Capítulo 1
Un golpe perfecto
¿Grillos? Los escucho demasiado cerca. Estoy inmóvil mirando hacia esta infinita oscuridad que me rodea y me hace su rehén. Empiezo a sentir su avance, su caravana. Columnas de insectos caminan por mi cuerpo, ordenados, precisos como soldados. Parten desde mi abdomen, marchando, recorriendo mi cuerpo, cada extremidad. Invaden mis piernas, brazos, pies y manos. Escucho un río… y llega agua en movimiento, me está rodeando, está helada. A lo lejos suena la extraña bocina que mencionó la abuela. Siento que el agua sube. ¿Me estoy hundiendo? Intento inútilmente moverme, mi cuerpo no responde, no es mío. Mi oscuridad empieza a dibujar formas, caprichosas figuras sin sentido que apenas distingo, lentamente se van transformando en sombrías manchas. Surge un borroso camino, un sendero rodeado de agua, trato de recorrerlo visualmente, me esfuerzo… Quiero llegar a su final, al extremo. Anhelo verla, ver su movimiento, ver que es real. Finalmente, emerge lentamente desde las oscuras aguas. Es mi mano derecha, apenas puedo moverla pero logro levantarla un poco. ¡El agua es negra en mi mano! La siento espesa en mis dedos, densa, lenta, desafiante… Sigue subiendo, la siento en mi cuello, en mis piernas, me abraza. El agua negra danza sobre mí, se mueve, rítmica, cadente, como una marea que va y viene… para cada vez envolverme más y más… Escucho demasiado mi respiración, va en aumento en mis oídos, como un suspiro involuntario. Me hundo más, me adentro en lo profundo. ¿Y ese extraño quejido? ¿Esa voz? ¿Ese trágico lamento? ¿Qué es? ¿En qué extraño ritual estoy? ¿Me están enterrando en agua negra? Me invaden esos místicos sonidos, me siento solo… oscuro. El agua lo cubrió todo, ahora está calma sobre mi cuerpo, negra, brillante, imponente. Todo es inmensa quietud… paz, solo escucho los grillos, estoy calmo y sereno… ¿Estoy muerto?
Benjamín se despierta desorientado, abre y cierra los ojos lentamente en total quietud, mira hacia arriba, observa la blanca superficie que se ilumina en degradé desde un extremo. Es un techo alto. Una antigua araña de hierro, con tulipas que simulan ser velas, cuelga apagada en el centro. Su mirada continúa recorriendo con cuidado las rústicas paredes color amarillo claro para luego detenerse en los trabajados muebles de madera. La ventana muestra la oscuridad de la noche. Todo está iluminado por una tenue luz que nace de una lámpara de pie ubicada en una esquina.
Finalmente, supera la laguna mental y se da cuenta de que está en la habitación de sus abuelos, en la antigua casona de la Estancia de San Vicente, Misiones. Procesa rápidamente la información. Es el nuevo lugar donde ellos aceptaron trabajar hace muy poco tiempo. Recuerda que los está visitando en el esperado viaje que venía planeando con sus inseparables amigos, para despedir el 2017 junto a ellos.
Se queda inmóvil, pensando en el extraño sueño que sigue muy latente en su mente. Distingue las voces de sus compañeros de viaje que hablan en otra habitación y, de a poco, va entendiendo lo que dicen. Gira su cabeza hacia la puerta entreabierta del cuarto, no ve movimiento, pero los escucha comentar muy preocupados que estuvo perdido cerca de doce horas. Se inquieta, no recuerda nada de lo que pasó y el reciente sueño lo perturba aún más. Su vista se pierde en los objetos sobre la mesa de luz, la figura de una Virgen con un bebé en brazos lo hace pensar en su madre. Se angustia al pensar en el terrible dolor que le produciría si a él le pasara algo. Sus ojos se humedecen. Se da vuelta en la cama hacia el otro lado, se adentra en la profunda oscuridad que muestra la ventana, trata de olvidar lo sucedido y pensar que todo está bien, sus ojos se entrecierran, se deja llevar y recuerda todo lo que le venía pasando en los últimos tiempos…
Dos meses antes…
Las ramas de los árboles se sacuden intermitentemente. Feroces ráfagas de viento recorren las calles de Buenos Aires. La imponente luna llena invita a disfrutar la magnífica noche.
Las luces se acercan rápidamente, vienen hacia él, crecen, se aceleran, lo encandilan. Benjamín se detiene abruptamente, mira a su alrededor desconcertado… se da cuenta de que no ha visto a nadie durante su recorrido. Pocos autos pasan por la avenida Dr. Ricardo Balbín que bordea al parque Saavedra. Se dispersa un poco, se queda pensativo, se paraliza unos segundos hasta que escucha la voz de su padre: Logro observar, el sol se esconde. Siento el rugir del horizonte. Su despertar está latente. Me encontrará, es inminente. Distingo el vórtice de la tormenta. El aura oscura de su presencia…. Las palabras lo ponen de regreso en el camino, se suceden una tras otra formando esas extrañas y melódicas frases. Una vez más, como parte de su rutina, intenta entenderlas, descifrarlas. Corre hacia ese misterio tratando de alcanzarlo. Busca respuestas en el lugar menos pensado… una canción llamada La tempestad.
Benjamín no sabe casi nada de su padre, más que su nombre y lo que recuerda. Desapareció de su vida cuando él tenía cinco años. Su madre lo crio sola a base de un enorme sacrificio, jamás dejó que le faltara nada y se esforzó en darle una vida dichosa, pero Benjamín tuvo que pagar un enorme precio. Ella solo le pidió una cosa, que por favor nunca le preguntara sobre su padre. Cuando era chico la escuchó llorar muchas veces mientras hablaba por teléfono con sus abuelos y decidió siempre respetar su deseo.
Un trueno voraz omnipresente. Me hace callar, me vuelve inerte. Intento escapar de su torrente. El vendaval todo lo envuelve. Siento el colapso de mi existencia. Su voz se incrusta en mi consciencia… Entona la voz, fraseando algo lenta para el vertiginoso ritmo que la acompaña.
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Editado: 14.02.2022