Engaño 5. Un sentimiento frío como el hielo

Capítulo IV. Una señal del destino

—Es un alivio que te instales en mi casa durante mi ausencia.

—¿Acaso es un sitio inseguro? —preguntó Irina feliz de disfrutar del pent-house en soledad.

—En absoluto, pero estaré más tranquila sabiendo que mi mejor amiga está cuidando el fuerte.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Claro —asintió mientras terminaba de empacar.

—¿Estás segura del camino que estás por emprender? Digo, todavía estás a tiempo de arrepentirte.

—¿De qué hablas? —preguntó sin siquiera mirarla, casi haciendo caso omiso de los reparos de su amiga, concentrada en no olvidarse de nada—. Pensaba que apoyabas mi decisión de ingresar en política.

—Es solo que no me gustaría que todo tu prestigio, tu trabajo, se viera afectado por una decisión impulsiva.

—De acuerdo, lo que quieras decir dilo sin rodeos porque estás empezando a marearme.

—Todo el mundo sabe que la política es algo muy sucio, y las personas buenas a menudo son deglutidas por los vicios y negociados que se entretejen en los márgenes de la legalidad —reflexionó con sincera preocupación, temerosa de que Silvana fuera una más de las víctimas del poder.

—Descuida, no tengo intenciones de involucrarme en nada turbio.

—¿Y qué pasa si te tienden una emboscada?

—Soy una mujer íntegra, con la conciencia tranquila, fiel a sus principios y convicciones y planeo seguir así hasta mi último aliento. ¿Satisfecha?

—Lo arriesgas todo por un miserable que no merece tenerte en sus filas —replicó desnudando al fin sus verdaderos pensamientos.

—Es la oportunidad que siempre desee —se justificó—. Si no me involucro no puedo esperar que las cosas cambien mágicamente.

—Y confío en ti, en tus buenas intenciones, más que en nadie en este mundo, pero ambas sabemos que Marcos Alonso no es trigo limpio.

—Habladurías, solo eso.

—Está investigado por docenas de causas de corrupción —insistió sin demasiada convicción, segura de que sus denodados esfuerzos serían en vano.

—Pero yo no lo hago por él, para hacerle un favor, sino para transformar la vida de las personas.

—¿Y crees que te dejarán hacerlo? —inquirió incisiva—. Sé que es horrible lo que digo, pero debes saber que en las calles se rumora que te escogieron a ti como un salvavidas; ¿entiendes lo que significa? Tu imagen está tan alta, las personas sienten tanta estima y admiración por ti que…

—Es suficiente —interrumpió devolviéndole una mirada seria, intimidante, casi desafiante.

—Por eso debes entender mi preocupación, temo que cuando todo esto acabe, mal o bien, resultes ser el chivo expiatorio de una banda de delincuentes cuyo único propósito es saquear el erario público.

—Rodrigo es diferente.

—¿Hablamos del mujeriego que te rompió el corazón? —retrucó sin miedo del vendaval que podía desatar su indiscreción.

—Ahora es otra persona.

—O eso espera que creas.

—No, te garantizo que nada queda de aquel muchacho irresponsable que solo pensaba en mujeres y alcohol. ¡Maduró! —exclamó con fuerza—. Está consciente del tiempo que pasa y de los objetivos que apremian.

—Lo creeré cuando lo vea.

—Está tan entusiasmado, tan enfocado en el trabajo por hacer que…

—Veo que diste vuelta la página —le reprochó en forma solapada.

—¿Disculpa?

—Olvídalo.

—No, si tiras la piedra no escondas la mano.

—Es solo que…

—¡Dilo! —vociferó visiblemente enfadada, cruzada de brazos a mitad de la habitación.

—Bruno…

—No.

—Ni siquiera esbocé oración —se quejó abriendo los brazos de par en par.

—Eso ya quedó en el pasado.

—¿Así de rápido?

—Traté de hablar con él y no quiso escucharme —alegó—; ni siquiera sé dónde se metió.

—Quizá heriste sus sentimientos y está tratando de sobreponerse a una enorme decepción.

—No me pongas en ese lugar, no es justo.

—¿Y crees que fue justo para él todo lo que ocurrió en estos meses? —inquirió como quien lanza una estocada ante el enemigo inerme.  

—Teníamos un acuerdo de ayuda mutua, es todo.

—Pero ambos cruzaron el límite.

—Y fue un error —enfatizó—, jamás debió pasar, nunca debimos permitir que se nos fuera de las manos, que se saliera de control.

—Eran perfectos.

—Claro que no.

—Sería contraproducente para ti admitirlo en este punto, pero ese vecino tuyo era el café de tus mañanas, la brisa que anuncia la llegada de la primavera, las olas de un mar en pausa, la música de…




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