Asmodeo se preparó para su ascenso al cielo, sabiendo que su misión en la Tierra aún no había terminado, pero sintiendo que su presencia era urgente en la patria celestial. Antes de partir, se volvió hacia Daniel, su semblante grave y determinado.
-Todos en el cielo están alertas - aseguró Asmodeo, sus palabras cargadas de una certeza que iluminó brevemente la desesperación en los ojos de Daniel - No estás solo en esto.
Con un último vistazo, Asmodeo desplegó sus alas, vastas y brillantes como la promesa del amanecer, y ascendió. El aire a su alrededor se tornó vibrante, resonando con un canto ancestral que sólo los ángeles podían escuchar.
Mientras se elevaba, el paisaje terrenal se desdibujaba bajo él, convirtiéndose en una paleta de colores difusos que pronto se disiparon en la brillantez etérea del cielo.
Al cruzar el umbral celestial, fue recibido por una luz resplandeciente, pura y envolvente, que abrazaba su ser con una calidez infinita.
El hogar de los ángeles era un vasto dominio de paz y armonía, donde las melodías divinas flotaban en el aire como pétalos en una brisa suave. Asmodeo avanzó por los pasillos de mármol blanco y oro, su corazón un tamborileo constante de preocupación y propósito.
Finalmente, llegó al atrio principal, donde Rafael, el sanador del cielo, lo esperaba. La figura de Rafael emanaba una luz suave y reconfortante, sus ojos reflejaban la sabiduría y la compasión de eones de servicio divino.
-Asmodeo, ¿qué noticias traes? -preguntó Rafael, su voz un murmullo de hojas acariciadas por el viento.
-Rafael, traigo un mensaje cargado de dolor y esperanza -respondió Asmodeo, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto-. Gabriel está en una oscura prisión, encadenado por su propio amado, Luzbel.
El rostro de Rafael palideció, su luz habitual opacada por la sombra del sufrimiento. Sus rosadas alas, que normalmente descansaban majestuosas a su espalda, se encogieron ligeramente, como si reflejaran la tristeza que invadía su ser. Un gemido silencioso escapó de sus labios, apenas perceptible, pero cargado de una angustia profunda.
-Gabriel... mi hermano -susurró Rafael, cerrando los ojos como si al hacerlo pudiera bloquear el dolor que laceraba su alma - ¿Cómo pudo Luzbel hacerle esto? ¿Qué oscuridad tan profunda ha tomado su corazón?
Asmodeo puso una mano reconfortante sobre el hombro de Rafael, intentando infundirle fuerza.
-No podemos permitir que el amor se convierta en una cadena de sufrimiento - dijo Asmodeo, su voz firme pero llena de compasión - Debemos actuar. Daniel ya está en movimiento, y no podemos fallar ahora.
Mientras en el cielo los ángeles tramaban planes y estrategias, en la Tierra, Daniel seguía su búsqueda incansable. Su corazón latía con la fuerza de mil tambores, cada pulsación una promesa de rescate y redención.
Cada paso que daba lo acercaba más a la dimensión oscura donde Gabriel estaba atrapado. La entrada a esa prisión era un enigma envuelto en sombras, un secreto guardado por el mismo tejido de la realidad.
Finalmente, después de lo que parecieron eones de búsqueda, Daniel se encontró frente a una antigua ruina, olvidada por el tiempo y oculta a los ojos del mundo.
La entrada a la prisión de Gabriel estaba allí, marcada por runas ancestrales que brillaban con una luz sombría. Daniel sintió un escalofrío recorrer su columna, una mezcla de temor y determinación.
-Gabriel, estoy aquí -murmuró, sus palabras un juramento grabado en el aire.
Al mismo tiempo, en un aeropuerto distante, un avión aterrizaba suavemente en la pista. Ian, con el rostro marcado por la tensión y la incertidumbre, descendió del avión.
A su lado, la figura serena y poderosa de Azrael, el ángel de la muerte, lo guiaba con una calma solemne. Ian sabía que su vida estaba a punto de cambiar de formas que apenas podía comprender.
Sus padres, ocupados con sus propios asuntos en el extranjero, habían decidido que lo mejor para él era quedarse con su tía, la nueva esposa de su padre y tía de Daniel. Esta decisión, aparentemente mundana, estaba imbuida de un destino que aún no se revelaba por completo a Ian.
-Confía en el camino, joven Ian -dijo Azrael, su voz tan suave como el susurro de la brisa nocturna - El destino tiene planes para ti, más grandes de lo que puedes imaginar.
Ian miró al ángel con una mezcla de asombro y aceptación. Sabía que su llegada aquí no era un accidente, sino una parte de un tapiz mayor que aún no podía ver en su totalidad.
Daniel, ahora frente a la entrada de la prisión dimensión, tomó una profunda respiración, preparándose para lo que sabía sería una confrontación titánica.
La entrada estaba envuelta en una neblina densa y oscura, como si la misma esencia de la desesperación intentara disuadirlo. Pero su determinación era una llama inextinguible, brillando con la intensidad del amor y la lealtad.
Mientras Ian bajaba del avión, una nueva oleada de propósito lo llenó. Azrael le habló de la conexión que tenía con Daniel y del rol crucial que desempeñaría en los eventos por venir. Ian, aunque joven e inexperto, sintió un despertar en su interior, una fuerza que no sabía que poseía hasta el momento.
La escena estaba preparada. En un rincón del mundo, Daniel estaba a punto de adentrarse en las profundidades de la prisión oscura para salvar a Gabriel.
En otro lugar, Ian, guiado por Azrael, comenzaba a entender su papel en este drama cósmico. Los caminos se entrelazaban, sus destinos entrelazados por hilos invisibles de amor, traición y esperanza.
El aire estaba cargado de anticipación, como el momento justo antes de que la tormenta estalle.
La lucha por la redención y la libertad apenas comenzaba, y todos los jugadores estaban en sus lugares, listos para enfrentarse a la oscuridad con todo lo que tenían.