Capítulo 12:
Condenados
Estoy segura de haberme quedado dormida en mi habitación, en la corte de verano, con un libro abierto sobre mi pecho. Entonces, ¿en qué parte de Encantus me encuentro? ¿Cómo llegué aquí? Oteo el firmamento nocturno, abierto y rasgado por los alrededores, las ramas parecen manos que intentan arañar, el manto ennegrecido y salpicado por luces brillantes. Tengo la sensación de haber estado soñando, con este bosque precisamente y la clara voz de la bruja. Recuerdo su voz, pero no lo que decía. Es posible que siga soñando, en algún momento me voy a tener que despertar.
Me incorporo. Me observan, es difícil saber desde donde con tanta oscuridad. Tanteó la capa de hojas podridas que cubre el suelo. Se siente demasiado real para ser un sueño, no encuentro explicación para haber llegado a este sitio y evadir lo que sucede no me llevará a ninguna parte. Detalló la zona, cada árbol que entra en mi campo de visión carece de hojas, como si los hubiera golpeado el crudo invierno, pero no, fue algo peor. La tierra siempre emite un palpitar, esa fuerza de vida que te conecta con la naturaleza, por más pequeña que sea, siempre está allí. Sin embargo, no en esta ocasión. No puedo sentir nada. Mala señal.
Mis instintos se afilan como cuchillas. Me propongo correr, y me detiene el no tener idea en que dirección ir. Lo primero es orientarme, dar con el sitio me ayudará a proveer los tipos de peligros que me esperan. Hago un recorrido mental por todas las tierras de Encantus, y tomo en consideración la única información que tengo. El único lugar donde apenas se puede sentir el latir de la tierra es la frontera de las tinieblas, todo lo que sucedió en ella destruyó el equilibrio de la naturaleza y se convirtió en un vínculo de alimento para la hermandad. Ni siquiera la corte oscura perdió todo su poder, Zulay se encargó de mantenerla recuperable. Del resto, ningún otro, o eso creí. Parece que hay más por descubrir, y no son vistosos y bonitos como me hubiera gustado.
Sigo estando bajo observación. Escudriñó la oscuridad y la arbolada esquelética. ¿Quién eres y dónde estás? ¿Qué tanto espera para salir? Se viene a la mente todo lo que dijo Luz, y solo un nombre puede representar este escenario, los condenados. Ella nunca dijo dónde se refugiaban, obvio deben estar en algún sitio desconocido de Encantus, como todos los demás. Debí haber preguntado más sobre ellos. Y mis habilidades, debí consultar más sobre mi misma.
Aun cuando estuve una temporada con un condenado, nunca me di cuenta de que era diferente y ni idea de lo que puedan hacer. Si me encuentro con alguno, huir sin mirar atrás es tentado, aunque no es mi estilo.
Tuve que haber llegado a este bosque de alguna manera, y no pudo haber sido caminando.
No estoy armada, de hecho, ni siquiera llevo zapatos, nada más la ropa de dormir. Un nudo se asienta en la boca de mi estómago en el instante en que hago contacto con el brillo de una mirada. El miedo acuchilla mi piel. El portador sale de detrás de uno de los árboles, a paso lento.
No es el único, otros se desprenden como sombras del bosque. Ahueco mis manos con fuerza, eso me ayuda a mantener el miedo a raya. Lo oculto bajo la frialdad que aprendí a llevar en la hermandad. Esas sombras me acorralan, acercándose a la poca luz de la luna. Doy vuelta, me dejan sin espacio para huir. Entran por completo en el claro, de inmediato evocó el recuerdo de Darah, muerta en la cocina. Todos a mi alrededor comparten sus extraños rasgos, son hadas, los condenados.
Me rodean alrededor de entre diez y quince hadas, hombres y mujeres, ojos profundos como agujeros negros y filosas uñas como garras, como aves de rapas. Visten con harapos, lo que me deja muy claro que llevan mucho tiempo exiliados. De sus espaldas brotan unas alas muy diferentes a las que tenía Darah, en su caso, ella llevaba un huésped, compartía su existencia con un Duant exiliado al mundo humano. En cambio, los presentes tienes alas negras similares a las hadas de la corte oscura, la única diferencia es, las maltratadas y casi destruidas en que se encuentran. Con esas alas jamás se elevarán sobre el suelo.
—Eres esa niña —asegura una mujer, da un paso al frente. Su piel está pegada casi que en los huesos, tan esquelética como los árboles. Sigue siendo un hada llamativa, con una belleza que cautivaría a cualquiera, y también, está un aura de podredumbre, enfermiza.
Doy un paso atrás, ella parece contagiosa. Quizás exagero, pero parece que con un roce de su mano pudiera consumir la vida en segundos.
—No deberías tenernos miedo. —sus palabras no me tranquilizan, por el contrario, agitan mi ya acelerado corazón. —Eres la hija de Darah. ¿Me preguntó dónde está, que no ha venido por nosotros?
Ellos no lo saben. Eso puede jugar a mi favor, mientras me las ingenio para regresar.
—Lo siento, estoy algo desorientada. Sí, soy su hija —las palabras son ácidas en mi boca, al conocer la verdad odio reconocer a Darah como mi madre, la situación me obliga. Veamos qué tan lejos puedo sostener la mentira.
—Apareciste aquí —dice la mujer intrigada, con una de sus garras sosteniéndose el mentón. Una cruda mirada azota como látigos. No da crédito a sus propias palabras. El miedo se enrosca en mi cuello como una serpiente, ajustándose gradualmente con cada respiro. Mantengo el rostro inescrutable, e intento imaginar cómo pudo haber sucedido eso. ¿Aparecer aquí? Así sin más. No tiene sentido.
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Editado: 16.05.2022