Por un segundo pudo más el desconcierto que su conciencia, incluso pensó que estaba ciega y estuvo a punto de gritar. Cuando su mente empezó a recordar los eventos pasados, sintió un vuelco en el estómago. Debía salir de ahí antes de que esa cosa que intentó devorarla volviera. Al apoyar su peso en el cojín donde se desmayó para levantarse descubrió, con un nudo en la garganta y un creciente pánico, que ese objeto estaba recubierto de pelo. Entendió que no se trataba de un cojín, sino de un animal muerto.
Las lágrimas le brotaron de los ojos de forma involuntaria. No iba a quedarse ahí sin hacer nada, tenía que encontrar así fuese a rastras una salida de aquella habitación. Moverse entre las tinieblas sin saber las cosas que estaba escondiendo podía resultar peligroso, así que se tiró al suelo y se arrastró despacio.
Anduvo a paso lento e inseguro, palpando con cada detalle para formar en su cabeza una imagen que le sirviera de orientación. No estaba segura de cuánto había avanzado cuando, tal vez en un golpe de suerte, su mano derecha se topó con un duro objeto alargado. Daniela extendió el brazo en su búsqueda desesperadamente hasta que logró sujetarlo con fuerza, lo acercó a su cuerpo y lo acarició hasta identificarlo. Sonrió al entender que se trataba de una linterna.
Luego de un clic, el halo de luz que nacía de la linterna reveló que justo donde Daniela había perdido la conciencia, se encontraban los restos de lo que parecía un animal salvaje que había sido degollado a mordidas. Las moscas, negras cual aceitunas y tan grandes como una moneda, revoloteaban a su alrededor mientras que otras se alimentaban de la putrefacción.
El nudo en el estómago de Daniela se acrecentó. Jamás había agradecido tanto de padecer anosmia como en ese instante. Un vistazo fue suficiente para que ella tuviera el deseo de no saber nada más, de apagar la linterna y quedarse sumergida en la oscuridad. Pensó que, si el resto del lugar era al menos igual de malo que lo recién visto, no podría soportarlo. A pesar de ello, Daniela se mordió el labio inferior antes de emitir un suspiro. Debía ser fuerte y resistir lo que sea que se ocultara en la negrura si deseaba encontrar una salida.
Empuñó la linterna con ambas manos temblorosas y recorrió despacio con el halo de luz la totalidad del cuarto. El piso estaba sucio, las paredes manchadas con sangre que sin lugar a dudas perteneció al animal de antes, y el techo cubierto de moho. Había varias ventanas rodeando la habitación que eran protegidas por barrotes oxidados, además de estar cubiertas por papel periódico que impedía el paso de la luz. ¿Por qué alguien se molestaría en hacer algo así?
Se removió en su lugar para tratar de levantarse del suelo e investigar mejor, al hacerlo, distinguió un par de objetos que llamaron su atención: un bolígrafo y un trozo de papel con algo escrito:
Vamos a salvarte, solo sigue nuestras instrucciones. No salgas de la habitación hasta mañana.
Beatriz y Bruno.
Esos nombres… ella conocía esos nombres, zumbaban en su interior como si hubiesen pasado toda la vida juntos, pero sus rostros le aparecían negros y difusos en la mente. ¿Qué debía hacer ahora? ¿Obedecer la nota o ignorarla y escapar? No podía recordar quienes eran ellos dos, amigos o enemigos, por lo que decidió dejarla en el suelo. Al levantar la vista distinguió la puerta. Era negra, pequeña y estaba entreabierta. Era su oportunidad de escapar.
Se levantó de suelo tan rápido como pudo a pesar de que todavía sentía dolor en las piernas pero, cuando estuvo a punto de correr para huir de la habitación, se contuvo; miró hacia la puerta con suspicacia. Ya había descubierto que se encontraba a solas en la habitación, pero la nota en el suelo que le pedí no salir demostraba que no lo estuvo hacía mucho tiempo y ahora la puerta estaba ahí frente a ella, sin protección ni vigilancia. Tal vez la habitación la mantenía más segura de lo que pensó al principio.
Tras emitir un suspiro y apretar la linterna con ambas manos, caminó desconfiada a paso lento hacia a la salida. Apenas logró divisar el exterior, un sonido la puso en alerta. Había alguien afuera. Al acercarse más a la puerta, el grito se le escapó de la garganta y regresó a la habitación a trompicones luego de cerrar la puerta de un empujón. Había cuatro personas a lo largo del pasillo, todas muertas.
Al llegar al extremo opuesto de la habitación se sentó en el suelo y apagó la linterna. Todo su cuerpo temblaba. De pronto la oscuridad no parecía ser tan mala. Apoyó la cabeza sobre las rodillas mientras abrazaba la linterna contra su pecho y se soltó a llorar suplicando por ayuda. Una vez más se sintió agotada, ajena a sí misma y de pronto, perdió la consciencia.
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Editado: 04.11.2019