ORSON.
La pequeña diosa no deja de deambular la mirada por toda la habitación, como si de pronto fuese a salir de la nada un pasadizo secreto, una mínima posibilidad de escapar de este calabozo, Casi quiero reírme de lo ridícula que se ve al mostrarse tan inocente frente a mí, alguien capaz de derribarla en un mínimo instante.
Ella es menuda — puedo notarlo pese a su camiseta que bordea sus cintura —, con la estura suficiente para considerarla una adolescente. ¿Cómo es que ella forma parte de ésta oscuridad cuando no hace más que transmitir luz? Pienso inconscientemente en sus ojos tan azules como la profundidad del mar, los zafiros… me obligo a borrar su imagen hechicera de mi cabeza.
Su cabello negro como la noche, está despeinado y su rostro dulce tiene resaca de cansancio, como si no hubiese dormido en días. Me pregunto cuáles serán sus preocupaciones, si el remordimiento de sus acciones pesará en su consciencia.
La pequeña diosa suspira, derrotada.
Deja caer su cuerpo sobre la pared que se encuentra al otro extremo donde me encuentro y abraza sus rodillas con fuerza, como si quisiera evitarme. Parece asustada y a la vez herida, no puedo evitar figurármela como una princesa en apuros que necesita ser rescatada del cuarto de la torre más alta.
Por un momento, siento pena por ella.
¿Cómo puedes sentir remordimiento de alguien que forma parte de aquellos que te pusieron cautivo?, me pregunto a mí mismo. Me es sorprendente el que no pueda odiarla, que no pueda sentir ese repudio al verla tan cerca de mí, al escucharla hablar y pensar en sus ojos vivarachos.
Ella parece una sirena, capaz de engatusar a todo el mundo, de provocarles esa sensación de adoración ante su belleza extraordinaria para poder arrancarles el corazón y dejarlos vacíos.
No quiero caer en su encanto.
La habitación es demasiado pequeña como para poder ignorarla, tanto, que estoy seguro de que si doy unos cuantos pasos estaré tan cerca de ella como para abrazarla. Esa imagen en mi cabeza provoca que mi cuerpo se tense por completo, como un alambre.
Ella es fuego, yo soy agua, simplemente no congeniamos.
No podemos.
Pasan segundos, me parecen horas. Su mirada sigue sobre mí, implorándome armisticio, como si ella fuese la cautiva en el calabozo y no yo, como si yo fuese la clave para que sus demonios internos la dejen en paz hasta el punto de sucumbir sus pesadillas.
— No es tu culpa — murmuro. Ella levanta la cabeza, prestando atención ante mis palabras. Cierro los ojos con resignación al encontrarla jodidamente hermosa —. Pese a todo… sé que tú no querías esto.
Quiero reconocer que es una mentira, que mis palabras son solamente para que deje de mirarme como si fuese un niño perdido en un bosque oscuro pero no lo son. No estoy seguro de si su encanto ha podido conmigo o si su plan maquiavélico de adentrase en mi cabeza ha resultado hasta el punto de ponerme de su lado, no lo sé, sólo tengo la certeza de que la culpa inscrita en su rostro y esa suplica de piedad en sus ojos es suficiente para creerle cualquiera cosa. Incluso si es una mentira.
— ¿Eso significa que me perdonas por todo? — su voz melodiosa suena en un hilo. Ella entorna la mirada en mi dirección, haciéndola ver sobrehumana, como si no mereciera que me mirase —. ¿Me perdonas pese a que sea lo suficientemente cobarde como para no haber podido evitar esto?
Sus palabras me calan.
Está siendo honesta.
— Me temo que sí.
El indicio de una sonrisa surca sus labios rosados en respuesta, sus hombros se relajan visiblemente y pese a su mirada de cansancio infinito, sé que algo en ella, en lo más hondo de su interior, me agradece el que no la odie, que no sienta repulsión ante ella y sus actos.
Deja caer la cabeza y cierra los ojos.
— Realmente lo siento — dice después de unos segundos de silencio —. Lamento que por culpa de los errores de tu padre estés pagando tú la condena, créeme cuando te digo que más que nadie me gustaría poder ayudarte — suspira, resignada. Posa su mirada hipnótica sobre mí, tiene los ojos acuosos —. Pero tú mejor que nadie, debes de saber perfectamente que nosotros no tenemos elección del mundo en que nacemos pero si en la forma en que sobrevivimos así sea a costa de culpables o inocentes.
Me quedo callado.
Pese a su confesión egoísta, su forma tan mediocre de querer revivir ese cúmulo de esperanza rota en mí… la entiendo perfectamente. Ella es igual a mí en ese aspecto, nacimos en un mundo donde somos almas rotas al navío, intentando dominar nuestras pesadillas pese a eso signifique hacer realidad la de otros.