Aria se despertó con los nervios a flor de piel. Al abrir los ojos por completo, contempló el techo de madera de su nueva habitación. Miro hacia la derecha donde su compañera de cuarto, Jannie, dormía plácidamente con una pierna levantada y la otra estirada, los labios fruncidos y el cabello alborotado. Aria no pudo contener una risita ante esa graciosa imagen y decidió levantarse de la cama. Sentía un fuerte deseo de explorar el patio y ver el bosque, pero el recuerdo de lo que Díane le había dicho sobre las fosas la inquietaba un poco. No quería caer en una fosa. Con cuidado de no hacer ruido, se deslizó fuera de la cama y se dirigió al baño. Al mirarse en el espejo, notó que tenía algunas ojeras, lo cual era comprensible dada la cantidad de sucesos que habían ocurrido. Se lavó la cara y se peinó el cabello como pudo. Su cabello terminó tan esponjoso que parecía cubrir toda su cabeza. Trato de arreglarlo y aunque no lo consiguió como tal, ya no se veía como antes. Una vez lista, salió del baño. Jannie todavía estaba dormida.
Al mirar el reloj de coco en la pared se percató de que eran las seis cuarenta. Las clases comenzaban a las ocho y veinte minutos, lo que le daba tiempo a los estudiantes para desayunar, y terminaban a las cuatro treinta. Aria se vistió con el uniforme y salió de la habitación. Todavía no empezaban las clases por lo que tenía tiempo de explorar un poco la academia. En su mundo, jamás hubiera imaginado que usaría un uniforme que no fuera el militar de su país, ni mucho menos que estaría en una academia.
Sus pensamientos se dirigieron hacia su familia y sintió un profundo anhelo por su madre, su padre y su hermano menor, Matías. Matías era un niño revoltoso de tan solo cinco años, pero había sido extremadamente cariñoso con ella, especialmente en los últimos meses cuando atravesaba por un momento difícil. Aria valoraba profundamente el tiempo que había pasado con su hermano pequeño. Lo miraba con esa mirada inocente y llena de confianza que solo los niños tienen, lo cual la hacía sentir orgullosa de ser su hermana mayor y de haber estado ahí cuando más lo necesitaba.
Salió hacia el pasto donde no muy lejos se veía la entrada hacia un bosque. Mientras caminaba entre la vegetación, podía sentir la frescura del aire y el suave susurro de las hojas. Era como si el bosque la recibiera, invitándola a descubrir sus secretos. A medida que exploraba, su mente se llenaba de interrogantes. ¿Qué criaturas habitaban en ese bosque? ¿Qué maravillas y peligros se ocultaban entre sus árboles? Aria anhelaba aprender y comprender más sobre este nuevo mundo que se abría ante ella. Sin embargo, se encontró con un profesor que le explicó que la entrada al bosque era en horas de la tarde y que debía ser por la entrada principal, la cual quedaba junto a las fuentes de agua cristalina, a unos diez minutos de distancia.
Frunciendo el ceño, Aria empezó a caminar hacia la entrada. Ahora tenía que ir al comedor, pero no sabía ni siquiera dónde estaba. Su primer día de clases en un lugar donde no conocía a nadie, no era algo lindo. Se sentía como una extraña en medio de un lugar desconocido, y comenzaba a sentirse realmente incómoda, casi hasta angustiada, por el hecho de no tener con quién interactuar. Sus pensamientos se negaban a permanecer calmados y empezó a sentir pánico.
— Cálmate, Aria— Se dijo a sí misma —. Todo estará… Bien.
Comenzó a caminar por el pasillo con las mejores intenciones y le pidió a su miedo que no le ganara el combate. Mientras caminaba, observó a un grupo de chicos que le generó confianza por lo que caminó hacia ellos. Entre ellos destacaba uno en particular. Tenía el cabello castaño, y parecía ser muy carismático y amable, era muy alto y sus ojos, de un bello color miel, comenzaron a mirarla con curiosidad. Ella se acercó al grupo, sintiéndose incómoda por interrumpir su conversación de esa manera. Sin embargo, el chico que había llamado su atención, la miró y le regaló una sonrisa.
— Hola, ¿Eres nueva? Nunca te había visto por aquí — preguntó amablemente y con una pizca de curiosidad puesto a que nunca la había visto por ese lugar. Aria asintió sintiéndose menos nerviosa por la actitud del chico hacia ella.
— Eh, sí. De hecho, es mi primer día. Me encuentro buscando el comedor, pero no sé a dónde debo ir. Este lugar es inmenso.
— No te preocupes — dijo con una pequeña sonrisa—. Este lugar puede parecer grande y confuso, pero si me encantaría guiarte. Por cierto, me llamo Wilder, ¿Y tú cómo te llamas?
— Soy Aria. Es un gusto conocerte, Wilder. Y te lo agradecería un montón.
Wilder se despidió de sus amigos mientras ellos observaban a Aria de arriba abajo. Wilder la acompañó al comedor, donde los alumnos se encontraban reunidos para desayunar. Al mirar a su alrededor, Aria hizo una mueca de disgusto al notar que había pequeños ojos volando por todas partes. Esos ojos voladores eran diminutas criaturas mágicas del tamaño de la palma de la mano. Tenían cuerpos esféricos y suaves, cubiertos de pelaje brillante en colores vivos como azul, rosa y verde. Sus grandes ojos expresivos no tenían pestañas y podían cambiar de color según su estado de ánimo, mostrando tonalidades vibrantes cuando estaban felices y tonos suaves cuando estaban tranquilos. También tenían alas transparentes y delicadas, adornadas con patrones iridiscentes que brillaban mientras volaban ágilmente en el aire.
— ¿Qué diablos son esas cosas? — La mueca de desagradó se hizo más fuerte en ella cuando uno de los ojos, voló a su lado.
— Son "Spheroles”. Fueron traídos por la profesora Eva para que vigilarán el comportamientos de los estudiantes. Viven mayormente en los bosques y selvas, pero bueno, aquí están.
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Editado: 17.01.2024