En las profundidades del abismo, donde la oscuridad era tan densa que parecía absorber toda la luz, Astaroth, uno de los príncipes de la oscuridad, caminaba con una gracia letal.
Su belleza era un engaño cruel, una máscara que ocultaba su verdadera naturaleza. Sus ojos eran abismos de sombra, brillando con una malevolencia gélida, mientras su piel pálida contrastaba con la negrura absoluta de su entorno. Cada paso que daba parecía resonar con un eco de poder y crueldad.
Fue en una de sus incursiones a los límites del reino oscuro donde Astaroth encontró un objeto de poder incalculable. Oculto entre las ruinas de un antiguo templo olvidado, un artefacto antiguo y misterioso yacía esperando ser descubierto.
Era un talismán hecho de cristal oscuro, pulsante con una energía arcana que prometía acceso a los secretos más profundos del universo.
Astaroth lo tomó en sus manos, sintiendo cómo la energía del artefacto se entrelazaba con su esencia, susurrándole promesas de conquista y dominio.
Con el talismán en su poder, Astaroth podía abrir portales que conectaban el abismo con el cielo. La posibilidad de invadir el reino celestial, esclavizar a los arcángeles y exterminar a los ángeles llenaba su mente de visiones de gloria y destrucción.
Este era el arma que necesitaban para desatar una guerra feroz, una batalla final que inclinaría la balanza del poder a favor de la oscuridad.
Luzbel, el ángel caído que había encontrado un extraño equilibrio entre el amor y la oscuridad, fue convocado a la presencia de Astaroth.
Su corazón latía con inquietud mientras se adentraba en el palacio de sombras, un laberinto de columnas y arcos que parecían susurrar secretos inconfesables. Al entrar en la cámara del trono, sus ojos se encontraron con los de Astaroth, cuyo semblante era una mezcla de belleza y terror.
— Luzbel — dijo Astaroth, su voz como el murmullo del viento a través de un cementerio olvidado — He encontrado algo que cambiará el curso de nuestra guerra. Con este talismán, podemos invadir el cielo.
Luzbel escuchaba en silencio, su mente envuelta en un torbellino de pensamientos y emociones. Sabía lo que implicaba esta revelación. Sabía que su amor por Gabriel, un amor que había crecido en los rincones más secretos del universo, estaba ahora en peligro.
Pero más aún, sabía que su propia posición y alianza dentro de la jerarquía oscura dependían de su lealtad a Astaroth y los otros príncipes de la oscuridad.
Astaroth se acercó, sus ojos fijos en los de Luzbel, una sonrisa pérfida jugando en sus labios.
—Necesito que hagas algo por mí, Luzbel. Gabriel es un obstáculo. Él no debe interferir.
El aire se volvió denso, cargado con una tensión palpable. Luzbel sintió cómo su mundo se desmoronaba en silencio.
— ¿Qué quieres que haga? — preguntó, aunque en el fondo ya conocía la respuesta.
— Debes neutralizarlo — respondió Astaroth, su voz apenas un susurro — Enciérralo donde no pueda escapar. Sólo así podremos proceder sin impedimentos, ya que ese arcangel es el único que puede deambular por él abismo a placer.
Luzbel se encontró en un dilema desgarrador, una lucha interna que retorcía su corazón y su alma. Traicionar a Gabriel significaba romper el vínculo más puro y verdadero que había conocido.
Pero negarse a Astaroth significaba perder su lugar y su poder en el abismo, convirtiéndose en un paria tanto en la oscuridad como en la luz.
Finalmente, en un acto de desesperación y autoconservación, Luzbel aceptó. Los días siguientes fueron un tormento, cada momento al lado de Gabriel era una mezcla de amor y culpa.
El día en que debía ejecutar el plan, Luzbel llevó a Gabriel a un lugar nuevo, prometiéndole un sitio donde su amor florecería sin restricciones.
Al llegar, Luzbel activó el portal hacia la prisión dimensional. Gabriel, inicialmente sorprendido, fue arrojado hacia el abismo oscuro.
En ese instante, la máscara de Luzbel se quebró, su expresión de amor se transformó en una mueca de dolor y traición. Sus alas, que habían brillado con un rojo apasionado, se tornaron negras, reflejando la sombra que ahora envolvía su corazón.
Mientras Gabriel caía, su mirada se cruzó con la de Luzbel, llena de incredulidad y desesperación.
— ¿Por qué? — fue todo lo que pudo susurrar antes de desaparecer en la oscuridad.
Luzbel sintió cómo su alma se desgarraba, un grito silencioso que resonó en los confines de su ser. Había traicionado al único ser que había amado verdaderamente, y aunque había cumplido con su deber hacia Astaroth, el precio era una herida que nunca sanaría.
Observó el portal cerrarse, y con él, la luz de su corazón se desvaneció, dejando solo una sombra oscura y vacía.
Así comenzó la caída de Gabriel, y con ella, el inicio de una guerra que pondría a prueba los límites de la luz y la oscuridad, del amor y la traición.