7 de Abril de 2017
Valeria
La música suena estridente en el pequeño salón. Algunas cabezas se mueven al compás de la pegajosa melodía mientras otras tantas permanecen alertas hacia el diminuto escenario para no perderse de nada. Un pie delante del otro, formando un quiebre de tobillo para estilizar unas largas piernas enfundadas en unos leggins blancos. Postura recta; barbilla alzada; sonrisa de deslumbrantes dientes blancos; manos a las caderas estilizando una, ya de por sí, diminuta cintura. Tacones negros, de más de trece centímetros, decoran el piso de caoba manteniendo una perfecta sincronía debido a los largos e intensos meses de ensayos; día tras día, con más de cincuenta horas semanales. Laca y brillo, nerviosismo y expectación era el aroma reinante en todo el lugar. Y esto es sólo el primero de muchos eventos que se avecinan en un futuro muy cercano.
Las cuatro chicas, compañeras de nuestro grupo de baile, terminan la primera entrada del baile —valga la redundancia— que habían preparado para la ocasión, dando paso así al resto de candidatas para sus respectivas presentaciones ante el público que aplaudía a sus favoritas. Familiares y amigos de cada participante apoyando a las jóvenes a su manera, entre pancartas y silbidos hasta unos cuantos coros.
Sandra y Emily, permanecen a un lado del escenario, preparadas para culminar la parte que les ha tocado y así poder tener unos días de un merecido descanso.
—¡Por Dios, estos zapatos me están matando!
Emily, quien participó en cada parte programada, se quitó el calzado lanzándolo bajo el banco en el que estaba sentada. Reí por lo bajo. Ella odia a muerte usar zapatos altos y cuando estos forman parte del vestuario ella no suele participar, aunque para este evento hizo una excepción.
—Eres una exagerada, rizos —digo, mientras me cambio para salir nuevamente al escenario—. Son unos tacones de nada. Ni siquiera son tan altos.
—Oh, Kitty, no empieces. Mira que no ando de humor —farfulla enojada, Sandra.
Enarco una ceja y la miro durante unos segundos. Ella hace un puchero y luego lanza un beso al aire a lo cual hago ademán de atraparlo en un puño y guardarlo en mi corazón.
Con ella no podría enojarme nunca. Todos ellos son mis mejores amigos. El grupo al completo. Desde que decidí reunir a un reducido número de bailarines —más por apasionados al baile que porque sean profesionales—, pues nos hemos mantenido unidos; apoyándonos y cuidándonos mutuamente.
—Diez minutos y saldrán para el cierre del evento —anuncia la organizadora entrando veloz la camerino.
Nos apresuramos a terminar con el maquillaje que es básicamente el mismo salvo por el color del pintalabios y la sombra. Verificamos los atuendos en el espejo y, como no puede faltar nuestra respectiva foto pues posamos para lo que será la nueva portada de las redes sociales.
Los primeros acordes de Umbrella de Rihanna comienzan a sonar. Esa es la señal que necesitamos para entrar en acción.
—Bueno, bueno. Atención, por favor. Como ya sabrán todos, hoy es una fecha muy especial porque está de cumpleaños una queridísima amiga, hermana, compañera. —Me señala Emily—. Valeria, ponte de pie. —Y eso hago—. Ella no sólo es la creadora de los Dancing Stars, si no que también nos ha ayudado y apoyado a alcanzar nuestros sueños.
Todos aplauden a coro y yo siento que mis mejillas arden de la vergüenza. Tal vez sea ilógico de mi parte rehuir a tanta atención pública y aun así ser bailarina, donde en cada presentación estoy expuesta ante cientos de miradas. Pero en ese momento no soy sólo yo, somos varios y entre ellos de cierta forma puedo camuflarme. Asiento con la cabeza agradecida por las muestras de cariño y elogios de mis compañeros y amigos.
Mi familia, sentada a mi lado, sonríen orgullosos y felices. Mi mamá deja escapar una que otra lágrima mientras que mi padre le aprieta la mano reconfortándola. Mi hermano me lanza un beso y se levanta regalándome unos de sus muchos abrazos de osos.
—Y nosotros hemos querido agradecerte por darnos tanto. Es por eso que entre todos, incluidos tus padres, decidimos regalarte este pequeño obsequio.
Emily extiende un sobre blanco sobre la mesa que tiene mi nombre grabado en una perfecta caligrafía. Estiro la mano y lo tomo. A pesar de mi calmada expresión por dentro estoy saltando de la expectación y emoción. Ruego una y otra vez al cielo porque sea lo que creo que es.
«Por favor, por favor, por favor»
—¡Que lo abra! ¡Que lo abra! —exclaman cada uno de los presentes.
Me apresuro a hacer lo que me piden, rompiendo el sobre sin ninguna delicadeza y cuando veo la palabra PARIS en letras grandes y negritas siento que podría dar volteretas y piruetas por todo el restaurante. Sí, iré a París.
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Editado: 08.07.2018