El mundo era un lugar cálido y pacífico, donde la vida florecía en un equilibrio perfecto, en el que la vida se veía enmarcada en una armonía natural, un lugar que contenía la magia de la existencia en sí, hasta que aparecieron los Chronocrux, una especie alienígena misteriosa que emergió de las profundidades del espacio exterior, procedente de una galaxia lejana. Una galaxia que ya no era más que una sombra de sí misma, una galaxia que había sido devastada por las guerras y la avaricia, por los males propios de una raza altamente inteligente, pero perdida en la megalomanía. Los Chronocrux era una raza que, en busca de nuevos territorios, minerales y de alimentar sus propias ambiciones, había salido en búsqueda de otros mundos a conquistar, y destruir.
Ellos eran seres enigmáticos y poderosos, cuya apariencia oscura y sombría los hacía destacar en un mundo que solía estar lleno de luz y color. Estos seres despiadados no tenían misericordia y su único propósito parecía ser traer la muerte y la aniquilación a todas las civilizaciones que habitaban el vasto universo. Ellos gozaban de conquistar planetas uno tras otro, dejando a su paso un rastro de destrucción y desolación. Devoraban insaciablemente todos los recursos y vidas que encontraban en los mundos que caían bajo su sombría influencia. Y así, planeta tras planeta, su avidez se agrandaba, haciéndolos cada vez más ansiosos por conseguir más. Esos nuevos territorios ya no eran suficientes, necesitaban más, más, y más, y cuando se dieron cuenta, ya habían dejado a sus espaldas un camino de incontables cenizas.
Su insaciable sed de poder y control parecía no tener límites, y el universo entero temblaba ante su presencia. Miedo, pánico, y terror, esas eran las emociones que sentía cualquier ser que tuviera la desgracia fortuna de encontrarse con ellos. Nadie quería verlos de cerca, ni mucho menos tenerlos a su lado, ni oírlos respirara ni caminar. Los Chronocrux eran la personificación del mal en su forma más aterradora.
A medida que continuaban con su marcha inquebrantable de destrucción, la naturaleza del universo iba haciendo todo lo posible por impedirles seguir avanzando. La materia y energía parecían moverse a sus propias leyes y creaban burbujas de distorsión en el espacio-tiempo, fugas en la continuidad, o puntos ciegos de energía que lanzaban su oscuridad en el único intento de frenarles el caminó. Pero parecía que no había nada que pudiera parar a los seres de oscuridad. No tenían remordimiento, ni sentimientos, solo una fuerza malvada y un objetivo claro: la aniquilación de la vida. Pero en medio de la oscuridad, una pequeña estrella brillaba y parecía indicar la luz y la esperanza. Y todo parecía indicar que Aria era esa estrella.
Aria se encontraba en un lugar secreto y oculto bajo tierra, una realidad que nunca habría imaginado en su vida. Los muros de concreto y el zumbido constante de las luces fluorescentes creaban un ambiente inquietante y desconocido que le inquietaba mucho. Sus ojos ya se habían acostumbrado a la pobre iluminación, pero ella apenas podía distinguir algo alrededor de ella. Comenzó a asombrarse sobre su situación, tan increíblemente inesperada, y no paraba de preguntarse cómo había llegado hasta allí. ¿Sería todo parte de un sueño? ¿O quizás, un mal experimento? Cualquiera que fuera el resultado, sería aterrador.
El destino la había llevado a este sitio, y sus pensamientos no dejaban de dar vueltas en su mente. Su perspectiva había cambiado de manera drástica desde su llegada a esta base subterránea. Inicialmente, había temido que su tiempo en este lugar sería sinónimo de infelicidad, ya que sabía que se avecinaba un entrenamiento riguroso para enfrentar a seres provenientes de otro mundo. Sin embargo, lo que encontró la sorprendió gratamente.
En vez de presenciar lo que había creído ver, Aria había descubierto un grupo de personas que compartían su misma situación, o quizás incluso peor, y se apoyaban unos a otros. ¡Había encontrado a gente que entendía! Ellos habían llegado a ese lugar por distintos motivos, todos tenían diferentes orígenes, vivencias y personalidades. Las personas con las que compartía este enclave subterráneo estaban unidas por un propósito común: la defensa de su mundo contra la amenaza de los Chronocrux. Entre sus compañeros, había pilotos que se encargaban de las naves de combate, científicos dedicados a trabajar incansablemente en soluciones, y soldados comprometidos que estaban dispuestos a darlo todo en esta lucha desesperada por la supervivencia de su planeta.
Aria pronto comprendió que este no era solo un lugar de entrenamiento, sino un refugio donde individuos extraordinarios se habían unido por un objetivo mayor. Y, poco a poco, Aria empezó a sentirse parte de ese grupo, como si, en algún momento, todos habían sido unidos por una fuerza mayor, por una determinación más grande que ellos mismos. Eso le provocó una mezcla de emociones que no podía describir. Aun así, había algo en ese lugar que no le parecía correcto, que no estaba bien, pero era algo que ella no sabía.
En medio de la incertidumbre, Aria encontró un lazo de amor. Fue con Lucas, uno de los pilotos de la base. Lucas destacaba por su amabilidad, su sonrisa amistosa y su capacidad para hacerla sentir más a gusto en ese entorno inusual. A medida que compartían días y noches en el campo de entrenamiento, su cercanía crecía con cada conversación y cada mirada compartida. Sus conversaciones se volvieron cada vez más profundas, explorando sus aspiraciones, temores y deseos.
El deseo de estar cerca de Lucas creció en Aria, y descubrió que podía desahogarse, compartir y apoyarse en él de una manera en la que nunca había podido con nadie. Habían encontrado un vínculo en común, un punto de contacto que los unía de una manera inexplicable.
— Aria, debes prepararte. Salimos en media hora. El comandante ha dado órdenes de ser puntuales. No tenemos tiempo que perder. Sabes lo destructivos que son los Chronocrux. — La voz de Marie, su amiga, resonó en la habitación como un eco constante. El sentido de urgencia en su tono era evidente, y Aria lo comprendía perfectamente. Sabía que el tiempo era un recurso preciado y que no podían darse el lujo de demorarse.
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Editado: 17.01.2024