Jason no quiso comer su fruta en el desayuno y como si no fuera suficiente, había derramado su vaso de leche sobre la mesa, ensuciando también el piso; por lo que su madre perdió algunos valiosos minutos de su tiempo en limpiar el desastre y terminó por llegar retrasada a su trabajo.
Había trotado al menos cinco manzanas, eso gracias a que el uniforme incluía unas zapatillas deportivas muy cómodas de color blanco. Estaba exhausta, sudorosa y agitada, pero apenas ingresó al hotel, la recepcionista en turno le indicó con el dedo que debía dirigirse al salón de negocios ubicado junto al lobby. Lilith parecía vivir con la guillotina pegada a su cuello todo el tiempo, y por si fuera poco, siempre que llegaba tarde, a alguien se le había ocurrido organizar una junta matutina.
Asomó su rostro lleno de mechones pegados a la frente, mojados de sudor, hacia el enorme salón; y al ver a una completa desconocida con cara de ángel al frente, no dudó en entrar y sentarse en una de las sillas del fondo.
—¿Ven lo que les digo? —preguntó la mujer a cargo que, por alguna razón que Lilith no comprendía, solo la miraba a ella—. Nuestra imagen habla por nosotros y una primera impresión, ni que se diga. ¿Cómo se llama señorita?
Lilith tuvo el descaro, no intencional, de mirar hacia atrás pensando que no era a ella a la que hablaban, pero las risas burlescas de los demás, y la mirada fija de la rubia —que ya no parecía para nada un ángel—, sobre ella, le revelaron que, en efecto, le estaban preguntando su nombre.
—Mi no-no-nombre es Lilith —respondió nerviosa.
—¿Puedes pasar aquí adelante, por favor? —pidió la mujer.
Lilith, atemorizada, se refugió en la mirada de Perla, su única amiga, y ésta asintiendo, le indicó que debía hacer lo que la mujer pedía. Se puso de pie y tragó saliva, luego, su cerebro tardó en mandar las ordenes a su pie izquierdo y derecho para que se movieran, pero al cabo de algunos minutos, ya estaba junto a la mujer. Era joven y muy bonita, tenía el mismo color rubio oscuro de cabello que Lilith, con la única diferencia de que ella sí lo llevaba perfectamente peinado en sutiles ondas de salón de belleza, mientras que Lilith, apenas tenía un moño mal hecho sobre su cabeza. Además, la completa desconocida era muy delgada y alta, muy alta, incluso lo podía ser sin usar sus hermosos tacones de aguja del número doce. Lilith a su lado, no era más que un minion.
—¿La ven? —inquirió la mujer hacia la multitud—. Esta camarista no tuvo tiempo ni de peinarse esta mañana. Si se encontrara con alguno de nuestros huéspedes en el pasillo o en la habitación, ¿qué creen que pensaría?
Lilith no pudo evitar pensar en el chico guapo que había conocido el día anterior. ¿Qué hubiera pensado?
—Esta mujer no se preocupa por su aspecto, no se maquilla, no se peina, llega desaliñada a su trabajo, y encima de todo, tarde. ¿Creen que merece ser parte de nuestra prestigiosa cadena hotelera? —Todos guardaron un silencio sepulcral, incluso Lilith, que sin siquiera saber quién era la mujer que la estaba exhibiendo frente a todas sus compañeras, pues absolutamente todas en esa junta eran mujeres, ya se imaginaba de patitas en la calle—. ¡Por supuesto que no! Cada uno de nosotros somos la imagen de hoteles Rivera y deben preguntarse: ¿quieren verse como Lilith o quieren brindarle al huésped una imagen pulcra de responsabilidad y eficiencia?
—¿Y usted es…? —cuestionó Lilith haciéndole frente.
Todo el mundo ahogó un genuino gesto de asombro. Lilith la desenfrenada, despistada y completamente demente camarista, todavía podía sorprenderlos de vez en cuando.
—Lo importante no es quien soy, sino lo que vengo a hacer por ustedes, señoritas —respondió de lo más educada, la modelo de pasarela—. Por favor, toma asiento y sécate ese sudor de la frente —ordenó, esta vez mirando a Lilith.
Con el mismo delantal de su uniforme se secó la frente y tiró un par de mechones hacia atrás mientras caminaba de nuevo hacia los lugares vacíos del fondo del salón. La rubia, toda sonrisas y cara angelical, comenzó a hablar de la importancia que tenía en el sector hotelero, la imagen personal de cada uno de sus empleados.
—…uniformidad —puntualizó la mujer—. Y cuando digo esto, no solo me refiero a los uniformes, sino a todo el conjunto que son ustedes como parte de Hoteles Rivera. No puede venir Lilith sin una gota de maquillaje y alguna otra compañera con una apariencia emo o sombras de colores exóticos. Tenemos que buscar un equilibrio y eso lo encontramos en la neutralidad. Sí, los colores neutros como el rosa o el durazno nos quedan a todos por igual, sin importar el tono de nuestra piel. Iba a solicitar a alguna voluntaria para hacer una pequeña prueba, pero aprovechando que su compañera Lilith trae el rostro deslavado, lo haremos con ella. ¿Así viene a trabajar todos los días?
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superacion personal, racismo y clasismo, amor sin condiciones
Editado: 02.10.2018