A Ingus se le dificultó localizar al Peón, le llevó mucho tiempo y los siete segundos en que logró identificar el mundo en el que estaba, lo habían dejado extenuado hasta desmayarse. Por lo menos le había dado a Julian lo que necesitaba: su próximo destino, la tierra de los Mayalles.
Esperó la hora a la que podía partir y dejó el Imperio Negro en cuanto pudo. El vistazo que Ingus le había revelado, le hizo saber que la Peón estaba sola en la Tierra, ¿En qué estaban pensando las Piezas Mayores al dejarla a su suerte? Era natural pensar que la Reina la mataría o mandaría asesinar antes de que se nombraran a los otros Guerreros. ¿O acaso querían castigarla por la muerte de sus compañeros y creían que merecía morir también?
Cuando aterrizó era de noche en aquel lugar. Estaba fuera de la ciudad y a sus oídos llegaba música y sonidos de risas.
-El festival, - murmuró por lo bajo. - Shh, - tranquilizó a su Caballo quien alzaba y bajaba sus patas, inquieto por la cantidad de agua cercana a ellos. ¿Estaría la Peón en el festival? ¿divirtiéndose poco después del asesinato de sus compañeros? O quizás estaba ahí para olvidar… Nada mejor que un lugar lleno de luces, ruido y entretenimiento para olvidar la melancolía y el sufrimiento.
Su caballo relinchó, alertando la aproximación de alguien y quién habría de ser más que la persona misma en la que él estaba pensando. La Peón se veía diferente a cuando la vio las primeras dos veces, no llevaba el uniforme y su cabello estaba recogido, pero reconoció esa tez pálida y pequeña figura corriendo. Buscando algo. ¿A él?
No estaba sola, había un joven que llegó a su lado, se dijeron algo y Julian sintió la necesidad de hacer saber su presencia así que salió de detrás de las rocas, justo frente a ellos.
-¡¿Es...es… es el Caballero Negro?! - chilló el Mayalle temblando mientras se acobardaba detrás del Peón.
Ambos retrocedieron, el Mayalle casi tropezando; el Peón se puso de inmediato frente a él como gesto de protección y sin darle la espalda al Caballero, dio unos pasos atrás hasta que estuvieron en el agua.
Inteligente. Sabía que el caballo no entraría ahí.
-¿No lo habías herido mortalmente? - preguntaba el Mayalle en su torpe retirada. - ¡Pensé que estaba convaleciente! ¡¿Qué está haciendo aquí?! ¡Y está ileso! Excepto por su cicatriz… que de alguna manera… lo hace más... intimidante. - Su voz se acalló cuando vio a Julian desmontar y desenvainar su espada. Sin saber por qué, el Caballero se sentía irritado ante el comportamiento protector del Peón hacia aquel Mayalle, se sentía como si él estuviera siendo tratado igual que un perro rabioso.
-¿Crees que la simple agua me detendría? - cuestionó él mientras sus botas salpicaban por sus firmes pasos.
Ella siguió retrocediendo; El chico detrás también, a tropezones y caídas.
-¡Espera! - se quejó el Mayalle sin querer moverse un paso por más que la Peón intentara obligarlo. - ¡Hay pirañas aquí!
-Son ellas o un Guerrero Negro - masculló ella.
-Le temo más a las pirañas... - repuso él sin estar completamente seguro
-No deberías.
Julian se acercó lentamente. El Mayalle gimió y el Caballero lo ignoró . - ¿Por qué me curaste? - inquirió cuando estuvo a tan solo un par de pasos frente a ellos. - ¿Por qué me curaste? - repitió alzando su espada aún más.
-¿Por qué no me mataste? - preguntó ella a su vez. - En la Nación de los Angelinos, ¿por qué no lo hiciste?
Él sintió que le faltaba el aliento. - Estaba por hacerlo.
Ella lo miraba desafiante. -Mentira, descendiste tu espada como quieres hacerlo ahora. - Temblaba de pies a cabeza pero era porque sus manos sujetaban detrás de ella al Mayalle intentando mantenerlo quieto en vano.
-No me provoques…
-¿O qué?
Julian estaba acostumbrado a que le tuvieran miedo. El comportamiento que estaba mostrando el Mayalle era el que tenían todos al enfrentarse contra él, pero aquella joven no bajaba la mirada, su voz no temblaba ni sus ojos buscaban una vía de escape. Estaba frente a él, completamente vulnerable pero con una expresión retante en su rostro como si tuviera detrás de ella al más poderoso armamento en lugar de a un joven temiendo por su vida. Como si estuviera lista para derribarlo por sí sola.
Sin embargo, ella había tenido razón. Su instinto de Caballero hacía mantener siempre la espada en alto, pero en ese instante tenía deseos de bajarla.
-Ay, no. - El Mayalle miraba el agua por todos lados. - ¡Se están acercando!
Una piraña, que tenía diez veces el tamaño de las pirañas en el mundo de los humanos, saltó fuera del agua con su boca llena de colmillos, listos para devorar lo que encontraran, y se dirigía justo al rostro del Peón.
El Mayalle chilló. Julian reaccionó. En un segundo estuvo al lado de la Peón, sujetándola y atrayéndola hacia él. Sintió la pequeña cabeza de ella sobre su pecho al tiempo que de un corte con su espada rebanó en dos a la piraña amenazante.
Los pedazos cayeron al agua y la sangre comenzó a esparcirse.
Dándose cuenta de lo que había hecho, Julian se apartó como si hubiera recibido un choque eléctrico.
-...¿fue mi imaginación? - escuchó susurrar al Mayalle. - ¿O el Guerrero Negro nos protegió? … ¿o mejor dicho te protegió a ti?... Algo me dice que le importa un pepino lo que me suceda a mí.
La Peón lo miraba con una expresión indescifrable. Julian iba a hablar pero otras dos pirañas emergieron del agua y él volvió a protegerla de la misma manera. Cuando los cadáveres de esas tocaban la superficie del agua, el doble de pirañas salían ferozmente y ansiosas por comer. Julian las partió y ocho salieron en seguida.
Cuando despedazó a tres, aún los cadáveres en el aire, escuchó al Peón decir - “b’aq” - La miró, ella no lo había atacado a él sino que con la sangre de las pirañas muertas, hizo agujas de hielo, a continuación susurró: - “ch’ayanik” - y dispersó las agujas, clavándolas en las bestias que quedaban con vida.