—¿Quién te enseñó a conducir?
La pregunta lo toma por sorpresa, pasamos tanto tiempo juntos que ya no me es difícil reconocer cada una de sus expresiones. Sus manos aprietan el volante del auto por un insignificante segundo, pero antes de que pueda decirle algo, lo que sea, Alex ya está dándome la misma sonrisa radiante de siempre y me distraigo inmediatamente.
—¿Me creerías si te digo que me enseñé a mi mismo?
—No.
Su risa alcanzó cada rincón del auto.
—¡Pero es cierto! — insistió. — Es bastante aburrido, la verdad. Leí un manual que encontré en una caja en el sótano de una iglesia, me subí a varios autobuses para estudiar cómo los conductores lo hacían, y luego robé un auto y comencé a practicar.
Me incorporé inmediatamente, mi espalda erguida y mi rostro volteado hacia su dirección. —¡¿Cómo que robaste un auto?!
—¡Sólo para practicar! — sus brazos se estiran mientras se recuesta sobre el asiento. — Me aseguré de que el tipo se lo mereciera antes de hacerlo, y de todos modos se lo devolví una vez hube terminado con él… Aunque no estaba en las mejores condiciones para ese entonces, ya sabes, porque aprendí a base de prueba y error.
Negué con la cabeza. — De repente ya no me siento tan segura contigo al volante. Para el auto, ya no te voy a dejar manejar mi camioneta.
— Ah, ¡Vamos! He conducido tu auto varias veces desde que nos conocimos y nunca tuviste ninguna queja, ¿Qué importa cómo aprendí? Lo importante es que lo hice y, además, no tenía forma de encontrar a alguien que me enseñara.
Me relajé contra el asiento otra vez eventualmente, lo cual le sonsacó una sonrisa. La carretera no está tan vacía como usualmente está, aunque los demás autos van en la dirección contraria a la nuestra. Habíamos pasado la mañana y la tarde entera en el claro aprovechando que no tuve clases. Hay una feria pasando por la ciudad, también, y mucha gente se ha acercado para asistir.
El sol se está escondiendo en el cielo y su luz era cálida contra mi piel cuando volvimos al auto para volver a casa, aunque Alex se mantuvo en la sombra en todo momento posible. Ahora, sin embargo, dejamos atrás el refugio de los árboles y la luz anaranjada del sol del atardecer entra de lleno a la cabina del auto, haciéndole fruncir el ceño y dejar salir un suspiro.
Cuando notó mi atención sobre él, me sonrió.
—Aunque esté acostumbrado a ello, nunca se hace más fácil.
El sol le causa dolor. No le quema, ni lo lastima de manera visible, pero le causa dolor. Lo admitió luego de que yo misma notara cómo lo evita a toda costa cada que tiene la oportunidad. Muchos recuerdos cobraron sentido luego de que lo admitiera y comparara lo que siente a lo que yo sentiría si pusiera mi mano contra algo que se ha dejado bajo el sol mucho tiempo.
—¿No extrañas a veces pasar tiempo bajo el sol? — le pregunté de repente.
Bajo mi atenta mirada, Alex alcanzó la capucha de su campera y cubrió su rostro del sol con ella.
—¿La verdad? No, no recuerdo mucho de mi vida humana, es casi como intentar recordar tus sueños, sí recuerdo que pasé mucho tiempo bajo el sol, mi piel incluso estaba bronceada, pero no lo extraño, no en realidad. Ni siquiera sé si me gustaba — se volteó a verme por un breve segundo mientras hablaba antes de volver a mirar hacia adelante. — sé que vos sí lo extrañarías.
Suspiré. —Supongo que sí, pero no me importaría.
Mis ojos no dejan de observar su perfil mientras él me ignora completamente, sus ojos concentrados en la carretera frente a nosotros y en sus manos sobre el volante. Hemos tenido varias conversaciones similares en la última semana, pero siempre terminan en lo mismo; Alex se niega a escucharme.
Estiró su mano y encendió la vieja radio de mi camioneta, una canción ochentosa ahuyentó el silencio por algunos segundos antes de que yo misma la apagara otra vez.
—Necesitamos resolver esto, Alex.
—Ya está resuelto.
—No, no lo está. — le digo con voz suave y llevando mi mano a su brazo. —Me gustaría que habláramos de esto otra vez, que estemos de acuerdo, que me entiendas-
—Por “estar de acuerdo” querrás decir que te de la razón, imagino.
Niego con la cabeza. —No se trata de darme la razón, se trata de que entiendas que soy perfectamente capaz de decidir por mí misma qué quiero o no quiero para mi cuerpo o mi vida, y que ni vos ni nadie puede decidir por mí — Alex sigue sin mirarme, espero para ver si me contestará, pero continúo cuando no lo hace. —Entiendo que te sea difícil entenderme, porque sabes la realidad de lo que sos mucho mejor de lo que yo jamás lo sabré a no ser que me conviertas y sé que seguramente no puedo ni comenzar a comprender lo difícil que es, pero negarte a escucharme o a hablar del tema no hará que cambie de opinión.
—No sabes lo que estás pidiéndome.
Apreté mis labios en una fina linea. —No, no lo sé. Hablemos, explícamelo, decime qué te preocupa, por qué no querés esto para mí, pero vos también debes escucharme a mí.
—Yo jamás habría elegido esto para mi mismo.