Lo que más disfrutaba de cada día de trabajo era pasar por la suite presidencial e imaginarse como la mujer que siempre quiso ser. Ésa decidida, exitosa y triunfadora, capaz de devorarse el mundo en un solo bocado. Un día podía ser la mismísima dueña del hotel, otro, una gran empresaria a punto de tener una reunión en la sala de negocios de éste, o una agente de viajes en medio de un family trip para evaluar la calidad de los servicios de las habitaciones. No había límites para su imaginación.
En aquella suntuosa habitación, Lilith, casi nunca era ella misma. La madre soltera, fracasada, cuyos sueños quedaron tan truncos como su carrera a los diecinueve años, se quedaba en casa y aquella mañana no era la excepción; jugaba a ser la esposa rica de algún magnate hombre de negocios, al mismo tiempo que realizaba sus deberes como mucama.
Colocó la etiqueta de no molestar en la puerta y comenzó a cantonearse como una modelo en pasarela al meter su carrito de limpieza por el amplio pasillo que daba hacia el resto de la pieza. Sus curvas eran bien pronunciadas, a pesar de ser delgada, lo que la dejaba en muy buena posición, con una cintura pequeña y anchas caderas. También era demasiado guapa, pero ella no lo sabía, o si lo sabía, le restaba demasiada importancia. Su arreglo en general era bastante sencillo y natural, cosa que le dejaba tiempo en las mañanas para dedicarse a cosas realmente importantes, como atender a su crío y prepararle el desayuno.
Miró la cama hecha y las pertenencias del huésped esparcidas junto al escritorio, la lamparita estaba aún prendida, así que supuso que el workaholic que pagó una fortuna por una noche en aquella habitación, ni siquiera había disfrutado de la enorme cama. Mejor para ella, pues seguía intacta.
—Lo único bueno de estar casada con él —pronunció sacando una de sus múltiples vocecillas de imitación—, es esta maravillosa vista.
Corrió las cortinas y como cada mañana, la esplendorosa vista hacia el mar le provocó un enorme suspiro. Podía ver todo el hotel desde ahí, la piscina, la costa, el pequeño restaurante, donde su amiga Perla le conseguía unos deliciosos bísquets a hurtadillas, todas las tardes, y por supuesto la hilera de camastros con sombrillas junto a la pequeña playa privada. Un sueño, el hotel Rivera, era una verdadera maravilla en medio de un paradisiaco destino turístico, combinando así, la modernidad, comodidad y tecnología con la belleza natural del sitio.
—Me pondré mi traje de baño y en unos minutos estaré ahí tomando el sol —volvió a decir con esa misma voz de marioneta y un exagerado uso de monerías en el rostro, como el de las mujeres respingadas que se topaba de vez en cuando por los pasillos y rara vez le dirigían la mirada—. Solo voy a recoger un poco las cosas de este hombre y entonces podré broncearme.
Apagó la lampara de escritorio, y comenzó a apilar las hojas y folders que se encontraban en completo desorden, y luego dobló con esmero el cable del cargador de laptop para colocarlo a un lado y rociar un poco de liquido limpia cristales sobre la superficie hasta abrillantarla, para luego volver a colocar las cosas que ahí había encontrado. Todo lo hacía en automático, sin perder la concentración del papel de esposa adineraba que estaba interpretando.
—Usaré el bikini más pequeño que he traído y tal vez hasta me pueda quedar en topless. Aquí todo el mundo lo hace —agregó, aún con la voz chillona—. Solo así, podré obtener un hermoso color uniforme y tostadito.
La piel de alabastro de Lilith era hermosa, ella ni siquiera hablaba en serio, solo disfrutaba mofarse de las vanas preocupaciones de la gente que lo tenía todo en la vida. Hizo a un lado la silla reclinable y se agachó para recoger un bolígrafo caro del suelo, entonces los todos los gestos prefabricados de alguna señora rimbombante se le cayeron al piso en cuanto se encontró con un par de zapatos negros… porque, ¿qué hombre de negocios sale de su habitación sin sus zapatos bien lustrados?
Un poco alterada, trató de recomponerse y entonces se golpeó la cabeza con el vidrio del escritorio. Por su mente se cruzó la remota idea de que tal vez, había conocido al primer empresario que llevaba un par de zapatos para cada día o incluso pudo salir a hacer ejercicio con sus respectivos tenis deportivos, pero la voz detrás de su hombro le demostró en un santiamén, lo poco probable que era su teoría. El huésped seguía en la habitación.
—Bien, a mí me gustaría verla en topless, señorita —espetó una voz varonil y pausada—. Aunque debo decirle que preferiría verla así, dentro de esta habitación y no bajo el sol. Su tono de piel es perfecto.
Lilith, con mucha vergüenza y el rostro enrojecido, consiguió ponerse de pie y apenas tuvo tiempo de apreciar lo guapo que era el hombre que tenía en frente. Levantó la mirada como en cámara lenta, tardándose unos segundos extras, debido a lo alto que él era. Ojos grandes y aceitunados, cabello castaño dorado cayendo en ligeros risos sobre su frente y un bien ejercitado torso desnudo que apenas miró de reojo, estaban ante ella como el David de Miguel Ángel, solo que, gracias al cielo, éste tenía una toalla enrollada a su cintura. Concluyó en una fracción de segundo, que el huésped había estado tomando un baño mientras ella hacía el ridículo por la habitación imitando a alguien que estaba muy lejos del despojo que en realidad era con su horrible uniforme de camarista. Como si fuera posible, se sintió más abochornada.
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superacion personal, racismo y clasismo, amor sin condiciones
Editado: 02.10.2018