Erin salió a la calle, a pesar de la insistencia de Max.
—Me voy a mi casa. Tomaré un taxi —dijo ella.
—No. ¿Qué haces? No entiendo cómo permites que esas tipas te arruinen la noche. ¿Qué importa lo que ellas piensen?
—No se trata de ellas… Se trata de mí. No quiero incomodarte con mis opiniones, Max. Considero que por esta noche has tenido suficiente. Déjame ir, ¿sí? Agradezco que me hayas acompañado. De verdad. —Besó la mejilla de Max y miró la carretera, buscando algún medio para salir de allí.
—¿Entiendes que renté una limusina para buscarte y llevarte? ¿Cómo te vas a ir así? Al menos, permíteme regresarte a casa. Es tarde.
Erin lo miró y se preguntó si, tal vez, a los escort les daban cursos sobre cómo ser caballerosos y considerados.
—Está bien… Tienes razón. Gracias por llevarme —replicó sin dejar opción a nada más.
El viaje de camino al departamento de Erin se desarrolló en el más profundo silencio. Ella miraba, absorta, por la ventana, luchando por contener el tornado de emociones que la sacudían por dentro. Max no sabía qué decir. El reinante mutismo fue roto por el timbre del celular de Erin, pues recibió un mensaje de Farah.
“Estoy con Duncan en el mismo hotel del baile.
Su habitación es la 201.
Si en treinta minutos no te he llamado,
ven a buscarme, por favor.
Hoy resolveré la situación respecto a Basti”.
Erin se sintió inquieta. No supo qué hacer de momento. Conocía a Farah. Se molestaría mucho si no respetaba su decisión, por lo que resolvió darle quince minutos, antes de avisar a Rhett con todo detalle. Max notó su nerviosismo e indagó:
—¿Pasó algo? ¿Estás bien?
—Sí, sí… Todo bien —replicó ella con rapidez.
Mas para él fue claro que no quiso decirle.
Finalmente, llegaron al condominio de Erin. Ella miró a Max y esbozó una sonrisa, manteniendo el ceño fruncido, una extraña combinación, según le pareció a él.
Con apuro, la tomo de la mano y le dijo:
—Puedo quedarme contigo esta noche. No deberías estar sola hoy.
Pasar la noche con él, no sería cualquier cosa para ella. Y lo sabía. Entendía que, posiblemente, Max estaba acostumbrado a dar, tomar y seguir, pero ella no. Erin se ilusionaba, se enamoraba, y todo aquello sería un error. Por lo que decidió dejar el asunto hasta allí.
Sin una gota de maldad, siendo la señorita cactus de siempre, lo primero que vino a su mente, cuando Max propuso quedarse, fue preguntar si sería gratis, porque no tenía cincuenta mil dólares. Aunque, por supuesto, nunca diría tales pensamientos en voz alta.
—Gracias, Max, pero estoy bien así. Sé que podrás conseguir alguna cita para esta noche con facilidad. Eres… Ya sabes. Gracias… —repitió y salió sin voltear. Para ella, ese era un capítulo cerrado.
Luego de subir por el elevador, conteniendo mucho, al cerrar la puerta de su departamento tras ella, se dejó caer en el suelo y rompió a llorar. Porque cuando al fin un hombre atractivo se fijaba en ella, ya había pertenecido a muchas también, y la línea que separaba al amor del placer estaba casi borrada.
Max se retiró a su solitario y silencioso departamento. Por supuesto que podía ir a cualquier lugar y regresar con una hermosa mujer, pero no le importaba. No tenía ganas. Aquella bonita noche empezó tan bien, pero terminó muy mal.
El Espartaco, al recibir el mensaje de Farah, quedó alterado, mirando a todos lados, buscándola. Al parecer, aquella fatídica noche, Farah no hizo más que trastocar a todos, tal y como ella estaba.
Él respondió sin tardanza:
“¿Qué haces, Farah?
¿Dónde estás?
¿Cómo es posible que me dejes así?
¡Hoy era una noche especial para los dos!
¡¿Cómo te dejas afectar de este modo?!
No me iré sin ti. ¿Dónde estás, amor?”
Pero no recibió respuesta.
En tanto, Farah entraba a la habitación de Duncan. Él se mostró gentil y caballeroso como nunca lo fue antes. Ella tomó la única silla del lugar, frente a un refinado escritorio, la giró y se sentó, esperando.
—¿Quieres algo para tomar? Una copa de vino, ¿tal vez?
Ella negó, seria.
—Ya tomé suficiente por hoy —respondió—. Dime lo que quieres decir. Yo también tengo algo que conversar contigo.
Duncan se arrodilló delante de ella sin esperar, incomodándola, tomó sus manos y habló:
—Farah… Estoy próximo a divorciarme. Me gustaría que me dieras la oportunidad de recomenzar contigo. Sé que no eres la misma. Yo tampoco lo soy. Solo pido que me permitas acercarme. Algunas salidas sencillas. Comenzaremos de a poco, como tomar un café. Situaciones donde no te sientas presionada. Tengo… tengo la esperanza de que podamos retomar lo bonito que una vez tuvimos.
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Editado: 09.11.2024