Bruno abrió los ojos despacio, con una expresión de seriedad en el rostro. Ladeó la cabeza y observó hacia Mateo, quien permanecía dormido a su lado. Frunció el ceño. Ese sujeto no iba a interferir en sus planes. No había sacado a Daniela del hospital psiquiátrico para llevarla a ese lugar sumido en el infierno para nada.
Apenas había conseguido sacarle la idea que los malditos psiquiatras le habían metido en la cabeza, eso de que él y Beatriz eran un peligro para ella y que necesitaba ayuda para deshacerse de ellos, y la había desintoxicado de los medicamentos que le dieron, como para que ahora apareciera ese sujeto a alejarla de su lado. Eso no lo iba a permitir. Empuñó las manos y bajó la vista hacia las piernas de Mateo. Se veían tan frágiles, que si las golpeaba con un fierro o una rama gruesa, podría rompérselas, así se quedaría atrapado en las cloacas para siempre.
—Bruno. —Escuchó la voz de Beatriz llamarlo—. Tenemos que hacer algo.
Giró la cabeza hasta observarla, estaba sentada justo a su lado, tan real que si extendía la mano, podía tocarla. Los médicos decían que eran alucinaciones, que él era un psicópata y Beatriz una borderline, pero ellos dos sabían que estaban equivocados. No era alucinaciones, no eran una psicosis, eran reales.
—Deshacernos de él, es evidente —dijo Bruno al tiempo que regresaba la atención hacia Mateo—. Este tipo no se va a entrometer con nuestros planes. Daniela volverá a ser nuestra. Volverá a ser mía.
Beatriz se relamió los labios y se puso de pie. Caminó hasta Mateo, se inclinó frente a él para acariciarle el cabello; estaba cubierto de tierra, además dejaba una sensación de suciedad en los dedos. Beatriz ladeó la cabeza.
—Matarlo solo aterrará a Daniela y quién sabe cómo reaccionará. Se ha vuelto impredecible de nuevo —comentó Beatriz—. Ella está recordando lo que pasó. Su visita con los psiquiatras, la necesidad que tenía de librarse de nosotros. Si llega a recordar por qué nos temía, volveremos al principio y traerla aquí no habrá servido de nada.
—¿Entonces qué sugieres?
—Que seamos inteligentes. Debemos refrescarle la memoria hasta antes de que empezara a temernos, hacerle creer que ese miedo no era más que una manipulación de los psiquiatras. —Beatriz se acercó a Mateo y acarició su cabello con los labios, después bajó lentamente hasta besar su frente—. Y no te preocupes por este chico, el ipthanor se puede hacer cargo.
Bruno desvió la vista de Mateo. Él no estaba tan seguro de dejar que el ipthanor se hiciera cargo, por el contrario, tenía más el deseo de rebanarle el cuello él mismo para evitar que se aproximara a su amada, más ahora que estaba acercándose a ella y tenía la oportunidad de recuperar ese amor puro que vivieron.
Un leve quejido brotó de Mateo al mismo tiempo que mecía la cabeza con una expresión de dolor en el rostro. Estaba despertándose y no era conveniente que descubriera que la persona que reposaba a su lado, no era la misma dulce y noble mujer que lo había rescatado del encierro al que el payaso lo sometió, sino un hombre que ardía de celos con su sola presencia.
Bruno cerró los ojos y, con discreción, permitió que Daniela tomara la luz una vez más. La joven no se percató del actuar de Bruno y Beatriz, tan solo despertó con una sensación pesada en la cabeza, ajena a la situación. Estaba nublada, débil. Ladeó la cabeza y sus ojos se entrelazaron con la mirada de Mateo, que también estaba despertando con pesadez.
—Buenos días, belleza —susurró dulcemente Mateo con una sonrisa adormecida en los labios—. No te he agradecido apropiadamente por sacarme de ese infierno. Gracias.
—No fue nada, la verdad me alegra haberte encontrado —respondió Daniela y le devolvió la sonrisa—. Me he sentido tan sola.
—No volverás a estarlo. Ahora me tienes a mí.
Mateo y Daniela ensancharon las sonrisas y volvieron a cerrar los ojos. Bruno observó la escena desde la oscuridad con el ceño fruncido.
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Editado: 04.11.2019