Era el sexto día de diciembre y el primer domingo del mes, cuando Álmiro se despertó a las cinco de la mañana sin poder dormirse. A última hora del sábado Lábiro había ido hacia su cuarto para comunicarles que el martes se marcharían.
Mientras estaba durmiendo se había percatado que eran sus últimos días en la Caverna de Acero y sobre todo sus últimos días con Emaniuel, Ariel, Jesica y Eshia con los que había logrado entablar una buena amistad en el mes que llevaba allí. Se levantó de la cama y fue al baño para lavarse la cara, se detuvo un momento contemplando su rostro en el espejo; tratando de no despertar a nadie Álmiro salió de la habitación y caminó unos pasos hasta sentarse en el borde de la fuente del medio del patio, mientras contemplaba el cartel de la puerta de enfrente a la suya: "Registros Sanguíneos De Linajes" comenzó a escuchar el sonido como de personas peleando, trató de buscar con la mirada pero estaba solo allí afuera.
Con curiosidad comenzó a caminar buscando el origen del sonido, llegó hasta la torre del reloj y se dio cuenta que el sonido provenía de más allá del comedor, continuó hasta llegar a una esquina por donde nunca había ido y dobló por ella; era una calle similar a un pasillo había más puertas de habitaciones a ambos lados pero eran menos que en la calle principal de La Caverna; al final de ese pasillo había una reja de acero con un cartel grabado sobre la fachada encima pero no lograba verlo, cuando se acercó, se dio cuenta que a los costados de las rejas, y sobre dos grandes columnas, había dos gárgolas de piedra de cuerpo entero y en cuclillas: la cabeza era como de un simio pero con filosos colmillos sobresaliéndoles por la boca, tenían orejas y alas como de murciélago, el cuerpo era de un gorila perro las garras en sus manos y los pies le pertenecían a un fuerte águila; el malévolo rostro de las estatuas parecían estar mirándolo con recelo. Un escalofrío lo hizo estremecerse y decidió no acercarse más por las dudas, cuando sacó la vista de las estatuas se percató que el sonido de las peleas venía de allí dentro; miró hacia arriba, entre las dos gárgolas, y leyó el cartel mentalmente.
−La Villa Mixta. − Dijo una débil voz detrás de él.
Asustado Álmiro se volteó y vio a un estropeado anciano con la cara triste y sumida, era Fausto que estaba más delgado que la última vez que lo vio, hacía casi ya un mes.
−Disculpe solo sentí curiosidad por esos sonidos. − Se excusó el chico.
−Es normal. Verás, los Mixtos no solo reciben un fuerte entrenamiento por parte de nosotros sino que como recompensa por ello tienen una villa para ellos solos. Allí tienen una casa propia cada uno, un gimnasio, un pequeño lago y un claro por el cual entra la luz del sol y pueden ver las estrellas y la luna. − Le explicó el anciano tratando de forzar una dulce sonrisa que no le salía.
−Vaya... sí que es grande todo este lugar, hasta hay una cárcel acá abajo. − Agregó Álmiro.
−Esto es enorme, mi familia lo construyó hace cientos de años. Cuando llegaron vieron que estábamos rodeados de sierras ¿verdad? − Le pregunto Fausto haciendo una pausa para verlo asistir con la cabeza. − Bueno, esas sierras no son naturales, todo este lugar, toda estas tres mil quinientas hectáreas de sierras forman parte de la Caverna de Acero, son enormes hangares metálicos que con el correr del tiempo el viento los fue llenando de tierra; pero son muy antiguos, tanto que no hay registro alguno que demuestre que esto, antes de la llegada de mi familia, fuese una depresión geográfica.
−Sí que su familia es antigua. − Le dijo Álmiro e hizo un paso para atrás sin darse cuenta. En eso sintió el ruido como de piedras moviéndose y al darse la vuelta vio que una de las gárgolas tenía la cabeza movida levemente para donde él estaba. − ¿Pero qué...?
−Ten cuidado, niño. − Le advirtió Fausto. − Esas estatuas no son objetos decorativos, en su interior poseen energía negativa y la débil esencia de un demonio, así como también una única orden que ellos siguen hasta el fin de los tiempos. Solo los Mixtos pueden atravesar estas rejas. Ni siquiera a mí se me permitiría pasar, si intentara hacerlo éstas gárgolas me advertirían: la primera vez verbalmente, la segunda vez una de ellas se levantaría para rasguñarme y si a la tercera vez no te fuiste... te matan.
− ¿Son cazadores de demonios y usan a demonios para crear estos... porteros? − Dijo sorprendido Álmiro.
−Como habrás notado, tus ojos no cambiaron de color, por ende no son dominios enteros o malignos. La esencia demoníaca en ellos más la energía negativa es lo que les da vida, por así decirlo, pero no son demonios en sí. − Le aclaró Fausto.