Había sido un día radiante en el pequeño rincón de su país donde Aria, de tan solo cinco años de edad, se sumergía en el gozo inocente de jugar en el jardín de su hogar. La pequeña tenía una mascota de color blanco, cuyo pelaje era brillante y plateado bajo la luz del sol que caía en el jardín. Jugaba con ella, y su risa salía como una melodía de paz y tranquilidad, mientras el perro ladraba y jugueteaba con una pelota de tenis que Aria le lanzaba. Pero luego, de un momento a otro, las cosas cambiaron.
La serenidad del momento se vio abruptamente interrumpida por la llegada tumultuosa del ejército. Aria, aterrada, se quedó paralizada al ver cómo sus padres eran sometidos por aquellos desconocidos. Un hombre uniformado se le acercó, y al tocarla, la niña, llena de pavor, emitió un grito desgarrador y emprendió una desesperada huida. La persecución desesperada culminó en un choque inevitable, dejando a Aria caer al suelo y siendo finalmente capturada por el oficial. Con la niña entre sus manos, el hombre la llevó junto a otros niños que también habían sido capturados.
La mirada perdida en los ojos de Aria se deslizó por el jardín que había sido escenario de su felicidad momentos antes, ahora sumida en una tristeza abrumadora. Mientras sus padres observaban con desesperación, Aria, impotente, se veía alejada de su hogar. Los sollozos y las súplicas resonaban en el aire cuando ella, llena de terror, intentó resistirse, pero los soldados eran implacables. La sensación de indefensión se apoderó de ella, dejando atrás el mundo que conocía.
Pensar que ya habían pasado 13 años desde aquel momento.
Aria abrió los ojos y se encontró con la fría realidad que la azotaba. Estaba lista para lo que viniera a continuación. El comandante la guió hacia una sala iluminada, donde una cama y una computadora aguardaban. Aria, llena de nerviosismo, obedeció las indicaciones del comandante. La cama invitaba al descanso, pero la incertidumbre del futuro se cernía sobre ella. El comandante expresó su preocupación, y Aria, ansiosa, asintió. Se tumbó en la cama con su mirada fija en la figura blanca que representaba un cambio inminente. La habitación se iluminó, y la tensión creció mientras el comandante explicaba el proceso.
— La máquina que está sobre ti es un transportador. Enviará tu conciencia a un mundo diferente donde ya tienes una vida hecha. Depende de ti si continuarla de la manera en la que va o cambiarla. Pero recuerda, cada acción que tomes en ese mundo tendrá sus consecuencias. — La advertencia resonó en los oídos de Aria, sumergiéndola en la anticipación y la incertidumbre de lo desconocido.
— Lo entiendo, perfectamente, señor.
El torrente de emociones la envolvió mientras su vida desfilaba ante sus ojos. Desde los momentos dulces de su infancia hasta la última cena compartida con aquellos que más amaba, cada recuerdo llevaba consigo la dualidad de la felicidad y la pérdida. Las risas resonaban en su mente, las lágrimas derramadas se hacían palpables y los cálidos abrazos parecían envolverla. Las lágrimas empañaron sus mejillas, y en ese instante, la esencia misma de su existencia pareció tambalear.
— Comandante… — dirigió su mirada hacia él, buscando respuestas en los ojos del hombre que lideraba este misterioso viaje. — No entiendo algo… mejor dicho, ni entiendo nada. ¿Por qué todo tiene que ser tan difícil? ¿Por qué no puede simplemente existir la tranquilidad? He venido de un lugar lleno de problemas, y aunque siempre intento superarlos, ahora todo parece tan abrumador. No sé a dónde me dirijo ni qué será de mi vida. — Su voz temblaba, y cada palabra era un eco de su tormento interior. — Me duele pensar que nunca más veré a las personas que amo. Dios, esto es tan… tan… tan desagradable. ¿De qué sirve luchar y luchar si eso parece no servir para nada?
El comandante, con una expresión triste pero comprensiva, escuchó cada palabra de Aria. Había conocido la pérdida de toda su familia, y la empatía se reflejaba en sus ojos.
— No hay respuestas fáciles. La maldad, el dolor y la dificultad son intrínsecos a la vida. Pero también existe la bondad, el amor y la alegría, incluso si a veces son más difíciles de hallar. A pesar de lo arduo que pueda ser, debes reconocer que eres una persona fuerte, soldado. Has luchado durante meses para superar todo junto a ellos. Eso es admirable.
— ¿En verdad lo soy?
— Sí, lo eres. La determinación que posees es un testimonio de tu fortaleza y coraje. Aunque recordar pueda doler, piensa en todo lo que puedes aprender de esas experiencias. Recordar, por más difícil que sea, puede ayudarte a encontrar un sentido de propósito y fortalecer tu propia fuerza interior.
— Gracias, comandante — le dedicó una leve sonrisa de gratitud —. Pero, ¿qué sucederá con usted?
— Quizás me siente en el cómodo sofá a ver una película y ver qué viene. Hay una saga que me resultó muy entretenida hace años y me gustaría volver a verla.
Aria rió con sinceridad, aunque el miedo aún anidaba en lo más profundo de su ser ante la decisión que estaba tomando. Confrontar otro universo, abandonar todo lo que conocía, forjar una nueva existencia en un mundo desconocido... Era un torrente abrumador de cambios. A pesar de ello, sabía que debía enfrentarlo por su propio bien.
El comandante, imbuido de esperanza y convicción en su creación, activó la máquina con firmeza. Reconoció que cada esfuerzo invertido no había sido en vano y que su invención poseía un propósito significativo. Aunque en un principio había considerado ser él quien emprendiera el viaje, su atención se centró en la desolada joven frente a él, conmocionando su corazón. A sus 60 años, había acumulado una rica experiencia de vida, pero ella, apenas una adolescente, llevaba sobre sus hombros una carga que nadie debería soportar. En ese instante, su determinación se transformó, y su mayor anhelo era ser un faro de ayuda en su travesía hacia la curación y la esperanza.
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Editado: 17.01.2024