Capítulo 29:
Gotas de cristal
Gerald
Mi respiración es humo blanco al exponerse al exterior. Aun con la ausencia de nieve, el frío es inclemente. La humedad de la tierra lucha por ser nada más que eso, pero el invierno busca reclamar y desestabilizar este trozo de naturaleza. Doblegando la temperatura bajo cero. Las gotas del rocío sobre las hojas son agujas de cristal.
Kevin sigue regresando al lugar donde acabo con sus propias manos con el condenado, donde la helada se desató.
—Deberías hablar con él —giro para encontrar a Caleb. En apariencia física puedo compararlo con mi propio padre, pero al mirarlo a los ojos se detecta sabiduría de muchos años. —Dicen que a ti te escucha.
El rey de invierno lleva horas intentando retraer la helada hacia sí mismo, nada de lo que ha hecho genera algún cambio en el clima. El chico es testarudo como su hermana, no se rendirá con facilidad.
—También a su abuela.
Rocío no ha vuelto, ahora es más difícil moverse fuera de casa. A pesar de que la helada ha disminuido el avance de la enfermedad, no significa que los condenados se detengan. Los nuevos integrantes de la hermandad no tienen limitantes, sus ataques van en aumento y las personas no tienen ninguna ventaja, el frío los vuelve lentos y vulnerables.
—Fue una de las mejores hadas guerreras de su tiempo, no ha perdido su encanto.
Kevin golpea la capa de cristal que se formó sobre el riachuelo con sus manos desnudas.
—Sus nietos heredaron ese encanto —no saben cómo rendirse. Seguir luchando hasta que haya un cambio. Kevin está dejando todas sus frustraciones en una capa de hielo delgada y resistente.
Caleb sostiene la rama de un arbusto, uno que fue tocado por la enfermedad, las hojas reverdecen, el efecto no dura mucho, el bonito color se opaca hasta volver a ser hojas podridas.
—¿Es irreparable? —pregunto, los selváticos dan vida a la naturaleza, él es el rey y ese arbusto sigue muerto entre sus manos.
—No. La verdadera pregunta es, ¿cuánto tiempo tomará sanar la tierra? —suelta la rama y exhala con preocupación—, es lo que más me preocupa. Jugarás un papel importante, por cierto.
Arqueo las cejas, el desconcierto me causa temor.
—No soy un sanador —replico. Abro y cierro las manos, sintiendo mi propia sangre circular por mi cuerpo. Cada sanador es diferente, siente la vida de distintas maneras, canalizan las heridas… yo las hago mías, mi habilidad no entra entre los estándares normales de los sanadores. Ni la comunidad de las serpientes, los mejores sanadores de Encantus entienden lo que puedo hacer. Ese don no es de gran utilidad, no para mí.
—Si no lo eres, ¿qué fue lo que hiciste con mis heridas?
—Una estupidez.
Él sonríe. No le veo la gracia, ese don es un desastre. Ocasionarme daño para ayudar a otros no se le puede llamar sanación.
—Eres un sanador diferente a lo convencional.
—No lo veo de esa manera, así como tampoco, qué puedo aportar contra la enfermedad.
—Puedes aportar mucho, solo necesitas encontrar el enfoque adecuando. Mis heridas eran graves, si tu poder de sanación no fuera fuerte ya estarías muerto.
Niego, para mí fue más cuestión de suerte que de poder.
—Dices que puedo arrastras la enfermedad de… una planta y liberarla. Porque no tengo intención de hacer eso —recuerdo al hada a orillas del río, como su vida se apagaba, si fuera así, pude haberla salvado, pero a qué costo. Las heridas de Caleb me mantuvieron inconsciente casi dos días, la enfermedad me mataría casi de inmediato—. No voy a hacerlo.
Él observa a Kevin, persiste en sus intentos y luego regresa su atención a mí.
—Sanar te causa daño porque no has explotado esa habilidad, le temes, Gerald—. Se da vuelta hacia la cabaña y descansa su mano en mi hombro—. La práctica debería superar esa barrera. Y ve con el chico, se va a hacer daño si sigue así.
Se aleja.
Temor, sí, es verdad. Cada vez que tomo una herida vivo en carne propia su gravedad, no importa que pueda canalizarla hasta sanarla, experimento el dolor y la desesperación de vivir. Mi temor es justificado. Ahora, practicar requiere de intentarlo una y otra vez hasta qué… ¿Acostumbrarme al dolor?, ¿a estar cerca de los límites de la muerte?, ¿sanar más rápido?
Miro el arbusto, tiendo la mano y la retiro antes de hacer contacto. Es una mala idea.
Kevin sigue intentando reclamar la helada, sus manos y brazos brillan cubiertos de escarcha como una coraza, y luego se desvanece al fallar. Bajo el camino serpenteante con cuidado de no resbalar. Si sigue por ese camino, entonces quizás, sí, voy a tener con quién practicar. Él es un hada de invierno, pero por sus venas también corre la sangre de las hadas guerreras, un par de manos sanas son útiles.
Me detengo a su lado. Su respiración es irregular, se ha excedido demasiado.
—¿No dirás nada? —la voz impaciente y un tanto asustada de Kevin reclama mi atención, de la misma forma en que la capa de escarcha cubre como una salpicadura la copa de los árboles.
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Editado: 28.09.2024