Cuando el Espartaco llegó al bufete, y al pasar por la oficina de su compañera, que quedaba de camino a la suya, notó con sorpresa, a Melanie entrar allí.
La abogada se levantó de golpe al mirarla.
—¿Qué haces aquí? —espetó Farah en una pregunta y el rostro cargado de indignación—. ¡¿Cuándo será que me dejarán en paz?!
—¿Acaso crees que tú eres la única cansada de esta situación? —reclamó Melanie—. ¡Deja ya de buscar a mi esposo! ¡Entiéndelo de una vez! Él me eligió a mí, no a ti.
Farah rio sin poderlo evitar al escuchar a Melanie reclamar semejante cosa. Además, lucía desajustada y alterada. El Espartaco se mantuvo de pie bajo el quicio de la puerta, alerta.
—Creo que eso se lo debes decir a él —respondió Farah con calma—. Soy yo la que no quiere verlo. El día del baile me invitó a su habitación. ¿Ya te contó cómo recibió el golpe que todavía debe tener en la cabeza? No para de hablarme de su divorcio contigo ni de rogarme que le dé una oportunidad. Ayúdame a que lo entienda, por favor —rogó, sardónica—. Tengo novio, y soy muy feliz. No necesito nada de esto. Me tienen harta.
Los ojos de Melanie se tornaron llorosos, pues ella sabía la verdad. Era Duncan quien no dejaba de pensar en Farah ni de imaginar una vida junto a ella. Su némesis contaba con una relación estable y un hombre atractivo que la protegía, muy lejos de lo que ella poseía. La gordita de la que tanto se burló comenzaba a construir todo lo que ella perdió.
Farah caminó hasta Melanie y le habló de cerca.
—Si los vuelvo a ver por aquí, denunciaré lo que hicieron. A ti por poseer y compartir pornografía, y a tu esposo por violación. Ah, y que no se me olvide el cargo por extorsión. No estoy jugando… —la miró directo a los ojos—. Fuera de aquí y no regresen nunca más.
Mientras todos estaban enfocados en la conversación de Farah y Melanie, contenida por la decencia y disfrazada de orden, Duncan llegó a la oficina también, en un intento por detener a su mujer.
—Melanie… —la llamó Duncan, atrayendo la atención de todos—. ¿Qué haces aquí? Deja a Farah en paz. No escuchas lo que te digo, mujer. Ella no tuvo nada que ver. ¡Fui yo!
El Espartaco volteó, y al encontrar el rostro de Duncan frente a él, sintió su sangre bullir de golpe y con violencia.
—¿Y tú qué haces aquí, idiota? A ti es a quien quería encontrar —espetó, Rhett, impresionado. Lo tomó por el cuello de la camisa, sacudiéndolo con fuerza y continuó—: Te dije que no te quería ver de nuevo cerca de Farah.
Duncan sacudió el agarre del Espartaco con agresividad.
—Tú no me vas a decir qué hacer —sonrió con sarcasmo—. Veré a Farah y a mi hijo las veces que quiera, e iré a juicio de ser necesario.
Rhett negó con la cabeza. Recordó a Farah, y la imaginó sufriendo bajo el dominio de Duncan, rogándole que parara. Apretó su puño sintiendo una ira creciente y, en tanto, su rival se enfocaba en Farah, como si no pudiera dejar de mirarla, lo cual lo enojó mucho más, impactó con fuerza el ojo de su oponente, haciéndolo sangrar. El herido se cubrió con la mano, pero mantuvo el equilibrio, y se le fue encima a Rhett, quien también se defendió. Entre patadas y empujones, ambos terminaron en el suelo, hasta que el Espartaco logró contenerlo. Y cuando sintió que lo tenía dominado, empezó a darle un puñetazo tras otro, sin una gota de misericordia.
—Ya basta, por favor. ¡Rhett, basta! —rogó a Farah.
Los trabajadores del bufete se acercaron a mirar el escándalo sin poder creer que el casi perfecto caballero, Rhett Butler, estuviera peleando en el suelo con otro tipo, ya con el puño ensangrentado.
Finalmente, el abogado se acercó a Duncan y le dijo con firmeza:
—En verdad eres más imbécil de lo que imaginé. Terminarás preso si continúas con este empeño. Olvida a Farah y a Sebastián. No haces más que dañarlos.
Al Espartaco se le olvidó el bufete y su equilibrio, su trabajo y cualquier norma de etiqueta que rigiera ese lugar. Todos miraron cómo levantó a un casi inconsciente Duncan y lo arrastró entre tropezones y empujones hasta el elevador.
—Ya sé todo lo que le hiciste, cobarde —musitó cerca del oído de Duncan—. Te voy a matar si vuelvo a verte por aquí. Ella está conmigo ahora. Entiéndelo de una vez.
Apretó el botón de llamada del ascensor y, apenas llegó, lo metió de un buen empujón, haciéndolo rodar por el suelo, y lo miró con los ojos cargados de ira y la respiración agitada en tanto se cerraban las puertas. Regresó con premura a la oficina de Farah, mas ya los hombres de la seguridad sacaban del lugar a Melanie.
Miró a su compañera a los ojos. Ya no lucía derrumbada, ni apesadumbrada. Farah levantó la barbilla con decisión y sonrió, satisfecha, mas su expresión cambió al ver a Rhett herido.
—Mi amor… Estás sangrando.
Tomó un pañuelo facial de la caja que tenía en un cajón de su escritorio, y limpió la sangre, pues Duncan también logró acertar algunos golpes.
—Él quedó peor —afirmó, Rhett, con orgullo.
—Sí, amor. Después de todo, si eres mi guardaespaldas —Farah ladeó una sonrisa, enternecida.
Rhett sonrió, aunque le dolió la herida sangrante, y sin esperar, lleno de adrenalina, tomó a Farah con fuerza por la cintura, la apretó contra él, y le dio un profundo beso, como si ratificara, así que le pertenecía.
—¿Qué hiciste, Rhett? —indagó ella cuando al fin pudo tomar un respiro después de ese beso que la encendió—. Agradezco que hayas sacado a Duncan de aquí, pero esto te traerá problemas con mi papá y el bufete.
Lo sé, mi amor mío, pero no pude soportarlo. Tengo semanas queriendo matar a ese tipo.
La asistente de Joseph Ward interrumpió su conversación. Ya el jefe mayor estaba enterado de lo ocurrido y pondría orden en su despacho.
—El señor Ward desea verlo, abogado —dijo la secretaria con seriedad, dirigiéndose a Rhett.
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Editado: 09.11.2024