El lunes llegó con su habitual ritmo. Mi madre, y Agustín regresaron a casa, y Hugo partió de viaje. La isla recuperó su tranquilidad, y yo regresé a mi rutina hospitalaria, un refugio que, de repente, no se sentía tan seguro como antes. Intentaba escapar de la duda que había surgido tras la conversación con mi madre, pero la pregunta de si me estaba negando a sentir, a amar, resonaba en cada rincón de mi mente.
En mi descanso para el almuerzo, me encontraba en la mesa del cafetín del hospital, rodeada por la familiar compañía de Alonso, Clara, y Santiago. La conversación fluía animadamente, una mezcla de anécdotas de la guardia y chismes benignos del hospital. Intentaba sumergirme en el bullicio, en la comodidad de lo conocido, pero la imagen de Hugo y las palabras de mi madre se colaban en mis pensamientos, un recordatorio constante de la fisura que se había abierto en mi mundo perfectamente ordenado.
Santiago se giró hacia mí, una sonrisa genuina en su rostro. — Ariadna, me enteré de que tu madre y Agustín estuvieron de visita. ¡Me habría encantado saludarlos! Espero que el viaje haya sido bueno.
Clara y Alonso asintieron. — Sí, a nosotros también nos habría gustado verla—, dijo Clara.
— Fue una visita muy rápida— , expliqué, sintiendo un alivio sutil de que la conversación no girara en torno a Hugo. — Vinieron solo por el fin de semana, para una sorpresa familiar.
Justo entonces, Malena apareció. La vi acercarse a nuestra mesa con una sonrisa coqueta dirigida a Santiago. — ¿Puedo unirme?—, preguntó, y Santiago, con su amabilidad habitual, la invitó a sentarse. Para mi sorpresa, Malena se acomodó en la silla vacía que quedaba entre Santiago y yo, invadiendo mi espacio personal de una manera que me resultó ligeramente incómoda.
La conversación continuó, pero la dinámica en la mesa había cambiado sutilmente. La presencia de Malena, su cercanía a Santiago, era un nuevo elemento en la ecuación de nuestra amistad.
Una vez terminamos de comer, el murmullo de la cafetería dio paso al ajetreo de los pasillos. Todos nos levantamos para volver a nuestras labores. Yo caminaba por el mismo pasillo que Santiago, y la curiosidad, mezclada con una incómoda punzada, me impulsó a hablar.
— Santiago—, me atreví a preguntar, intentando sonar casual, — noto una nueva cercanía con Malena. ¿Hay algo entre ustedes?.
Él me miró, y su expresión era de genuina sorpresa. —Malena es una buena compañera, Ariadna— , explicó. — Intento que se sienta a gusto, pero nada más que eso—. Hizo una pausa, y su voz se tornó más suave. — Aún está muy reciente nuestra amistad contigo, Ariadna, y... aún no te olvido.
La mención me tensó al instante. Sentí un nudo en el estómago, una mezcla de culpa y frustración por la situación. No quería lastimarlo, pero tampoco podía darle falsas esperanzas. Al notar mi incomodidad, Santiago, con su habitual consideración, cambió el tema.
— ¿Y Hugo? ¿Qué tal le va?.
Agradecí el cambio de dirección. — Lo vi recientemente—, le dije, recuperando un poco la compostura. — Pero se fue de viaje de nuevo. Está con los preparativos de su nuevo hotel en la isla.
Continuamos caminando en silencio hasta que nuestros caminos se separaron. La conversación con Santiago me dejó pensativa. La idea de que aún no me olvidaba, a pesar de mi claridad, era un recordatorio de las complejidades de las relaciones humanas. Y la pregunta sobre Hugo... me hizo dar cuenta de que, a pesar de mis intenciones iniciales, él ya era una presencia constante en mi vida.
Hugo
Me encontraba en Marbella, la brisa marina acariciando mi rostro mientras inspeccionaba uno de mis hoteles. La inminente temporada alta exigía mi atención, y cada detalle, desde la piscina hasta los restaurantes, debía estar impecable. Gael, me acompañaba, y entre discusiones de negocios, salió un tema más personal.
— Cumplo años este fin de semana, Hugo—, comentó Gael, con una sonrisa pícara. — Y había pensado en hacer una fiesta aquí, en el hotel. Algo íntimo, con algunos amigos.
Asentí, la idea me parecía bien. — Claro, Gael. Por mí, perfecto. Ya sabes que tienes total libertad aquí.
Gael se recostó en su silla, una mirada pensativa en sus ojos. — Y... también quería invitar a la amiga de Ariadna. A Clara, bueno a ambas—. Lo miré, sorprendido. No había notado un interés particular por su parte, aunque recordaba que se habían llevado bien en la playa. — Parece una chica interesante—, añadió, como si leyera mis pensamientos. — Quiero conocerla un poco mejor.
Una sonrisa se dibujó en mi rostro. La idea de que Gael pudiera encontrar el amor, y con alguien del círculo de Ariadna, me resultaba curiosa y, de alguna manera, agradable.
— Me parece bien, Gael— , le dije, asintiendo. — Me comunicaré con Ariadna para ver si ella y Clara están disponibles ese fin de semana para viajar hasta Marbella.
La emoción iluminó el rostro de Gael. — ¡Genial!— , exclamó.
Más tarde, cuando tuve un momento, le escribí a Ariadna. Le conté sobre el cumpleaños de Gael, la fiesta que estábamos planeando y el interés de mi amigo en que ella y Clara asistieran. La respuesta de Ariadna no tardó en llegar, llena de signos de exclamación. Para mi sorpresa, o quizás no tanto, me dijo que por suerte estarían libres ese fin de semana y que les encantaría viajar.
Una oleada de emoción me recorrió. — ¡Excelente!—, le respondí. Y aprovechando el momento, añadí: — La invitación también va para Alonso, por cierto. Me cae muy bien— . Pensé en la diversión que tendríamos todos juntos, una extensión de esas tardes relajadas en Canarias.
Ariadna
Cuando les conté a Clara y Alonso sobre el cumpleaños de Gael y la fiesta, sus caras se iluminaron.
— ¡Marbella!— , exclamó Clara, sus ojos brillando. — ¡Eso suena increíble! ¿Estás segura de que Hugo quiere que vayamos todos?.
— Sí, me dijo que sí. La invitación también es para ti, Alonso—, les confirmé, contagiada de su entusiasmo.
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Editado: 02.08.2025