3. 1 Antigua ciudad de Ness
El traqueteo del torno era el único sonido en la habitación, Lewin tenía las manos manchadas y la figura de arcilla en la máquina ya era irreconocible. Se había quedado quieto, mirando el vacío como otras tantas ocasiones. Pensando.
Llevaba en este mundo casi un mes.
En las dos misiones anteriores había conocido a su objetivo de la misión secundaria en cuestión de minutos, esta vez creyó que tendría la suerte de encontrarlo también enseguida. ¿Tal vez era el prometido del contratista? ¿Quizá ese funcionario cercano a la familia? ¿O ese tímido miembro del clero regular que a veces iba a verlo?
Se equivocó.
Cuando 2-2 le contó por primera vez lo que sabían del mundo, se sintió agobiado. No es porque resultara peligroso o extraño en particular, era que… No había información concreta del mundo.
El sistema discutió con él las razones por las que suponía podría deberse esto. La primera posibilidad es que no había información conocida; la segunda es que era clasificada y no tenían acceso a ella; la tercera es que no pudo guardar los datos antes de *beep*; y la cuarta que los *beep* *beep* o *beep*. De entrada podía descartar la última, porque en realidad sólo escuchó pitidos mientras 2-2 hablaba. Del resto no pudo llegar a una conclusión.
De cualquier forma, tenía que atenerse a lo que conocían de boca de Emiú Ko-a, el contratista de este mundo.
Empezando por el hecho de que Ko-a no era su apellido, sino un nombre honorífico que se obtenía de forma hereditaria. Según la información aprendida de los recuerdos del contratista una vez que Lewin llegó, ninguna persona del pueblo tenía apellidos, solo los nobles, el clero y los burgueses que pagaban por el derecho de portar lo que llamaban nombre de honor. Así, la forma en que el contratista se presentaba era "Mi nombre es Emiú, de honor Ko-a".
Los Ko-a eran una familia con un origen muy reciente, de no más de dos siglos. Aunque había quienes los consideraban parte del clero, no se categorizaron junto al secular o el regular, eran un conjunto propio que no respondía a las autoridades eclesiásticas ni estaba obligado a ningún voto. Si se les tuviera que denominar de alguna manera, se diría que eran los representantes de las diosas en la tierra: los ojos de las diosas, con los que observaban todo; los oídos, para escuchar las oraciones; la boca, para juzgar a los mortales.
Según la característica especial con la que naciera un Ko-a, era el lugar que se les daba en la familia. Se decía que Emiú tenía ojos divinos con los que podía ver el destino de la gente.
Con destino no se referían al futuro, sino al pasado. Porque este mundo estaba regido por dos grandes mitos, el primero era referente a las diosas; el segundo, al origen de los humanos. Había libros de historia y religión de cientos de páginas en la memoria de Emiú, pero lo sustancial era que las personas compartían su corazón con alguien más en el mundo. Este vínculo se daba en el origen de cada individuo y es de lo que hablaban cuando decían destino.
No era como un hilo que ata almas gemelas, o que determina el verdadero amor de un individuo, sino una relación metafísica donde uno depende del otro, dos tuercas que tienen que unirse para que un sistema funcione; sin embargo, ellos mismos son el sistema. Se dice que cuando encuentres a la persona que comparte el corazón contigo, las enfermedades o miserias dejarán de existir en tu vida. Todo esto tenía estudios teológicos detrás que fundamentaban la teoría del corazón compartido.
Como alguien que no era nativo del mundo, Lewin era escéptico sobre esto, aun cuando los recuerdos de Emiú favorecen la posibilidad de verdad, se negaba a creer. Era un hombre de ciencia. Incluso si murió y comenzó a viajar por varios mundos, tomando vidas de otras personas prestadas, confiaba que existía una explicación no mágica para ello.
Pero más allá de si era verdad o no, esta identidad como adivino le permitió tocar a muchas personas, importantes o comunes, con la esperanza de encontrar a su objetivo El resultado es evidente: no estaba entre ninguno de los que fueron a visitarlo.
Por otro lado, en lo que respecta a la vida del contratista, fue criado como cualquier otro de los Ko-a, aprendió alfarería y su ritual para mostrar el destino de las personas guardaba relación con ello. Tenía veintisiete años cuando murió.
El torbellino de problemas empezó un mes antes: primero, el príncipe soberano era su prometido, pero tenía un amor de la infancia con una hija noble del ducado cercano, así que estaba buscando cancelar su promesa; segundo, las personas de la ciudad de Ness desaparecen de forma inexplicable; tercero, corría el rumor de que algunas personas querían irrumpir en el castillo de Ness, despertando el temor del pueblo por la supuesta maldición que caería si alguien profanaba el lugar de entierro de la última Reina; por último, una ola de asesinatos con una firma muy peculiar: a los muertos les faltaba el corazón.
Emiú acababa de descubrir que su familia podría saber la verdad detrás de los asesinatos, o incluso ser los culpables. Quería contarle al príncipe lo que escuchó, como cuestión de principios sociales y morales, así como por confianza y amor. Porque Emiú Ko-a amaba a Sham Lú-a. No obstante, antes de llegar a su palacio fue interceptado por una figura encapuchada. No tenía idea de quién lo mató, pero la puñalada en la cavidad torácica le hizo intuir lo que seguía. Le arrancarían el corazón.