Aunque Lewin le había repetido varias veces que la pulsera no tenía ningún valor sentimental, Liu Bei todavía se sentía incómodo de que el joven se separara de una de sus pertenencias, por lo que invirtió varios minutos de concentración para deshacer el nudo con el que los extremos del hilo de la pulsera había sido atados y sacó solo una de las cuentas de jadeíta antes de volverla a atar.
—Cambiaremos solo esta, es suficiente para comprar un carruaje y un poco de comida —explicó antes los ojos curiosos de Lewin.
Asintiendo en comprensión, apreció la calidez que sentía cada vez que Liu Bei le dirigía palabras que consideraba amables. Después de saborear el sentimiento, Lewin sonrió y caminó detrás del hombre, que se había acercado a hablar con un campesino que removía el follaje de su carreta para alimentar a su burro.
Liu Bei, que había caminado con seguridad, se detuvo de repente cuando recordó otro hecho problemático sobre sí mismo: tenía un marcado acento al hablar, lo que evidenciaba que era del norte. Aunque no sabía cómo sería la gente en ese lugar, supuso que el rechazo a los extranjeros era un hecho lógico.
2-2 también le señaló la situación a Lewin en su mente, por lo que este tomó la palabra a tiempo y saludó al campesino.
—Queremos comprar un carruaje y comida, ¿sabe dónde podríamos comerciar?
El campesino los miró a los dos de forma extraña y respondió en un dialecto que Liu Bei no conocía. Lewin también tardó en reaccionar, pero, después de todo, su identidad especial le permitía comunicarse en cualquier habla conocida, así que enseguida cambió sus palabras por el dialecto del campesino y pudo llegar a un entendimiento mutuo con la otra persona.
—Podemos ir a la única casa de té en el pueblo y preguntar si tienen un carruaje en desuso que vender —le explicó a Liu Bei después de despedirse del campesino, mientras caminaba en la dirección señalada por el susodicho.
Liu Bei solo murmuró como confirmación, pero su mente había vuelto a divagar en su propio sentimiento de inferioridad.
Ante su silencio, Lewin solo supo imitarlo, haciendo que el trayecto fuera extrañamente incómodo.
—Yo...
—Tú...
Las voces de ambos se superpusieron y detuvieron de repente. Queriendo escuchar a Liu Bei, Lewin guardó silencio de nuevo, pero después de unos minutos supo que el hombre no hablaría primero.
—Yo estaba pensando en ir al norte... —dijo por fin—. ¿A dónde irás tú ahora?
En todo el tiempo desde que se conocieron la noche anterior, no habían hablado sobre a dónde ir o cuáles eran sus planes, solo avanzaban en cualquier dirección que los alejara de la Ciudad Prohibida, porque no sabían qué órdenes dio Sun Hao a sus hombres, y considerando que ya se habían separado, quién sabía si ya eran fugitivos buscados por las tropas imperiales en ese momento. Lewin quería ofrecerle a Liu Bei que lo acompañara a buscar a su hijo, aunque todavía no estaba seguro de dónde o cómo iba a encontrarlo; ni siquiera pensó en si sería molesto para su amante en esta vida si supiera que había tenido un hijo con quién sabe qué persona.
Sin embargo, no esperaba que la sencilla pregunta que acababa de formular hiciera pensar a Liu Bei en muchas cosas, empezando por su impresión de que Lewin insinuaba que debían tomar caminos diferentes, hasta que lo despreciaba por su débil situación actual.
—Regresaré a Manchuria —respondió en un tono seco e infeliz.
Manchuria también estaba en el norte, así que Lewin entendió de sus palabras que iban en la misma dirección. Le dedicó una sonrisa a Liu Bei, creyendo que habían llegado a un acuerdo, pero el hombre solo lo miró con frialdad antes de girar la cabeza hacia el otro lado.
«¿Por qué siento que está molesto?» Cuestionó con incredulidad al sistema.
【Porque lo está.】
«¿...?» ¿Y por qué 2-2 le da la misma impresión?
El conejo sacudió su rabo con molestia dentro de la madriguera hecha de datos, ignorando la expresión tonta de su maestro. Por segunda vez en su existencia, confirmó que no tenía la paciencia para cuidar de alguien con el cerebro dañado.
—¿Un carruaje? —preguntó el dueño de la casa de té después de que le explicaron su situación—. Lo siento, no hay ninguno, pero puedo darles ese si les sirve.
Ambos miraron en la dirección que señalaba, encontrando a un burro comiendo del forraje que estaba sobre una carreta. La cara de Liu Bei se tornó dudosa, pero a Lewin le pareció que era suficiente.
—Un comerciante quería comprar al burro para ejiao (1), así que deberían ofrecer el doble si también se lo quieren llevar.
Esta vez, Liu Bei expresó su insatisfacción con palabras, declarando que buscarían con quién negociar en otra parte.
—Como quieran —. El dueño de la casa de té sacudió su mano con indiferencia—. Pero no van a encontrar a nadie por aquí dispuesto a vender sus carruajes; al menos pedirán diez de esas —sentenció, señalando la cuenta de jadeíta en la mano de Lewin.
Liu Bei frunció el ceño con impotencia, sin decidir entre dejar que Lewin gastara más por la comodidad o conformarse con la carreta vieja. Sin embargo, el otro tomó la decisión por él.