Enamórate de mí

18

Las piernas de Mateo habían recuperado gran parte de su fuerza gracias a que no había pasado demasiado tiempo atado a la silla, de modo que fue su turno de ayudar a Daniela a salir de las cloacas. Afuera descubrieron una zona árida y cubierta de basura. El olor penetrante a putrefacción que golpeó las fosas nasales de Mateo lo hicieron dar una arcada. Las moscas, negras y del tamaño de un botón, revoloteaban a su alrededor zumbando con fuerza. Los pocos árboles que yacían alrededor estaban secos, con ramas frágiles y a punto de quebrarse.

El par de jóvenes siguió caminando hasta salir de aquel contaminado lugar, aunque no tenían un rumbo fijo. Daniela se sentía débil con cada paso que daban, ya que tanto Bruno como Beatriz se rehusaban a responderle cualquier pregunta que les hacía. De no ser por la presencia de Mateo, pensó, no tendría fuerzas para seguir; y a pesar de que tanto Bruno como Beatriz estaban en desacuerdo con que hubiese rescatado a Mateo, ella sentía en el fondo de su pecho, que había sido la mejor decisión que había tomado.

—Necesitamos detenernos —susurró Daniela. Su voz temblorosa llamó la atención de Mateo.

—¿Te pasa algo? —Mateo extendió una de sus manos y retiró un mechón de cabello de la frente de la chica—. Todavía te duelen los golpes, ¿verdad?

Mateo incitó a Daniela a sentarse sobre el suelo un momento para que descansara, algo que ella rechazó de inmediato. Su problema no era la agresión del paciente en delirio al que se había enfrentado, sino sus otras personalidades haciendo estragos en su cabeza. Lo sentía ahí, presentes, pero acechando desde la oscuridad. Sintió miedo, pero lo reprimió.

—¿Me puedes dejar sola un momento? —Le pidió a Mateo—. Hay algo que necesito hacer.

Aunque indeciso y tras meditarlo en silencio, Mateo aceptó, aunque advirtiéndole a Daniela que se mantendría cerca, solo en caso de que lo necesitara. Ella accedió. Una vez que el muchacho salió de su vista, la joven se puso de pie, se llevó las manos a la cabeza y se tiró del cabello.

—¿Beatriz? —susurró con voz temblorosa—. ¿Bruno? —Esperó en silencio, sin obtener una respuesta—. Por favor, no me hagan esto —pidió—. Creí que estarían para protegerme, para apoyarme. ¿Era mentira? —Solo el silencio del bosque de basura y ramas le respondió—. ¿No me amaban? ¿Era falso?

Al no obtener respuesta de nuevo, las lágrimas inundaron sus ojos. Se llevó las manos al rostro y se soltó a llorar. Se sintió engañada, como si ellos dos tan solo la hubieran utilizado. Como si hubiesen abusado de la precaria situación en la que se encontraba para hacerle creer que, un delirio como el suyo, existía en su beneficio. No entendía por qué estaba jugando con ella. Después de todo lo sucedido, ¿así la abandonaban?

—No te hemos abandonado. Tú nos abandonaste. —Escuchó la voz de Beatriz a su lado derecho, parecía hablarle al oído, en un secreto solo para ellos tres. Sintió la presencia de Bruno a su lado, por primera vez lo percibía fuera de su cabeza—. Estuvimos a tu lado cuando más nos necesitaste, cuando sufrías. ¿Y cómo nos lo pagas?

—Pero… yo no he hecho nada.

—Te dijimos que no te acercaras a ese tipo, y lo hiciste —dijo esta vez Bruno en tono sombrío—. Pero está bien. Ya no nos necesitas porque ahora lo tienes a él, ¿no es cierto?

Una fuerte sensación de dolor golpeó el corazón de Daniela. No quería perderlos, ellos dos eran lo único que tenía en el mundo. Sus padres no estaban, no tenía hermanos ni más amigos que ellos dos. Se llevó las manos a la cabeza una vez más y se inclinó. Estaba mareada. De pronto, sintió que la presencia de ambos se desvanecía de su lado.

Alzó la cabeza lentamente. Estaba completamente sola, Bruno y Beatriz se habían ido de su lado, abandonándola. Las lágrimas no tardaron en correr por su rostro. Se soltó a llorar, inmóvil. Era como ser arrancada de lo único que le daba sentido a su vida después de todo el dolor al que se enfrentó. Había perdido lo último que le quedaba en el mundo. Se cubrió la cara con ambas manos, el mundo daba vueltas a su alrededor.

—¡Daniela!

Apenas alzó la cabeza, sintió que un objeto duro se estrelló contra su cien izquierda, mandándola al suelo. Desconcertada y con la vista nublada, miró hacia todas partes. Había un hombre frente a ella con una rama gruesa entre las manos. Vestía ropa militar y una escopeta dormía en su espalda.

—Son ellos, no quieren dejar ningún testigo —informó la voz de Bruno con frialdad. A diferencia de las veces anterior, Daniela sintió las palabras salir de su propia boca—. Debiste irte antes.




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