Capítulo 20:
Debilidad
Mafer
Debilidad. No existe otra palabra para describir lo que siento. Mantener los párpados abiertos es una hazaña de la que solo yo me enorgullezco. La sanadora que se hace cargo insiste en que no luche, que mejor me deje arrastrar por el sueño, ya los hilos de fuego me alcanzaran en algún momento y me sentiré mejor. No le creo, ni una sola palabra. Esperar no es una opción, mucho puede pasar mientras cierre los ojos y poco será la mejora. Lo que me sucede ni ella lo entiende. Sé que piensa que no me doy cuenta, desde mi posición, postrada en una cama, puedo ver cómo se esfuerza por traer de regreso a Geraldo. Una vez que otra, la sanadora mira sobre su hombro y me da una forzada sonrisa. Queriendo decir, tranquila todo va a estar bien. Y, todo está mal.
Yo, me siento terriblemente mal. Tengo la sensación de qué aguijones se encajan en mi piel y me absorben con lentitud. A pesar, de que me encuentro en la corte de otoño sigo conectada con la frontera de las tinieblas.
—¿Señora serpiente? —un hilo de voz abandona mis labios. Cierro los ojos y cuento hasta cinco, los vuelvo abrir. Ella se mueve a mi lado.
—Te dije que lo mejor es descansar. Dormir un poco te hará bien —sus ojos brillan, saltaría de la cama porque olvide por un segundo que tiene una escamosa piel, pero mis fuerzas menguan con cada respiro.
—¿Cuánto lleva dormido? —ella se inclina un poco, así que repito la pregunta.
—Algunas horas —una respuesta vaga, en sus ojos brilla la preocupación.
—Debes despertarlo. Algo nos consume —mi voz es una urgencia patética, una súplica vacía, dado que despertarlo tampoco es que ayude mucho. Debo obligarme a recuperar el control de mi misma, los hechos son un fracaso.
—Mafer, no sé cómo ayudarlos. Nunca había enfrentado una situación semejante. Hago todo lo que puedo. Él no tiene mucho de dónde sostenerse.
Cierro los ojos de nuevo, esta vez cuento hasta diez, me siento tentada a dejarme llevar, los abro de nuevo.
—¿Sabes algo? ¿Alguna idea? Porque yo estoy bloqueada, no se me ocurre nada.
Ella exhala un suspiro.
—En vez de luchar por mantenerte, lucha por encender una fogata. Una pequeña, para calentar tus manos. ¿Acaso no tienes frío? —agarra una de mis manos, las suyas están tibias—. Estás helada. Las hadas de fuego no conocen el frío, son sofocantes, calurosas. Tú eres la reina de una corte, arrástrate si es necesario hasta ese primitivo poder, alcánzalo antes de que el frío apague la llama en ti.
Asiento, o creo que eso hago.
—Cierra los ojos y encuentra la llama. Si dos reyes caen, no hay esperanzas para el resto.
Deja mi mano con cuidado, se levanta y regresa con Geraldo. Él no tiene de dónde sostenerse porque su corte está tan débil como él.
Dudo por un instante, cerrar los ojos significa caer en las garras de los aguijones, entregar sin resistencia lo que toman de mí. También está el hecho de que no he conseguido nada desde que desperté. Debo intentarlo.
Cierro los ojos y el cansancio es plomo sobre mi cuerpo, y en efecto, el frío se mueve como una capa que impide que cualquier atisbo de calor intente alcanzarme.
Me arrastró cómo un gusano sobre suelo helado en busca de mi pequeña fogata.
***
Mafer
Es una llama muy pequeña, insignificante. Coloco mis manos a su alrededor, el calor apenas y lame mi piel, el frío se niega a abandonarme. Me aferro a esa llama, paso mis dedos a través de ella.
¡Vamos, quema! ¡Quema con fuerza!
Suplicar no hace ninguna diferencia. Gruño de frustración. No me rindo. Insisto. Una y otra, y otra vez, hasta que la llama se expande y genera un poco de calor. Los aguijones se clavan más profundo en mi piel, queriendo quitarme mi pequeño triunfo.
No lo dejaré.
Rodeo el fuego con mis brazos, lo protejo de los tirones que me debilitan. Avivar el fuego, ese es mi objetivo, despertar mi elemento y consumir la enfermedad que se ancló en mi cuerpo.
Siento un débil tirón, diferente, cálido, familiar. Ríos de fuego crepitan entre el bosque, arrastrándose. La corte de verano responde ante mis intentos, extiendo la mano y la oscuridad es despojada. Me encuentro justo a unos pocos pasos de la frontera de las tinieblas. Tendida en el suelo, sin fuerzas para levantarme. Con delgadas y pútridas raíces atadas a mi mano izquierda, y la derecha espera con ansias que el patrón del fuego haga contacto e impulse la pequeña llama dentro de mí.
Falta tan poco.
Araño el suelo con la mano libre, impaciente y desesperada. Me arrastró un poco más, omitiendo el dolor, las raíces no me sueltan, por el contrario, muerden mi brazo para inmovilizarme.
El calor sofocante de verano roza mis dedos, un poco más, solo un poco más y lo alcanzó. Me aferró al fuego, mis venas arden, grito tan fuerte que el sueño se desvanece y la sala de sanación entra en mi campo de visión.
El fuego quema los aguijones de la enfermedad, expulsarlas es doloroso.
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Editado: 28.09.2024