—¡Celina, acá están tus calificaciones!—gritó mi madre desde la puerta.
Vaya, será un día largo.—pensé.
Mi mamá venía de la escuela con mis calificaciones y por su tono sabía que no eran nada buenas.
—¿Sí?—le pregunté.
—Reprobaste cinco materias.—me acusó—No te bastó con hacernos pasar malos momentos, ahora pones en riesgo tú año escolar.
—Mamá aún puedo recuperar esas notas.—intenté justificarme pero su mano golpeando mi mejilla derecha me detuvo en seco sorprendiéndome.
—Me decepcionas.—fueron sus palabras antes de salir de mi habitación.
Subí a la terraza para apreciar el atardecer, el cielo estaba precioso, las aves cantaban, las personas caminaban por la calle felices y yo solo pensaba en lo gris que era mi vida.
—¿Estás bien?—escuché decir a mi vecino.
—Mi estado de ánimo no es de tu incumbencia.—le solté fría y cortante.
—Eyy, solo quiero ayudar.—sus palabras sonaban tan sinceras, pero estaba muy dolida como para creer en otro hombre, y peor aún, en un amigo de Carlos.
—¡Déjame!—grité.
—¡Celina soy tu vecino y si quieres tú amigo!—gritó él de vuelta.
—Carlos te envío ¿cierto?
—Él ya no es mi amigo.—respondió en un tono de desagrado.—No me gustó cómo te trató, se lo hice saber y se enojó, así que ya no somos amigos.
Escuché a mi madre abajo así que levantándome dije:—Debo irme.
—¿Con quién hablabas?—preguntó mi madre.
—Solo saludaba al vecino.
—¡Te prohíbo hablarle a él o a cualquiera de los Carrera!—gritó mi madre.
—¿Por qué?—pregunté confundida.
—No quiero que hables con ninguno de esa casa.
Su reacción me sorprendió pero solo me limité a asentir.
Subí a mí habitación intentando conciliar el sueño pero era imposible. Me intrigaba saber por qué mi madre me había prohibido hablar con el vecino y su familia.