Entre ceja y ceja

Capítulo 13.2

Cenaron juntos los tres y hablaron poco. La tensión del momento con Duncan los dejó pensativos.

El pequeño Basti miró a su mamá, luego a Rhett. Desconocía la existencia de este nuevo amigo y comentó:

—Tu amigo ya no se ve tan bravo, mamá. —Ladeó la cabeza—. Rhett es un nombre raro, pero me gusta.

—A mí también me gusta —dijo Rhett.

—Eso no se le dice a una persona, Basti. Aunque lo pienses… —aclaró Farah.

—¿Qué? —El pequeño no entendía.

—Que su nombre es raro, mi amorcito.

—Ah… Perdón, señor Rhett, porque su nombre es raro.

Todos rieron, aunque Sebastián no entendió muy bien el chiste.

—Mamita… Me gusta ese nombre para el perrito que me darás para Navidad. ¿Puedo llamarlo Rhett? —inquirió Basti.

 

Farah carcajeó, miró a su colega, y con una amplia sonrisa añadió:

—No creo que a Rhett le guste mucho la idea, aunque a mí me encanta —le entregó un guiño a su socio.

Rhett rio también con las ocurrencias del pequeño. Y deseó por lo bajo que solo fuera una broma y que no llegara unos meses después para descubrir a un perro con su nombre.

Farah recogió los platos y caminó hasta la cocina. Por otra parte, Sebastián se acercó sin miedo a Rhett y le habló:

—¿Te vas a casar con mi mamá?

Rhett se atragantó con la bebida que tomaba en ese instante y quedó de una pieza, no se imaginó semejante pregunta y menos el primer día.

—Eh… Tu mamá es muy bonita…

—Entonces sí te gusta —dijo y esbozó una amplia sonrisa.

—Déjame terminar, Sebastián. Es muy bonita, pero solo somos amigos.

—Ah… Qué mal.

Hizo una pausa, cubrió un poco su boca con una mano, se acercó a Rhett y añadió:

—Es que estoy buscando alguien que se case con ella, pero el señor Robinson, de Educación Física, tiene novia. Mamá me dijo que era un mirón. ¿Te puedo decir un secreto? —El Espartaco asintió—. Mamita a veces llora en su baño cuando se esconde. Ella no sabe, pero yo la escucho.

Rhett no supo muy bien qué decir. No solía hablar con niños y, menos, por asuntos personales.

—Pero tú la quieres, tu abuelo también, y sus amigos, como yo… —respondió en un intento de amabilidad.

—Sí, todos los días se lo he decido: “Yo te amo, mamá”.

—Pues muy bien, Sebastián, sigue así —lo animó Rhett—. Ah, por cierto, es: Se lo he dicho.

—Ajá… Se lo he dicho. Es que soy un niño y se me olvidan esas cosas. —El pequeño sonrió como si fueran amigos de toda la vida.

Rhett se sintió conmovido al ver cómo Basti entregaba una amistad libre e incondicional. Apenas lo conocía y le contaba sus secretos, parecía apreciarlo. Y por un instante, deseó poder amar así.

Sebastián le mostró a Rhett sus juguetes, mencionó sus nombres, uno a uno. Farah se asomaba de vez en cuando.

—¿Ves esta marca en Punisher? —Basti señaló un gran peluche, un dinosaurio verde, y comenzó a narrar—: Quería ver qué tenía por dentro. Lo quemé, pero quedó un hoyo y lloré y lloré. Se le iba a salir la vida por allí. ¡Se iba a morir!, pero mi mamá lo salvó.

—A acostarse, Basti —dijo Farah, interrumpiendo la conversación.

—Pero iba a jugar con tu amigo —Puso ojos de súplica.

—Es tarde, y Rhett está cansado —replicó Farah.

Su madre buscó un pijama en uno de los cajones de ropa y se la entregó. Basti se retiró al baño para vestirse y asearse antes de dormir.

—Gracias, Rhett —comentó Farah—. Al menos así se le olvidará, por un momento, todo lo ocurrido hoy.

—Para eso están los amigos —replicó el Espartaco.

El pequeño salió del baño dando saltitos.

—¿Podemos leer un cuento? —inquirió Sebastián.

Farah miró a Rhett, esperando su respuesta.

Él asintió y Sebastián se alegró, aplaudiendo.

Ya acostado en su cama, Sebastián se preparó para escuchar. Rhett eligió un libro grueso y se comprometió a regresar para continuar la historia. Al terminar, se despidió, y justo antes de cerrar la puerta, Sebastián le dijo:

—Eres mi buen amigo, Rhett.

—Sí, Basti —replicó y alborotó el cabello del niño.

Entre sus planes estaba ganarse al pequeño. Recordó haber pensado: “Es más fácil conquistar a una madre soltera, si te ganas a su hijo”. Sin embargo, sintió que no fue el caso. En sus planes, no imaginó que contaría cuentos ni que se sentiría así.

Al ir a la sala, Rhett observó la casa. Estaba llena de vida, dibujos de Sebastián por todos lados, flores, plantas bien cuidadas y mucho color. Nada parecido a la impersonal decoración minimalista del departamento que compartía con Max; sin fotos, sin colores, sin recuerdos. Se lamentó por un instante de alterar el equilibrio del hogar de Farah. ¿Qué problemas generaría haber traído de nuevo a Duncan a sus vidas? Entre lamentos pensados, Rhett caminó con calma hasta que encontró a Farah tomando una copa de vino.

—¿Quieres? —Ofreció ella.

—¿Me vas a emborrachar? —dijo Rhett, sonriendo.

—Bueno… Primero fui tu novia y ahora tu mujer, supuestamente —Rio—. Creo que tengo todo el derecho.

—No es fácil emborracharme, Farah —Extendió su mano, aceptó la copa servida un poco por debajo de la mitad y le dio un sorbo. Se sentó junto a Farah y comentó—: Es muy simpático tu hijo.

—Sí, lo es… Es muy alegre.

—Lo has criado bien —comentó Rhett.

—Mientras no aparezca la parte que tiene de su papá, todo está bien. Por cierto… Gracias por ayudarme, por estar allí. Duncan está acostumbrado a hacer lo que él quiere. Al menos así lo recuerdo.

 

—Pues contigo no lo hará. No se lo permitiré.

Farah le entregó una sonrisa llena de resignación y sintió gratitud de contar con este nuevo amigo.

—Hoy… Hoy fue un día extraño. Tengo miedo, Rhett… —dijo sin mirarlo.

—¿Por?…




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