Luca
"La primera vez que te ví fue como si me hubiera chocado de frente contra una pared invisible.
Estaba caminando por una calle concurrida mirando a los extraños a mi alrededor, buscando, buscando, buscando... No sabía en dónde estaba, no sabía qué día era, qué hora, qué década... Y de repente, ahí estabas.
Cabello negro, lacio y brilloso hasta la cintura, manos pequeñas y dedos delgados, mejillas sonrosadas, labios gruesos y rojos, ojos verdes, tan hermosos que me arrancaron todo el aire de los pulmones... La mujer más hermosa que había visto jamás, ahí, frente a mí, sentada detrás del volante de una camioneta blanca que se alejaba.
Te seguí... Y me avergüenzo de ello ahora pero no podía perderte. Necesitaba saber en dónde encontrarte, no podía no saberlo. Estaba tan distraído, tan sorprendido, que fue sólo cuando entraste a tu casa y desapareciste de mi vista que me di cuenta de lo que había pasado.
¿Por qué te seguí?¿Qué me está pasando?¿Por qué me siento de esta manera?¿Qué significa esto?
Preguntas inútiles, lo sé... Porque las respuestas ya las sabía.
Ya me había sentido así una vez, no lo olvidaré jamás. Me había sentido igual en cuanto lo miré a él, cuando lo vi a los ojos, cuando me sonrió... Yo ya conocía esos sentimientos demasiado bien, los reconocí... Y me asusté.
Estos sentimientos ya me habían traído problemas antes, así que huí... Huí de tí, de tu sonrisa, de tu calidez, de esa mirada curiosa que no había tenido oportunidad de posarse en mí. No sabías de mi existencia y ya te habías convertido en quien ocupaba casi todos mis pensamientos día y noche, de forma incesante.
Ya sabía que eras especial para mí, y que yo lo sería para tí si te dejaba verme, conocerme. Así funcionan estas cosas, yo no soy el único afectado, nadie lo es... Pero esto ya me ha hecho daño en el pasado, tenía miedo... Y aún así, ansiaba poder superarlo, deseaba no temer, deseaba olvidar mi pasado, acercarme, conocerte. No podía, me dolía...
Te volví a ver.
Necesitaba alimentarme, no sabía aún en donde estaba pero ya en ese momento sabía en dónde podía encontrar fuentes de alimento. Ratas, conejos, animales pequeños... Corría entre los árboles cuando te escuché. Cuando te encontré y te observé, revisabas tus rodillas. Habías caído, pero te levantaste otra vez y te sentaste en el suelo en una pequeña planicie detrás de una roca. Abriste una mochila, sacaste un libro y comenzaste a leer.
Te observé toda la tarde. Estabas nerviosa, te removias, tus manos sudaban, tu corazón de a ratos se aceleraba... Mi presencia era la causante, quería irme, quería que estuvieras tranquila, pero no podía dejar de verte y preguntarme.
¿Qué hacías allí?¿Cómo llegaste?¿Por qué?¿Qué tanta suerte debo tener para encontrarte a tí, justamente? La ocupante de casi cada uno de mis pensamientos desde que te vi por unos pocos segundos, una extraña detrás del vidrio de un automóvil. No sabía tu nombre, ni cómo sonaba tu voz. No conocía tu sonrisa, ni tu risa, ni tu vida... Y aún así no podía apartarme porque quería asegurarme que volverías a salvo a tu casa.
Descubrí en dónde me encontraba al día siguiente, le pregunté a un extraño en la calle. Buenos Aires, Argentina. Lejos, muy lejos de Italia. ¿Cuántos países recorrí en todo este tiempo perdido, enojado con el mundo, hasta que finalmente decidí buscar venganza y comencé a vagar por ciudades desconocidas?¿Te habría conocido alguna vez de no haberlo hecho? Si el destino existe, ¿Nos habría hecho conocernos de todas maneras?
La siguiente sorpresa fue el saber que ya habían pasado poco más de cien años desde mi nacimiento... Eso, en sí mismo, me llevó varios días asimilarlo. Miraba mis manos, mi reflejo en las vidrieras, y parpadeaba con confusión. El mismo Luca de veintidós años me devolvía la mirada, ojos rojos y piel clara, sí, pero misma sonrisa, mismo cabello castaño y largo, mismo rostro. Cien años.
Naturalmente, tuve que aprender español. Eso fue fácil, considerando que el italiano es mi idioma madre y que tengo la perfecta memoria de un vampiro de mi lado... Aún así, por semanas, meses, todo lo que hice fue observarte de lejos.
Nunca me permití más que verte de lejos cuando ibas por la calle, cuando leías en el exterior, cuando mirabas por la ventana de tu camioneta y esperabas, esperabas, esperabas... No me animaba a acercarme.
Acercarme significa conocerte, y conocerte, es amarte. Te amaba ya en ese entonces, sin saber tu nombre, sin conocer tu voz. Amaba tu sonrisa, amaba tus ojos curiosos y vivacez, el latir lento de tu corazón... Nunca me acerqué lo suficiente como para escuchar tu voz, pero sí para sentir el batir incesante de tu corazón en la distancia.
Cuando me acerqué por primera vez, yo..."
La distintiva alarma del señor Areles se escuchó por toda la casa. La apagó con un golpe seco y escuché a su cama crujir bajo su peso mientras se pone de pie y camina por el pasillo con lentitud y dificultad. Varias veces, el impulso de salir de la habitación y ofrecerle mi brazo me habían ganado y me encontré parado frente a la puerta y con la mano en la manija, pero siempre me contengo.
La cafetera se encendió en la pequeña cocina, el olor a café inundó la habitación en la cual me escondo no mucho después.