El director de la academia se encontraba en una encrucijada. Por mucho que intentara dar con el paradero de aquellas criaturas de calor, no lograba encontrar algo que pudiera servirle. Estaba irritado y un tanto molesto. Diane a su lado, observaba el gesto fruncido del director.
— Quizás el Parlamento Mágico podría tener alguna idea de dónde están ellos. Te sugiero que vayas con ellos — propuso Diane, provocando una mirada de desconfianza por parte del director —. Tienen archivos sobre todas las especies que viven en la tierra, incluyendo sus costumbres y hábitats. Sería lo mejor que hagas, Hazel.
— Diane, sabes que si voy con ellos, me harían un sinfín de preguntas. No puedo revelarles lo que está pasando con Irina. Sería un caos total.
— ¿Entonces qué planeas hacer?
— No lo sé todavía, Diane. Estoy muy frustrado por todo esto.
— Hazel, sabes muy bien que si Irina regresa, lo primero que hará es buscarte a ti. Tu hija alberga mucho odio en su interior — Hazel colocó sus manos sobre la mesa, mostrando los múltiples anillos de plata que llevaba consigo, como protección contra sedientos vampiros. Aunque su mirada lucía tranquila, en su interior albergaba angustia. Después de lo ocurrido hace diecisiete años, cuando su hija fue asesinada, no podía evitar que el terror de esas palabras siguiera atormentándolo.
— No permitiré que Irina vuelva a la vida… haré hasta lo imposible por impedir esa maldición. ¿Me acompañarias a Secuela?
— Pero… ¿Aquella ciudad no se encuentra al otro lado del mundo?
— Si, tal vez sea un poco lejos, pero en los volcanes de Secuela debe albergar aunque sea un Blazefire. Es un volcán extremadamente caliente.
— ¿Y Aria? Deberíamos llevarla por si encontramos algo.
— No, todavía no. Además, no tenemos el permiso de sus padres para llevarla a ese lugar. Es muy peligroso para ella. Es mejor que se quede en Aureum, sin enterarse de nada todavía.
Al mismo tiempo, Aria se apresuraba hacia los gemelos, quienes se encontraban mirando una vieja pintura en la pared. Junto a ellos se encontraban Aiden quien estaba agachado, tomando muestras que le servirían para su investigación de Aureum, y detrás de él se encontraba Elara quien permanecía inmóvil, con los brazos cruzados. Su gesto estaba ligeramente fruncido. Se notaba mucho que se encontraba molesta, y su molestia aumentó cuando vio a Han y Aria salir del mismo cuarto. Ella se acercó a Han y comenzó a inundarlo de preguntas que él no hacía el mínimo esfuerzo de responder, sólo podía tener los ojos puestos en Aria quien se encontraba nerviosa, mirando de un lado a otro e intentando responder bien las preguntas de Aiden.
Después de unos minutos, todos comenzaron a caminar hacia la salida de la estación de tren subterráneo. Han y Aria se miraban de vez en cuando, y Elara notando esas miradas no podía evitar sentirse triste y se preguntaba internamente que tenía Aria que ella no. Han no parecía ponerle atención a su molestia ni a la conversación que ella intentaba establecer. Se sentía como un bicho raro.
Al llegar al pueblo, Aureum, Aria no pudo evitar sentirse emocionada. Aunque ya había pasado por el pueblo, aquella parte no la conocía. Era increíblemente maravillosa. Con calles empedradas y edificios antiguos, el pueblo tenía una atmósfera mística que envolvía a residentes y visitantes por igual. Los comercios locales ofrecían productos mágicos únicos y los lugareños compartían fascinantes historias sobre los orígenes de la academia y las maravillas presenciadas a lo largo de los años. La mirada de Aria se paseaba por cada rincón, sorprendida por la increíble magia que rodeaba al pueblo.
Aiden entró en una tienda donde vendían caramelos con formas sumamente extrañas.
—¡Vaya! Estás aquí de nuevo, Aiden. ¿En qué puedo ayudarte? — la mujer sonrió al joven, su sonrisa era amable y la tienda olía a chocolate, especias y caramelos. Aiden observó a su alrededor y notó una gran cantidad de tarjetas en la pared, como si la tienda también fuera una tienda de regalos.
— Estoy buscando algo para mi amiga Aria, ven aquí — Aria frunció el ceño y entró en la tienda —. Señora Carmelia, ella es mi mejor amiga de toda la vida, Aria. Puede que tenga un aspecto descuidado, pero es una persona encantadora... hasta cierto punto — al terminar de decir eso, recibió un pequeño golpe en el brazo por parte de Aria —. ¿Ven lo que digo? Siempre que puede, se atreve a golpearme como si fuera una bolsa de patatas — hizo un falso gesto de lloriqueo.
— Hola, mi niña. Soy Carmelia. Aiden siempre viene aquí para comerse todos los dulces de la tienda. Es un caso perdido, pero así lo quiero — Ella negó de un lado al otro, viendo a Aiden, quien se encontraba metiendo dulces en sus pantalones —. ¿Quieres un dulce? Te mostraré cuál es el favorito de Aiden. Sígueme. Aiden, tú cuida la tienda y no te comas nada. Te conozco muy bien. Eres un glotón tremendo.
La tienda de golosinas de Carmelia era visualmente maravillosa. Había cestas de cacahuetes de todos los colores y sabores, cajas de dulces colgando del techo, cajas y cajas de caramelos, bombones, cerezas rellenas y una gran variedad de productos de regalo. El aroma dulce de la comida y el chocolate era casi embriagador. En una pequeña mesa se encontraba una muestra de helado de vainilla bien frío.
La tienda estaba construida con piedra y madera de color marrón oscuro. Los estantes estaban repletos de productos y apenas podían soportar su peso. Algunos estaban inclinados, como si las cajas se estuvieran rindiendo, pero todo se mantenía en su lugar gracias a la magia. Algunos estantes estaban cubiertos con cajas de madera de color negro y letras doradas. Había una decoración de regalos que se colgaba del techo y unos pequeños ventiladores que giraban suavemente.
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Editado: 17.01.2024