Cuando Álmiro arribó a la sala de Meditación casi le pareció estar en otro lugar. La luz de la luna en su etapa menguante se colaba por la enredadera del techo y junto con los claros destellos lunares se filtraba el destello turquesa violáceo característico de la luna negra, las sombras producidas por ambos brillos daban un ambiente tétrico al lugar pero del mismo modo le daba una hermosura única. Las hojas del ceibo parecían destellas al igual que el moho de las paredes, algunas luciérnagas sobrevolaban cerca de la cascada y las lianas de la enredadera parecían moverse por sí solas, ya que no corría nada de viento. En medio del salón había unas cuantas ramas y troncos apilados y listos para hacer la fogata.
Cuando Álmiro dejó de admirar las lianas y bajó la mirada, vio que no había tantas personas como él había imaginado, eran aproximadamente unas noventa personas; y allí cerca del ceibo estaban sus amigos y compañeros. Caminó para unírseles pero se percató de que ellos miraban para un costado cerca de la puerta por la que él había ingresado; cuando desvió la vista distinguió que a unos quince metros de la puerta había tres altares de piedras separos entre sí por un espacio de dos metros, detrás de ellos, y pegados a la pared, había una bandera: el primer altar tenía un mantel negro con llamas rojo brillante bordadas, sobre éste había un rollo de papel similar a un pergamino, y la bandera detrás del mismo era igualmente negra con un cráneo alado envuelto en llamas, le faltaba un pedazo a la parte frontal del cráneo lo que dejaba ver parte de su cerebro intacto dentro y en cuya parte visible había una F grabada al estilo gótico; pero cuando se fijó bien en el dibujo se percató que lo que simulaban ser alas esqueléticas eran en realidad dos manos huesudas cuyas falanges eran anormalmente largas.
El altar del medio tenía un mantel totalmente blanco y apoyado en éste había una bandeja de cristal con muchas pequeñas bolitas puntiagudas dentro, la bandera de detrás era tan blanca como el mantel y bordado en ella había una lamparita cuyos filamentos incandescentes tenían la forma de una P y L superpuestas, el bordado de la bandera era tan perfecto y misterioso que parecía irradiar luz de la lámpara encendida.
El tercer altar tenía un mantel de color azul marino muy oscuro, casi rozando el negro, y sobre ésta había una esfera de cristal de unos treinta y cinco centímetros de diámetro y en cuyo centro se veía otra esfera más pequeña de unos cinco centímetros de diámetro que contenía una sustancia que, a la distancia, Álmiro no pudo identificar; detrás del altar había una bandera del mismo color que el mantel pero ésta tenía bordado a un niño de no más de cinco años, con un rostro lúgubre y una sonrisa extremadamente perversa, con sus pies juntos y sus brazos extendidos simulando estar crucificado en el aire, éste sostenía en cada mano un hierro ardiente, el niño no llevaba ninguna prenda en la parte superior; y en su pecho, como hecho con un cuchillo, tenía grabado una O mayúscula al mismo estilo gótico que la primer bandera, y derramaba unas cuantas gotas de sangre.
−Esa imagen es bastante escalofriante. − Álmiro dio un pequeño salto hacia un costado al sentir, repentinamente, la voz de Eshia a su lado.
−Sí, pero... − Álmiro volvió su vista a los altares − ¿qué son?
−Son las hermandades de acá. Son, algo así como las fraternidades de una universidad. Nunca pensé que nos fueran a elegir para ver a cual podríamos pertenecer, son muy pocos los cupos que abren cada año y no a todos se les permite postularse.
−Yo nunca me postulé para nada. − Se excusó Álmiro.
−Al aceptar venir se consideró como postulación y al ingresar acá se confirmó la misma. − Comentó Ariel detrás de él.
− ¿Hermandades? − Intervino Darío.
−Sí verás... − pero Eshia no pudo seguir su explicación porque en ese momento ingresaron varias personas y todo el bullicio de ahí se calmó.
La primera chica en ingresar fue una alta y de cuerpo fuerte, cabello rojizo y lleno de rastas que le quedaban bien a sus delicadas facciones, su mirada era firme y penetrante aunque el gris pálido de sus ojos parecía aparentar otra cosa; detrás de ella venían otras cinco personas más: cuatro hombres, tres de cabello oscuro y cuerpo fibroso y uno de cabello rubio e igual contextura física que los otros, y una mujer de cabello negro corto. Los seis se acercaron hasta el primer altar y se pusieron atrás de éste y antes de la bandera: la pelirroja de rastas era la más próxima al altar, un paso más atrás de ella se pusieron la mujer a su derecha, un hombre a su izquierda y otro hombre en medio pero un poco más atrás del hombre y la mujer, y detrás de éstos se colocaron los otros dos sujetos.