Enamórate de mí

13

Ni siquiera habían terminado de asimilar la nueva situación cuando un disparo resonó en la lejanía. Beatriz se puso de pie. El paciente recostado detrás del escritorio empezó a gritar. Daniela no estaba segura de lo que estaba escuchando, mucho menos de por qué de pronto se sentía invadida por tanto miedo, pero Bruno tenía una explicación.

—Llegaron antes de lo pensado y van a matarnos si nos encuentran —le contó Bruno a Beatriz. Daniela solo alcanzó a escuchar murmullos incomprensibles de una voz masculina—. Debemos salir de aquí.

—¿Y a dónde iremos? —preguntó Beatriz. Daniela pudo escucharla resonar en sus tímpanos de forma clara. Parecía provenir de su lado derecho, incluso pensó que si estiraba la mano, podía tocarla.

—A mano izquierda y al final del pasillo hay escaleras que conducen al primer piso. Por ahora lo primordial es llegar ahí, mientras más lejos estamos de los malditos que vienen a «limpiar la escena» —dijo Bruno—, tendremos más oportunidad de escapar. Ahora sal.

—¿Y las provisiones?

—Llévate solo agua y poca comida —intervino Daniela. Tanto Bruno como Beatriz se paralizaron al oírla. Su voz destilaba seguridad y confianza, la misma que le habían robado los científicos—. El resto déjalo cerca del escritorio. No hay que dejar rastro de que estuvimos aquí.

 Sin detenerse a protestar, Beatriz se llenó los bolsillos del pantalón con chocolates, tomó una botella de agua de uno de los refrigeradores que acomodó en el gorro de su sudadera, rellenó el espacio sobrante con algunos panes y lo amarró con el lazo que colgaba de él antes de volver a ponérsela. Estaba algo pesada, pero no le estorbaría para correr si fuese necesario.

Preparados para salir, Bruno, Beatriz y Daniela emitieron un suspiro. El peligro seguía ahí afuera, latente y a la espera de que se descuidaran en lo más mínimo; sin embargo, ahora que la conexión entre ellos se había reestablecido, se sentían protegidos. Juntos era lo suficientemente fuertes como para ponerle fin a la pesadilla esa misma noche. Beatriz sujetó la linterna con fuerza. Bruno se concentró en el camino que los sacaría de ahí. Daniela sintió una palpitación en el pecho.

El rechinido de la puerta al abrirse cortó el silencio del exterior. Beatriz asomó la cabeza precavidamente, y linterna en mano, iluminó el camino. Estaba despejado, así que salió a paso tan rápido como el dolor le permitía avanzar. Por fortuna, el pasillo que llevaba a las escaleras era mucho menos largo que el pasillo del piso anterior. Una vez en el lugar, se detuvo en seco. Había un hombre al final de las escaleras. Una especie de payaso.

—Él no parece científico ni paciente —susurró Beatriz mientras se apartaba de las escaleras y se escondía detrás de la pared. Apagó la luz—. ¿Creen que sea peligroso?

—No para nosotros —respondió Bruno. Había un dejo de tranquilidad en su voz que inquietó a Beatriz—. Tiene a uno de esos malditos psiquiatras en las cloacas. Él solo vino a aplicar justicia, así que podemos mantener la calma.

Beatriz asintió, sin embargo, antes de que pudiera dar un paso hacia las escaleras, Daniela le pidió que se detuviera. Beatriz estaba segura de que ella no podía entender aun lo que Bruno decía, así que decidió ser intermediaria entre ambos en voz alta. La reticencia de Daniela a que se moviera no solo dejó perpleja a Beatriz, sino también a Bruno.

—No me importa quién sea, no estamos para confiar en nadie —dijo Daniela angustiada—. Hay que mantener la distancia.

—Bruno dice que solo es un payaso. Debemos confiar y avanzar rápido —intervino Beatriz insegura de a quién obedecer.

—No es «solo» un payaso. Es un payaso que tiene secuestrado a alguien en la cloaca de un hospital psiquiátrico que está a punto de ser destruido sin piedad —protestó Daniela temblorosa y asustada. La desesperación en la joven llegó hasta Bruno, quien, igual que Beatriz, decidieron hacerse a un lado para que Daniela tomara el control. Después de todo, ellos habían nacido para hacerla sentir a salvo—. Mantendremos distancia —sentenció Daniela.

Beatriz asintió. Bruno guardó silencio. Al asomarse una vez más hacia las escaleras y ver que el sujeto se había marchado, Daniela retomó el andar de Beatriz con una mayor duda en la cabeza, misma que Beatriz compartía con ella: ¿quién era ese payaso y por qué Bruno lo conocía?




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