa y escribió algo en la hoja de papel, después apuntó la linterna —cuya luz comenzaba a tornarse naranja y débil por falta de batería— en dirección de la pared más lejana, debía encontrar la puerta rápido.

Estaba a la izquierda, cerrada. Intentó memorizar el camino mientras la luz aun funcionaba, dejó la linterna en el suelo y, antes de empezar a avanzar hacia la salida, la apagó. Su caminar fue más rápido que el anterior ahora que había visto que no tenía obstáculos. Cuando llegó a la puerta la abrió lo suficiente como para que una persona delgada pudiera pasar sin abrirla por completo y corrió. 

Segundos más tarde, Daniela abrió los ojos.




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