Entre ceja y ceja

Capítulo 39.1

Después de la propuesta de aquella noche llena de sorpresas, en tanto Farah acomodaba su cama para dormir, Sebastián llegó feliz y de un salto se metió en su cama.

—Mamita… —dijo en voz baja—. Entonces… Ahora que te vas a casar sí seremos una familia con papá.

Farah se sentó junto a él y acarició su cabello.

—Mi niño… —sonrió—. ¿Qué sería de mi vida sin ti? —Los ojos de Farah se pusieron llorosos—. Siempre hemos sido una familia. Una pequeña, pero familia al fin. Tú, el abuelo y yo. Ahora, con Rhett, nuestra bonita familia solo ha crecido.

—Decir muchas cosas tú y no entender bien yo —admitió el niño, dando saltos en la cama.

Farah carcajeó.

Rhett escuchó las risas y se acercó a la habitación, lleno de curiosidad.

Cuando el pequeño Basti lo vio entrar, de un salto llegó hasta Rhett.

—Preguntar algo quería —confesó Sebastián—. Después de casarse… ¿Cuándo tener bebés ustedes? ¿Cuándo tener hermano yo?

Farah miró a Rhett sin saber qué contestar, pero el Espartaco asumió su papel con seguridad y rapidez. Tomó a Basti y lo sentó junto a él en la cama.

—Creo que es muy pronto para pensar en bebés. Cuando nos casemos, tu mami y yo queremos conocernos mejor y eso toma tiempo.

—Pero conocerse ya ustedes —dijo el pequeño—. ¿Cuánto tener que esperar para un hermanito? ¿Dentro de mucho tiempo… como cien años?

Farah y Rhett rieron.

—Bueno… En realidad, cómo se tienen los niños es un asco. Mejor no decirme —añadió Basti.

—¿Cómo que un asco? —indagó, Farah, deseosa de conocer qué sabía su hijo.

—Bueno… —el niño dejó de hablar usando su acostumbrado hipérbaton—. Mateo, mi mejor amigo de la escuela, me dijo cómo se tenían a los bebés… ¡Qué asco!

—A ver… ¿Qué te dijo Mateo? —intervino Rhett con curiosidad.

Farah decidió tomarse su tiempo para hablarle a Basti sobre la intimidad de una pareja. Sentía que no era el momento apropiado, y se inquietó. ¿Qué era lo que su hijo sabía exactamente sobre el sexo? Y comprendió por qué decía que era un asco.

—Bueno… Mateo me dijo que vio cómo se tienen los bebés en una película que miraba su mamá. Primero los papás se acuestan en una cama —Farah miró a Rhett—. Luego, ponen las manos así —Basti entrelazó sus dedos—. Después se besan, y listo, la mujer queda con un bebé en la barriga. ¡Puaj! —dijo con un gesto donde arrugó la nariz—. ¡Qué asco los besos! ¡Nunca besaré a una niña!

Rhett rio y explicó:

—Eres pequeño Sebastián. Llegará un momento en que te gustarán las niñas como a mí me gusta tu mamá.

—Pero eso será dentro de muchos años, cuando sea grande y viejo.

Rhett volvió a reír y continuó:

—Cuando seas más grande lo entenderás mejor. Y no… Los niños no se tienen de esa forma, pero eso no es importante ahora. Además, no creo que tengamos un bebé pronto. Tendrás que esperar un poco, amigo.

Sebastián bajó los hombros con decepción.

—Quizá sea mejor así, porque no quiero hermana, sino hermanito. Las niñas en mi escuela son muy fastidiosas.

—Lo que Dios nos dé será maravilloso, hijito. Cuando llegue el momento estarás de feliz de tener una hermanita o un hermanito —dijo Farah.

—No todas las niñas son fastidiosas —añadió, Rhett—. Mira a tu mamá es fantástica.

Sebastián miró a su madre y asintió.

—Sí, mamá es bonita. Bueno… Entonces que mi hermanita sea como mamá.

—Suena grandioso —dijo Rhett, quien dejó un breve beso en la cabeza del pequeño—. A dormir, Basti. Tu mamá y yo estamos bastante cansados.

El pequeño se despidió con cariño de Farah y Rhett y con pequeños saltos se fue a su habitación.

Rhett se despidió por igual. Dejó un beso sobre los labios de Farah y partió a su pieza. Farah lo extrañaba desde hace varias noches en su cama, pero decidieron juntos que él dormiría en la habitación de huéspedes para no confundir al niño.

Después de aquella noche de baile y emotivos encuentros, Farah no conseguía dormir. Sus ojos permanecían abiertos de par en par, mirando al techo. Pensaba en Rhett, cada palabra que le dijo: «Tú eres mi reina». Recordó su mirada y su tacto. Él se tornó imborrable y ya no había vuelta atrás. Pensó en Basti, para el pequeño el Espartaco era indeleble y memorable también. ¿Acaso estaba haciendo lo correcto? ¿Cómo podía la felicidad generar tanto miedo?

            En ese momento, después de la pregunta de Sebastián, comprendió que nunca conversó con Rhett el asunto de los hijos. La expresión y respuesta del Espartaco le dio la impresión a Farah de que no le agradó la idea. Por lo que se colocó su pijama y caminó hasta la puerta de su centurión. Cerró su puño, dudó en tocar, mas lo hizo.

            Rhett abrió listo para dormir y sonrió al encontrar a Farah allí.

            —No puedes dormir, ¿verdad? —preguntó él.




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