Lewin tuvo una pesadilla en la cual 2-2 lo enviaba a un mundo con bajo desarrollo donde tenía que usar incómodas prendas hechas de lana y calzas, sin ropa interior. Además, había un niño que le recordaba a su hijo en el mundo pasado, pero él...
—¡Está despierto! —exclamó alguien muy cerca de su oído.
Oh, al parecer no era un sueño.
Después de escuchar la voz a su lado, sintió que su mente regresaba a su cuerpo, le dolían todas las extremidades y su corazón estaba en especial dolorido, era un malestar físico y la piel en esa zona le ardía. Su cerebro palpitaba, aún con vestigios de migraña y un pitido zumbaba en su oídos. ¿Por qué se sentía tan mal?
«¿2-2?»
Entonces recordó. Ese bastardo me dejó como trapo viejo y huyó, pensó con seguridad; aun sin las emociones activadas, su sistema era un perro astuto.
Cuando abrió los ojos se asustó pensando que estaba ciego, luego recordó... De hecho Emiú lo estaba, al menos el rojo no veía, y aunque el azul a la derecha era miope y sufría acromatopsia, en un día normal podía ver los alrededores; pero en momentos como ahora, con suerte y distinguía siluetas.
Abrió la boca, para preguntar lo que pasó, pero su garganta estaba tan seca que no pudo evitar toser antes de emitir una sola sílaba. Por la fiebre y el sudor antes de desmayarse, supuso que se había deshidratado.
—Tranquilo, bebe un poco de agua.
El hombre a su lado lo ayudó a sentarse con cuidado, pasando un vaso de madera lleno de agua, Lewin se obligó a ignorar el hecho de que estaba un poco turbia. Cómo extraño los sistemas de drenaje.
—¿Cuánto tiempo he dormido? —preguntó con voz ronca y baja después de humedecerse la garganta.
Fue sólo en ese momento que su vista se aclaró y pudo distinguir a la persona que tenía a su lado. Mierda. Era Fereo Ne-a, con una mirada llena de preocupación y dulzura. Lewin se alejó en lo que creía era un movimiento discreto, pero alcanzó a percibir el dolor cruzando las pupilas verdes del monje.
Sentía que era una persona cruel, ¿pero cómo iba a saber que sólo por tocar a alguien este terminaría enamorado?
—Ha pasado medio día —respondió Fereo.
Sólo medio día, ¿entonces por qué sus músculos se sentían tan rígidos? La pesadez en su cuerpo también le daban ganas de quedarse acostado para siempre.
Escuchó pequeños pasos corriendo hacia su habitación y enseguida observó la figura de Elís acercándose a su cama. Quería decirle que se acercara a darle un abrazo, pero sus brazos dolían demasiado como para mover un solo dedo, sin embargo, el pequeño pareció entender, porque se subió a su cama y rodeó su cintura.
—Un abrazo quita los dolores del alma, el cuerpo lo alcanzará después —le dijo Elís después de separarse de su cuerpo.
Genial, voy a llorar de nuevo. Esa frase era algo que siempre le decía a su hijo cuando le dolía algo o se enfermaba. Lewin contuvo la tristeza con toda la fuerza de voluntad, sintiendo cómo su alma se llenaba de calidez y, como si se tratara de magia, su cuerpo dejó de sentirse pesado y el ardor se volvió mucho más soportable.
Se acomodó en la cama con sus fuerzas renovadas y le dedicó una amplia sonrisa al pequeño.
—Tienes razón —gesticuló.
A su lado, Fereo se puso de pie, parecía incómodo, pero la tendencia de Lewin a creer lo peor de las personas le hizo pensar que quería llamar la atención.
—¿Ya te vas? —lo corrió con lo que creyó era sutileza.
Con una sonrisa amarga el otro asintió y salió de su habitación.
—¿No te agradaba? —cuestionó Elís.
Así era. Al menos al Emiú original le agradaba este monje, que mantenía la distancia de la gente y no era en absoluto entrometido. Además, servía a su diosa favorita, Lunn.
Este era otro tema que Lewin encontraba sospechoso. Y es que los Ko-a no podían permitirse la dicha de escoger de quién serían siervos: eran esclavos de todas las diosas. Así que, aunque Emiú detestara la ideología de Luzz, todavía debía rendirle homenaje cada día.
—No me desagrada —respondió al niño y acarició su cabeza—. Es solo que no lo considero un amigo, ¿qué me dices tú? ¿Yo soy tu amigo?
Beren siempre le respondía: "¡No! ¡No podemos ser amigos! ¡Tú eres mi papi y yo soy tu bebé!". Lewin sonrió ante su recuerdo, pensando que era verdad, al pequeño de cuatro años le encantaba presumir que era su papá, más cuando se enfrentaba a las miradas de sorpresa de otras personas por la revelación de que Lewin era en realidad omega. Esperó la respuesta de Elís, deseando confirmar una teoría que hacía que su corazón se llenara de angustia y entusiasmo en la misma medida.
No obstante, antes de que el niño pudiera comunicarle nada, alguien entró en la habitación con un aire imponente y voz autoritaria.
—Emiú. Tenemos que hablar.
Era su abuela. Es decir, la del contratista. Una mujer de casi ochenta años, con tantas arrugas en su cuerpo como sirvientes en el palacio. Lewin la describe en su interior como poderosa y peligrosa. Elís parecía temerle, porque tembló al verla, se puso de pie enseguida, saludó con respeto y se fue con pasos rápidos.