CAPÍTULO V
Una historia a cuestas
Rajiv despertó en el desierto con la noche y su oscuridad. El sol, el ardiente y abrasador sol se había ocultado y ahora contaba con el respiro de la noche. Le pareció increíble el sueño que había tenido. En especial porque ni siquiera era cercano a la religión cristiana, pues Rajiv, como la gran mayoría en el mundo árabe, pertenecía al Islamismo.
Se puso de pie y se sacudió el polvo, hizo una reverencia a Alá y se puso en marcha. Aparentemente los combates habían cesado porque la noche había quedado en penumbra y silencio. De cualquier modo estaba claro que debía ser cuidadoso, el enemigo seguía en la zona y si le capturaban, seguramente le martirizarían hasta matarlo.
Mientras caminaba se dio cuenta de que sus heridas habían desaparecido. Tampoco experimentaba fatiga; estaba seguro que podía correr, atravesar aquel desierto en la noche y aun así no se cansaría. De pronto un frío recorrió su espalda. Un pensamiento se apoderó de él: "La savia de la vida". ¿Acaso había sido realmente un sueño? ¿Sería posible que todo el recuerdo de ángeles y demonios reunidos en una taberna mágica hubiese ocurrido de verdad?
Corrió más de veinte kilómetros en la oscuridad, tratando de evitar las patrullas y los campos minados. Si era verdad que había tenido aquella experiencia espiritual, lo menos que quería, era desperdiciar esa segunda oportunidad de vida que Alá le había brindado.
-Seré mejor, seré más fiel, seré todo aquello que Alá espera que sea para su gloria y su grandeza. Haré sentir orgulloso al profeta. Terminaré con la oscuridad y me dedicaré a la luz.
Rajiv estaba convencido de que su vida a partir de ese día, debía tener un nuevo significado. Llegó a casa de Rojham y llamó a su puerta, tratando de no hacer más ruido del necesario, para no despertar a nadie. No quería ser visto. Su emoción era tal, que no se percató de que los perros no habían ladrado como solían hacerlo.
Nadie abrió la puerta, así que intentó forzarla y esta cedió con facilidad. Una vez dentro, observó la casa en penumbras, no había ni una vela o bombilla encendida en todo el lugar. Empezó a avanzar tanteando con sus manos, hasta llegar a la habitación de su amigo.
Le llamó varias veces en voz baja sin obtener resultados. Prácticamente no podía ver, la ventana estaba cerrada a pesar del calor en el lugar y por eso decidió ir a abrirla, convencido de que al menos la luna brindaría un poco de claridad, pero en el camino se tropezó con algo y cayó.
De inmediato se percató de que el obstáculo era un cuerpo inerte y bañado en sangre. Se incorporó apoyándose en la cama, donde halló un segundo cuerpo también inerte y de pura reacción salió corriendo del lugar, a medida de que se tropezaba, caía, se levantaba y volvía a tropezar.
Tomó las llaves del automóvil de su amigo y se subió a él, lo puso en marcha y salió a toda prisa, echando abajo la barda con el vehículo que acababa de abordar. Salió del pueblo y tomó el camino sin asfalto, que conocían como la carretera del final de la tierra, porque a través de ella era posible llegar hasta el mar.
No tenía más amigos en ese sitio que Rojham y al parecer le habían matado. Seguramente a su mujer y a sus hijos también. Quizás el ejército del dictador lo había relacionado con las milicias y lo habían ejecutado. ¡Malditos bastardos! Pensó en su interior.
Debía llegar al pueblo costero de Meribari, allí un hombre con el que había hecho un acuerdo le sacaría en un bote. Con suerte podría llegar a Egipto y comenzar de nuevo, tener la vida diferente que se había propuesto. Veinticuatro horas antes, él y su grupo hicieron las plegarias a Alá, revisaron su equipo y se marcharon a cumplir su misión. Si algo les pasaba, debían dispersarse y acudir discretamente a la casa de sus respectivos cuidadores. En su caso en particular, eso implicaba ir a por la ayuda de Rojham.
Había hecho todo cuanto debía, pero ahora lo que había sucedido lo cambiaba todo. Ya no tenía deuda alguna con esa gente más que con Alá. Su esperanza era llegar a Meribari y conseguir transporte a Egipto. Después de todo, Malí le estaría esperando para comenzar una vida.
¡Oh! Malí, ella era un oasis en medio del desierto que había sido su vida. Desde que nació y tenía uso de memoria, su vida había sido un sufrimiento. Su padre se marchó cuando él apenas era un niño. Sólo venía de vez en cuando para llevarle dinero a su madre, lo cual era mucho menos de lo necesario. Y unos días más tarde, se volvía a marchar con el mismo misterio con el que había llegado.
En una oportunidad escuchó a su madre llorar debido a la noticia de que su padre ya no volvería. Decían que había sido capturado por soldados franceses, que se lo habían llevado a París, para que se pudriera en una cárcel abarrotada de infieles. Ironías para un musulmán radical, cuya mayor misión existencial, se había vuelto matar a occidentales "pecadores". Ahora esos mismos occidentales lo habían apresado para deshonra del profeta y de Alá.
Su madre se vio obligada a hacer cosas terribles, para conseguir el sustento para ella misma y para él, en una sociedad manejada por hombres y donde una mujer es considerada un ser inferior. Y cuando la verdad se supo, el mismo grupo radical al que pertenecía su padre, el cual jamás les brindó apoyo alguno, un día llegó para ejecutarla por "pecadora" y se llevaron a Rajiv con ellos.
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Editado: 24.06.2023