Desde pequeña me habían enseñado que tenía que ser una niña bueno, que así Dios me recibiría con los brazos abiertos al morir.
Me hablaban de los hermosos seres que habitaban el cielo, que por las noches bajaban para cuidarnos mientras dormíamos.Aquellas entidades a las que llamábamos ángeles.
Dicen que no son muy diferentes a nosotros, pero que algo que los caracterizaba eran sus hermosas alas de color blanco, con las que vuelan por lo cielos. Los ángeles fueron los primeros seres que creo Dios, para hacerle compañía. Había uno que era su favorito, el cual era su primera creación. Después de él vinieron los demás, unos más hermosos que otros, y con un brillo más resplandeciente.
Uno de estos ángeles, el que poseía una de las auras más brillantes, se reveló contra Dios. Junto a un grupo grupo de rebeldes, dando comienzo a una batalla; los que apoyaban al Dios, y los que apoyaban a Lucifer, que era el nombre del ángel.
El cielo salió victorioso de esta batalla, y los ángeles rebeldes fueron desterrados al lugar más oscuro y desértico, lugar que se conocería como el infierno. Donde las almas de los pecadores estarian condenadas al sufrimiento eterno, pagando todos sus pecados con tortura.
El alma de lucifer se había vuelto oscura, y los ángeles que lo habían acompañado en batalla, la mayoría había perdido su belleza, la cual fue reemplazada por un aspecto asqueroso y aterrador. Estos seres se les otorgó el nombre de Demonios, encargados de la tortura eterna de las almas.
De niña esto me aterraba, mis padres decían que los demonios siempre se ocultaban en la oscuridad, esperando a que cometieras algún pecado y llevarte con ellos.
Mis padres me enseñaron a amar a dios, yendo a misa todos los domingos, rezando constantemente por mi alma.
Tenía miedo a la oscuridad, tenía miedo a los demonios. Pero sabía que Dios siempre me protegería.O eso pensé hasta que la enfermedad apareció.
Una mañana a la edad de 11 años desperté con un extraño dolor corporal, y cansancio extremo, a pesar de haber dormido temprano la noche anterior.
Mi madre entro al cuarto como todas las mañanas, y después de allí todo fue borroso.
Desperté poco después en el hospital, me diagnosticaron Narcolepsia, un extraño trastorno el cual la persona poseía desórdenes del sueño, ocasionando que el individuo caiga dormido a cualquier hora del dia.
Al parecer se debió a un fuerte golpe que había recibido un tiempo atrás, pero los síntomas se presentaban ahora.
Los doctores le avisaron a mis padres que tendría que quedarme por un tiempo en el hospital, ya que les parecía extraño que tuviera aquella enfermedad a mi edad. Mis padres aceptaron.
Lo que pensé que iba a ser unos meses se transformaron en años, con constantes revisiones y medicamentos. Mi enfermedad en vez de mejorar solo iba empeorando, podía quedar inconsciente en cualquier momento del día, no importaba la hora, podía despertarme y a los 10 minutos volvía a dormir. En las noches no podía dormir, y esto acompañado de parálisis del sueño y alucinaciones nocturnas, las cuales eran características de la enfermedad.
Lo que más odiaba eran aquellas alucinaciones, eran tan reales que algunas veces me llegaba a orinar del miedo. Las parálisis no se quedaban atrás, sentía un peso encima de mi, como si alguien se me montara encima, obligándome a quedarme inmóvil. Siempre rezaba a Dios para que acabara con todo aquello, pero esos rezos eran inútil, Dios nunca me escuchó.
Mis padres casi nunca iban a visitarme, solo sabía que pagaban constantemente el hospital, pero de allí no supe nada más de ellos.
Mi compañera de cuarto, era una señora ya mayor, la cual los hijos tampoco venían a visitarle, al parecer tenía una clase de cáncer en la piel, el cual la obligaba a pasar largos exámenes y cirugías muy dolorosas.
Esa señora siempre rezaba por las noches, era una persona muy buena, con una sonrisa en sus rostro. Lo malo era que cuando las enfermeras escuchaban sus rezos, se burlaban en voz baja, aprovechándose de la sordera de la mujer, y mis "desmayos" constantes, donde pensaban que perdía la conciencia decían algo como: "Pobre mujer, siempre está rezando a Dios, ¿Cuando se dará cuenta de que no existe y de que no saldra de aqui?", para después reírse, provocandome a veces arcadas del asco que ellas me daban.
Yo ya sabia que Dios no existía, ya me habia dado cuenta. Tantas muertes ocurridas en el aquel lugar me hicieron darme cuenta. Pero no quería escucharlo, una parte de mi no quería aceptarlo aun,no después de todo lo que me habían inculcado.
Ya había perdido la esperanza de curarme y salir de aquel lugar, ya me había rendido cuando supe que mis padres no me visitarían otra vez. Solo esperaba el momento, en el que me durmiera, y no despertará más.
Aquella noche estaba lloviendo, la habitación era iluminada por la farola que se encontraba en el exterior, era un brillo leve, pero agradable. Otra noche en la que me era imposible dormir.
La señora a mi lado dormía profundamente, ojalá pudiera dormir así como ella...o al menos dormir de noche y estar despierto de dia.
Las gotas caían por las ventanas, era una agradable vista, y la habitación era reconfortante.
Cerré los ojos, para poder conciliar el sueño. Pasaron algunos minutos cuando el gran reloj que poseía el hospital sonó,marcando las 12:00 am.
Un escalofrío recorrió mi columna, ese extraño sentimiento de estar siendo observada. Me quede quieta en mi lugar, intentando ignorar esto, posiblemente eso fuera otra de mis alucinaciones.
El aire en la habitación se sentía pesado, intente controlar mi respiración ante el nerviosismo, sintiéndome inquieta.
Las cosas empeoraron cuando un ruido que se asimilaba a pasos empezó a oírse, ¿Alguna enfermera de turno entro a la habitación? no, no había escuchado la puerta abrirse.
¿Que era eso que estaba allí?.
Aquella "presencia" generaba un ruido extraño a lo que supongo era caminar. Sonaba como pezuñas, como si un animal estuviera en la habitación, pero había algo extraño. Era como si el animal caminara en dos patas.