Enmerald. Guardianes 1

Capítulo 4: Asamblea de guardianes

Capítulo 4:
Asamblea de Guardianes 


16 de mayo de 1.728 
Selt Riquelme 

El canciller ha convocado una asamblea a la que mi madre debe asistir en representación de nuestra familia. En solo días se ha desatado una cantidad de problemas a lo que no se está acostumbrando.

Sonia Riquelme ha estado muy callada desde que salimos de casa, mirando por la ventanilla del carruaje hacia el exterior. Se ve rejuvenecida, desde ayer parece que hubiera recuperado algunos años perdidos. Su piel es más tersa, no hay sombra debajo de sus ojos como ha tenido los últimos dos años y sus ojos están vigorosos. Se ve hermosa. Ha recogido mitad de su rojizo cabello, y el resto cae sobre sus hombros. El compromiso de mi hermana es la única razón que se me ocurre para su cambio.

Tanils que está frente a mí, y al lado de mi madre no ha dejado de sonreír y suspirar desde que salimos. Está feliz, se reunirá con la familia de su prometido. Se ha dedicado a ignorarme desde que tiene en que ocupar su mente, lo mejor que me ha ocurrido en mucho tiempo. Eso la mantendrá lejos de mí y su manera de dominar sus habilidades usando mi mente. A diferencia de otros días se ve espléndida en su vestido negro.

En cuanto a Nariel, se quedó en casa para continuar las labores de mi madre. Y yo, tengo que ir a buscar un pedido a los callejones. Nada que se escape de mi rutina.

El carruaje se detiene.

La entrada a los callejones es bastante transitada y hoy no es la excepción. El cochero me ayuda a bajar y regresa a su lugar.

Se alejan.

Avanzo entre las personas. La cotidianidad se ha visto afectada por los últimos eventos, se siente la tensión, la desconfianza de que cualquiera de las bestias que puedan estar circulando entre los callejones pueda perder a sí misma.

El puesto del cuervo no está muy lejos, a mitad del callejón principal y nunca expuesto al público. Me detengo al ver la imagen de un cuervo de ojos rojos tatuado en los ladrillos de la pared. Algo así como el hombre tallado en la puerta del sótano, este lugar me eriza la piel. No mi lugar preferido para venir por los mandados de mi madre.

Doy un golpe, y los ojos se mueven hasta mirarme fijamente. Cada vez que hace eso me pone nerviosa. Los ladrillos comienzan a moverse hasta formar una abertura por la que puedo pasar. Miro a mi espalda y me encuentro con la mirada de un hombre calvo, es joven e intenta mezclarse entre los demás, pero él no pertenece a la ciudad, o por lo menos no es alguien que frecuente los callejones. Todos los que vienen a este lugar conocen al cuervo, y él se parece impresionado por la rasgadura en la pared que se ha creado para mí.

Qué extraño y fascinante a la vez.

—Entra niña —ruge una voz desde el interior que me encrespa la piel. Algo que ocurre cada vez que vengo. El único lugar donde me siento cómoda por decirlo de alguna manera es en la tienda del señor Henry, del resto cada lugar a donde mi madre me envía por sus recados tiendo a repelerlo con la reacción de mi cuerpo.

Hago lo que dice. Los ladrillos cierran la entrada a mi espalda. Avanzo con cuidado hasta una puerta de vidrio que ya se encuentra abierta para mí. Este lugar es muy parecido a la tienda de antigüedades de Henry, a diferencia de su dueño y uno que otro artilugio.

El hombre que sostiene la puerta es muy alto, me atrevo a decir que supera los dos metros de altura y es extremadamente delgado. Vestido con unos pantalones de lino negro que lo cubren hasta por debajo de las rodillas, y una holgada camisa del mismo color. Sus manos parecen las patas de un ave, con solo cuatro dedos muy separados. Ojos rojos y donde debería tener cabello solo encuentras plumaje negro.

El hombre cuervo es una criatura que se alimenta de la muerte. Es espeluznante. En su pierna derecha tiene una marca que siempre me ha causado curiosidad, pero nunca me he atrevido a preguntar. Es una estrella de cinco puntas con una serpiente de dos cabezas entrelazadas, una de ellas reposa en un brazo de la estrella y la otra cuelga en medio a escasos centímetros de tocar el círculo que lo envuelve todo.

— ¿Conoces a quien estaba mirando? —se aleja de la puerta y va hacia el mostrador a grandes zancadas, donde reposa una caja muy bien envuelta.

Me siento diminuta delante de él.

—No. Nunca lo he visto.

—Tampoco lo he visto, es un forastero —agarra la caja—. Hay que tener cuidado con los forasteros, dile eso a tu madre.

Extiendo mis brazos y sostengo la caja, es más grande de lo normal y está un poco pesada. Incómoda.

—¿Puedes con eso? —pregunta al verme luchar por obtener una posición donde me sea fácil cargarla. Por lo general las encomiendas de mi madre son pequeñas, pero esta se sale de lo convencional.

¿Qué puede haber dentro? Una pregunta que al igual a todas las demás que han surgido durante algunos años se quedará sin respuesta.

—Eso creo.

Paso un brazo por debajo y el otro por encima.

—Bien. Ve directo a casa, lo que llevas es importante para tu madre. Sin desviaciones, niña.

—Sí señor.

Camino hacia la salida.




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