Después de la boda, Max no podía esperar a hacer una realidad el consejo de Rhett, pues también deseaba madurar y tener la felicidad que su amigo ahora poseía. Estacionó su auto, caminó un par de cuadras y al fin se detuvo frente al complejo de oficinas donde funcionaba el lucrativo y clandestino negocio de Stella. No se sentía del todo seguro respecto a su decisión, pero en algo tenía razón su buen amigo, al igual que Rhett se sentía cansado. Cansado de suplir compañía de otros cuando nadie se la daba a él. Era cierto, no solo necesita madurar, él lo deseaba con ansias. Max era capaz de admitir una verdad que pocos admitirían: La necesidad que tienen de ser amados, como si viniera escrito en el alma de todo ser humano.
Subió en el ascensor con la ansiedad elevada, estando seguro de que Stella no aceptaría su decisión. Ya antes intentó dejar el trabajo y solo se llevó una buena golpiza por parte de sus dos matones que casi lo matan y si no hubiese sido por Rhett, tal vez habría terminado muerto.
Llegó al piso indicado, caminó entre grandes afiches de hombre semidesnudos entre los cuales estaba él. Desde la entrada las mujeres ya podían ir decidiendo a qué hombre contratarían para una noche de sueños cumplidos. Fue anunciado por la recepcionista y Stella lo atendió sin tardanza, Max era el escort que más ganancias le dejaba, por lo que no lo hacía esperar.
—Querido, Max. Siempre tan imponente y guapo. Dime… ¿Qué se te ofrece? Es raro que pases por aquí. Cuéntame, ¿cómo está Rhett? No te imaginas cómo extraño a mi viejo amor y ese colágeno que me daba. No hay otro como él.
—Hola, Stella —saludó con desgano y aprensivo—. Creo que eso se lo tendrás que preguntar. Está de luna de miel. Nadie va a interrumpirlo en estos días.
—No voy a negar que la pelirroja tiene lo suyo —comentó, Stella, quien se levantó y se sentó en la silla que estaban junto a Max—. Algo… No sé… En su mirada y su sonrisa que la hacen una mujer deseable, interesante. Me sigue extrañando que le gustara una gorda, aunque tiene sus curvas. Bueno… si algo he aprendido es que los hombres, no todos, van cambiando con los años, y mi Rhett ya no es el mismo muchacho que amé. ¿Verdad?
—Supongo que no —replicó el escort incómodo, para luego ir directo al grano—: Stella, no vine a hablar de Rhett. Quiero dejar el trabajo.
La expresión de la mujer cambió abruptamente. Rhett era difícil de controlar y doblegar, pero con Max siempre fue más sencillo, y ella sabía manejarlo.
—No puedes renunciar, Max. No después de todo lo que has recibido de nosotros.
—¿Y acaso no me explotaste lo suficiente? Voy a renunciar y no puedes detenerme.
Max se levantó, acomodó su traje y se preparó para retirarse. Y con solo una mirada de Stella que sus dos guardaespaldas entendieron a la perfección, lo sujetaron, cada uno por un brazo, impidiéndole irse. No obstante, el escort tomó medidas antes de entrar en ese hoyo negro y no tardó en exponerlas:
—Tengo pruebas de lo que haces, Stella. De este sitio, de tu vida sexual y de las extravagancias de tu esposo, si no salgo en quince minutos, toda la información que tengo sobre ustedes saldrá a la luz. Sé que no te preocupa tu imagen del todo, pero sí te gusta tu vida elitista y eres capaz de cualquier cosa para mantenerla.
—Con que usando la misma estrategia de Rhett, como si ustedes no tuvieran harapos que sacar al sol y mucho qué perder. Algún día, todos sabrán de dónde vienen. Son lo que son porque vi potencial e invertí en sus miserables vidas.
—A mí poco importa que la gente sepa mi pasado y menos lo que tú pienses, Stella. Rhett y yo creemos que, de hecho, fueron esas dificultades las que nos forjaron en lo que somos hoy. Si tú quieres vivir tu vida como una zorra… —Stella se puso de pie, enojada. El enojo parecía brotarle por la piel—, hazlo, pero nosotros queremos algo mejor.
—¿Y quién te dice que la vida que tiene Rhett es mejor que la mía? ¿Atado a una mujer que cuando tenga la menopausia lo dejará de querer y le pedirá el divorcio? ¿En verdad siguen creyendo en el amor hasta la muerte? Par de idiotas… —carcajeó a mandíbula batida.
Algo vio en los ojos de Max, una confesión, una verdad y algo de reto. Así, confirmó que sus dos mejores empleados se habían enamorado al fin.
— ¡Ah, entonces sí es eso! —volvió a carcajear—. Mis dos gatos corrientes… (Y aclaro, nunca dejarán de serlo). Este par de callejeros, que recogí por pura lástima, se van porque alguien más les abrió la puerta —Stella mostró un odioso puchero—. Esas mujercitas los dejarán cuando sepan todo lo que han hecho. Cuando sepan que se emborrachaban para poder satisfacer a una vieja maloliente. “¡Qué asco!”, dirán esas chicas decentes. Ay, por favor, cómo me haces reír, Max. Es el mejor chiste que he escuchado hoy. ¡Yo los conozco! —La mujer se levantó y se acercó a Max con agresividad en el tono y la mirada—, ¡y les voy a arruinar la vi…!
—¡Ya cállate, mujer del demonio! —Max sacudió el agarre de los dos matones—. ¡Aquí la única asquerosa eres tú, y lo sabes!
Stella abrió los ojos al máximo. Max nunca alzó la voz antes y menos a ella. Él siempre fue el tipo que pensaba las cosas antes de hacerlas, al contrario de Rhett, que era el impulsivo.
—¡¿Acaso crees que vine a escucharte o que me importa lo que piensas?!
—¡Pues debería importarte! —Stella no era mujer de quedarse callada—. ¿Quién pagó su costoso adiestramiento? ¿Quién les enseñó a ser hombres de éxito capaces de conquistar a cualquier mujer? ¿Quién se encargó de contratar a los mejores entrenadores físicos para forjar el cuerpo y la imagen que tienen ahora? Dime… ¡¿Quién?!
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Editado: 09.11.2024