Los encuentros entre Gabriel y Luzbel se hicieron cada vez más frecuentes. En secreto, se reunían en un claro olvidado por ambos reinos, un paraje oculto entre la espesura del bosque donde la hierba crecía alta y el viento susurraba antiguas leyendas de amor y tragedia.
El claro, bañado por una luz etérea que se filtraba a través de los árboles, parecía ser el único testigo de su amor prohibido.
Gabriel, con su bondad innata, se sentía atraído por la vulnerabilidad escondida tras la imponente fachada de Luzbel.
Este, a su vez, encontraba en Gabriel una luz que lo hacía sentir completo, una esperanza que creía haber perdido en los abismos de su alma. Cada encuentro era un desafío a las leyes de sus mundos, un juego peligroso en el que el castigo podría ser eterno. Pero a su vez aquella imvisible fuerza los atraía el uno hacia el otro restandole importancia a las consecuencias.
Una noche, bajo un cielo estrellado que parecía extenderse hasta el infinito, Gabriel tomó la mano de Luzbel y la llevó a su corazón. Los árboles susurraban suavemente al compás del viento, como si el mismo bosque alentara su unión.
— Aunque el mundo nos separe y nuestros caminos sean opuestos, mi amor por ti es eterno -susurró Gabriel, sus ojos brillando con la pureza de sus sentimientos.
Luzbel, conmovido, respondió con un beso lleno de pasión y dolor, sellando un pacto silencioso entre ambos. En ese instante, el tiempo pareció detenerse y las estrellas brillaron con mayor intensidad.
— Tu amor es la única luz que ilumina mi oscuridad — dijo Luzbel, sus ojos ardían con una mezcla de deseo y tristeza.
Se abrazaron con fuerza, sintiendo que sus corazones latían al unísono, mientras la brisa nocturna acariciaba sus rostros y las hojas caían a su alrededor, como testigos silenciosos de su unión.
Gabriel acarició el rostro de Luzbel, trazando suavemente las líneas de su mandíbula hasta llegar a sus labios, donde se encontraron nuevamente en un beso profundo y lleno de significado.
— No sé cuánto tiempo más podremos seguir encontrándonos así - murmuró Gabriel, separándose apenas unos centímetros de Luzbel. Su voz estaba cargada de preocupación, pero también de una determinación inquebrantable.
— Cada momento contigo vale cualquier precio — respondió Luzbel, sus manos aferrándose a Gabriel como si temiera perderlo en cualquier instante. -Aunque nuestra unión sea imposible, aunque los cielos y el infierno nos condenen, siempre buscaré la forma de estar a tu lado.
La luna llena los iluminaba, bañándolos en una luz plateada que parecía bendecir su amor prohibido. El claro, con su ambiente mágico y secreto, se convirtió en su refugio, un lugar donde podían ser ellos mismos sin miedo al juicio de sus respectivos mundos.
Con el pasar de las horas, hablaron de sus sueños y miedos, compartiendo risas y lágrimas. Cada palabra era un recordatorio de lo que estaba en juego, pero también un testimonio de la fuerza de su amor. Se entregaron el uno al otro en una danza de caricias y susurros, donde cada toque y cada beso eran promesas de eternidad.
Cuando el amanecer comenzó a teñir el horizonte, sabían que debían separarse nuevamente. Con un último beso, cargado de una tristeza infinita, se despidieron, prometiéndose que su próximo encuentro no tardaría en llegar.
Mientras caminaban de regreso a sus respectivos reinos, el claro se sumió en el silencio, guardando en sus entrañas el secreto de un amor que desafiaba las leyes del universo.