El Espartaco necesitaba elegir muy bien sus palabras y el contenido que revelaría. Miró a Farah y asintió, porque estaba al tanto de que no podía prolongar más esa conversación si se casaría con ella.
—Bien, mi amor mío. Sí, creo que es justo que te cuente mi historia.
Rhett se acostó junto a ella, manteniendo una mano detrás de su cabeza y, con la otra, atrajo a Farah para que se recostara sobre su hombro. Ella se acurrucó entre su brazo y ese tibio pecho en el que ya se había escondido varias veces.
Él permaneció ausente por unos segundos, miró a la nada como si intentara organizar sus ideas, acarició la espalda de Farah, quien esperó atenta, y comenzó a narrar su historia.
—Recuerdo mi infancia y mi juventud con cariño. Fueron… bonitas. Mi familia siempre fue muy unida y tengo las mejores memorias con ellos. Mi papá, mi mamá, mi hermano Arthur y yo éramos el mundo entero.
—¿Tienes un hermano? Que bien, Rhett. Siempre quise tener una hermana. Es de lo peor ser hijo único. Nunca hablas de tu familia.
Rhett la escuchó y sonrió.
—¿Me vas a dejar hablar o no? —indagó antipático.
—Ah, sí, claro… Odioso —farfulló.
—Mi papá trabajó como gerente de una empresa cartonera y vivimos muy bien. Recuerdo mi infancia con los mejores regalos y viajes. Hasta que lo despidieron… Con el dinero que le entregaron por sus años de servicio, decidió abrir un diner. Mis padres nunca fueron del tipo amante de la cocina, pero mi mamá cocinaba delicioso, así que, ellos pensaron que podría irnos bien en ese rubro. Rentaron un local junto a una clínica, era un buen punto, y nos arriesgamos en esa aventura.
El Espartaco contó experiencias en el restaurante, como cuando llegaba para tomar dinero de la caja registradora, mientras su padre lo veía, enojado (sonrió al recordar ese momento), o cuando una de las mesoneras lo invitó a salir, a pesar de solo ser un chico de diecisiete.
—No fue un trabajo fácil, pero nos generaba lo necesario. Sin embargo, se volvió insuficiente cuando mi mamá enfermó de cáncer.
—Lo siento mucho, Rhett. Ups, te interrumpí. Se me olvidó —habló, Farah, nerviosamente.
Él le entregó media sonrisa y continuó:
—Mi mamá fue una mujer única, cariñosa, juguetona y feliz. La recuerdo como un ángel. Alguien con su propia luz —Una añoranza iluminó los ojos del Espartaco al rememorar el pasado—. Intentamos extender su tiempo de vida por todos los medios, pero cada tratamiento era más caro que el anterior. Así, vinieron las hipotecas de todo, del negocio, la casa. Deudas y más deudas. Lo peor fue cuando la clínica necesito el terreno donde estaba el diner. Los dueños decidieron crear una sala psiquiátrica, y para eso, necesitaban más espacio. Por lo que se enfocaron en los negocios que colindaban con su edificio, para arruinarlos y obligarlos a irse, entregando el lugar a muy bajo precio.
Rhett guardó silencio por unos segundos. Se dio cuenta de que hace tiempo no pensaba en el pasado, ni en su familia o lo que perdió. Miró a Farah junto a él, con sus ojos todavía llorosos, y recordó su apellido, “Ward”. ¿Cómo podía enamorarse de la mujer que menos debía? El pasado parecía haber ocurrido ayer, y el amor estaba allí, en su presente por igual. Ambos luchando dentro de él como fuerzas que se oponían.
—¿Estás bien? —indagó ella, ante el silencio que Rhett dejó en la habitación.
—Sí —replicó con voz desanimada—. Tenía tiempo sin recordar estos detalles.
—Ah, Rhett. No quiero que…
—No importa, Farah. Este momento llegaría de forma inevitable. —Y continuó, sin expresiones ni sentimientos—: Los dueños de la clínica pudieron haberle sugerido a mi papá comprar su espacio. Él necesitaba el dinero. Habría aceptado, pero no, prefirieron no tratar con él. Por tanto, lo demandaron con cualquier excusa en su peor momento. Imagínate a mi padre con su esposa amada, hospitalizada, lleno de deudas, a punto de perder su negocio, y ahora, con una demanda encima… Pagar un abogado decente era costoso.
La respiración de Rhett comenzó a acelerarse, las malas memorias parecían recargarlo de un modo inquietante. Farah lo observó y se sintió culpable, estaba segura de que por esas adoloridas emociones era que él no hablaba del tema.
—El humor de papá cambió. Él era un tipo gracioso, alegre, pero dejó de serlo. Se deprimió como nunca lo vimos mi hermano y yo, porque en medio de la demanda, mi madre murió. Creo que la vida lo sobrepasó —carraspeó la garganta y se acomodó en la cama. Sacudió a Farah un poco, pero la mantuvo cerca, aferrado a ella—. Papá intentó negociar con el abogado y los dueños de la clínica. En fin… Acortaré la historia. No me gusta contarla, amor.
Rhett fue cortante con esa última oración.
—Mi madre murió. Y mi padre, ahogado en deudas y después de perderlo todo en una demanda, lo cual fue la gota que colmó su vaso, se suicidó —narró aquella serie de sucesos como si fuera un robot y con la mirada fija, concentrado e inexpresivo—. Lo encontré ahorcado en la terraza de nuestra casa —Farah se incorporó un poco, impresionada—. Yo era mayor de edad, así que, según el gobierno, era un adulto capaz de sobrellevar la vida, aunque en verdad no estuviera listo. A nadie le importaba, en realidad. Mi hermano de dieciséis fue llevado a un hogar de acogida. Lo visitaba siempre que podía, porque éramos muy unidos. Mas un día lo adoptó una familia rica y nunca lo vi de nuevo. No podían revelarme quién lo adoptó ni dónde estaba. Su expediente se extravió, así que, lo he buscado por años y no lo he encontrado.
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Editado: 09.11.2024