Entre Ángeles Y Demonios

GUERRA EN LAS ALTURAS

CAPITULO IV

Guerra en las alturas

 

     Miguel pidió permiso para llegar al trono de Dios, una vez en el lugar, se postró ante su creador y en total sumisión le contó a Dios de los rumores sobre Luzbel y la rebelión; y su seguridad de que estos eran ciertos, aun cuando personalmente se lo hubiera negado. Pero el Señor le respondió que lo sabía.  Lo sabía desde antes de que incluso se gestara el primer ápice de maldad,  en su hermosa creación. 

      Miguel no entendía  cómo sabiendo,  no obraba para detener aquello y aunque no dijese nada, el Señor de los cielos, conociendo de los pensamientos del arcángel le respondió: "Le hice magnífico,  todos ustedes lo son, en virtud de sus individualidades.  Nunca quise un universo de marionetas que se movieran solo por mi voluntad,  de haberlo querido así,  así lo habría creado. Pero sus decisiones son suyas, al igual que tus decisiones mi querido Miguel, son tuyas. Es mi regalo, mi verdadero regalo a la vida. Pero lo que ha de ser será y al final, todo será según yo lo disponga, entonces, cuando llegue ese tiempo, cada quien deberá dar cuenta de sus actos ante mí,  y en un futuro, ante mi hijo a quien conocerás cuando llegue el momento, por cuanto él ya existe en mí desde el comienzo. Te dije a ti y a tus hermanos, que un día llegaría en el que deberían defender el reino de los cielos de una terrible maldad; ese momento ha llegado. Se aproxima una guerra en la que tú me representarás y yo he dispuesto que ganes, aunque él costo sin duda te resulte alto".

-Pero mi señor, aleje de mí la ignorancia para comprender por qué hacen esto, si usted nos ha dado todo.

-Porque así debe de ser mi querido Miguel. La luz por sí sola no tiene propósito,  pero cuando llevas la luz a un lugar oscuro y lo iluminas, entonces todo cambia; finalmente la luz tiene propósito, que no es otro que vencer a la oscuridad. Y en verdad te digo, que quien no ha conocido la oscuridad,  no puede valorar la luz. Pero en tu caso, tú no necesitas valorarla, porque tu propia alma está creada de luz y serás tú quien venzas sobre la oscuridad. Ese es tu propósito mi muchacho.

      Entre tanto Luzbel y su séquito comenzaron a moverse a toda prisa, reclutando miembros para su causa. Algunas veces eran ciertos ángeles quienes habían escuchado el rumor de la rebelión,  quienes se acercaban a él para unirse. Otros tantos eran atraídos con engaños; una de las mentiras más comunes era la visión del ser que se llamaría hombre,  que Dios había compartido con él. Hacía creer que Dios pensaba destruir a los ángeles y sustituirlos por ese ser inferior. 

      Decía que aquella decisión se basaba en que Dios reconocía la grandeza de los ángeles y quería acabarlos, para poner en su lugar a un ser inferior, que no fuera capaz de competir con él, que no pudieran hacer las maravillas mejores que él, lo que en virtud de sus palabras, ellos eran capaces y Dios no quería competencia. 

      Llegó a decirles a otros que recrearían un mundo celestial nuevo, donde todos fueran iguales y ninguno debiera someterse a la voluntad de otro. Si Carlos Marx creyó que había inventado el concepto del Marxismo, debe haberse sentido decepcionado cuando llegó al infierno y descubrió que el diablo lo había inventado millones de años antes que él. 

      Al mismo tiempo, Miguel se dio a la tarea de reunir a las fuerzas leales al creador. Eran mucho más numerosos, pero él sabía que los números que le faltaban al enemigo, lo compensaban con ferocidad y fuerza. Si Luzbel ha sido la obra magnánima del Señor, ¿quién podría hacerle frente? Pero el padre le dio la orden y él jamás se atrevería a contradecirlo. 

      Algunos ángeles leales sentían temor del enemigo, se preguntaban por qué Dios no ordenaba la desintegración del maligno y su ejército.  Con sólo ordenarlo, se haría una realidad y les evitaría el sufrimiento de una batalla, que se presagiaba dolorosa y terrible, casi al borde de la imposibilidad. Todos sabían en sus corazones que Miguel no era rival para Luzbel.

      Y entonces llegó la hora en que los vigías sonaron las trompetas. El maligno se reunió con su ejército en las afueras del reino. Su presuntuosidad le hizo estar seguro que al concluir la batalla, él se hallaría sentado en el trono de Dios, dirigiendo al universo.

     La sola visión de aquella formación bélica, cuya intención era tomar por asalto al reino celestial para imponerse a ellos mismos como la nueva autoridad universal, era francamente aterradora; aun así se formó frente a ellos el ejército del Señor. Antiguos amigos, antiguos hermanos, antiguos maestros y discípulos ahora se confrontaban unos contra otros. 

      Pero el bando de la rebelión ya no era el que fue… todos habían cambiado. Luzbel ya no era ni lo sería más.  Su belleza se esfumó y la de todos ellos. Habían salido de la gracia de Dios y se habían convertido en las abominaciones que sus corazones corrompidos habían creado. 

      Gabriel a la derecha de Miguel le dijo que cuando quisiera, diera las órdenes.  Entonces este último se volteó y dio un breve discurso a su ejército: "Sí Dios conmigo, quién contra mí,  porque aunque camine por valles oscuros no temeré al enemigo,  porque la gracia de Dios blandirá nuestras espadas y nos dará la victoria para su gloria y su grandeza. Porque así lo ha dispuesto aquel que con gloria y majestad vive y reina hasta el final de los tiempos, y nosotros tenemos el honor, el altísimo honor, de ser su instrumento para luchar contra el mal… ¿Quién está conmigo?"




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