Gabriel cayó del Cielo durante días que se sintieron como siglos, hasta que finalmente fue arrojado en un abismo oscuro y helado. El lugar no tenía nombre, y sus características eran tan crueles como el castigo que representaba. Era un paraje desolado, donde la esperanza parecía haber sido desterrada hacía mucho tiempo.
Todo alrededor de Gabriel estaba cubierto de hielo, un vasto desierto blanco donde la nieve y el viento cortante eran sus únicos acompañantes. El paisaje era una extensión infinita de picos afilados y cavernas oscuras, cada una de ellas emitiendo un lamento que resonaba en el vacío. Las sombras se movían inquietas, como si el mismo lugar estuviera vivo y consciente de la presencia del ángel caído.
El frío no solo penetraba su piel, sino que alcanzaba lo más profundo de su alma. Las ráfagas gélidas le susurraban recuerdos de su amor perdido y los momentos de felicidad que había compartido con Luzbel.
Cada copo de nieve que caía parecía una burla, recordándole el calor que había sentido cuando estaba junto a él, y la traición posterior que lo había sumido en este infierno helado.
"¿Por qué, Luzbel?" murmuraba Gabriel mientras avanzaba con dificultad. "¿Por qué decidiste traicionarnos? Éramos tan felices, compartíamos tanto... Ahora, solo me queda este desierto frío, este castigo interminable."
Día tras día, Gabriel caminaba sin rumbo en ese desierto helado. Sus pies, desnudos y ensangrentados, apenas dejaban huella en el suelo helado.
Las lágrimas se le congelaban en las mejillas antes de caer al suelo, y cada suspiro se convertía en una nube de vapor que se disipaba rápidamente en el aire glacial. Su cuerpo, una vez majestuoso y resplandeciente, comenzaba a mostrar signos de deterioro.
Las alas, antes gloriosas, ahora estaban cubiertas de escarcha y sus plumas caían una a una, dejándolo desprovisto de su antigua grandeza.
"Este lugar está absorbiendo mi esencia," pensaba Gabriel en sus momentos de lucidez. "Cada paso que doy me acerca más a la nada. ¿Es este mi destino final? ¿Ser consumido por el olvido en este abismo helado?"
El viento soplaba con una fuerza implacable, llevándose consigo cualquier rastro de humanidad que pudiera quedarle a Gabriel. Los labios del ángel, agrietados y sangrantes, murmuraban oraciones olvidadas, palabras que se perdían en el rugido del viento.
"Si tan solo pudiera volver," se decía, "si tan solo pudiera sentir el calor de nuevo, abrazar a Luzbel y entender por qué todo esto tuvo que pasar... Pero ya no soy el ángel que una vez fui. Soy una sombra de lo que era, una figura perdida en este paisaje sin fin."
Cada día que pasaba en el abismo, el cuerpo de Gabriel se debilitaba más. Sus huesos, visibles bajo la piel pálida y tensa, dolían con cada movimiento. Sus ojos, antes brillantes como estrellas, ahora estaban apagados, reflejando el vacío helado que lo rodeaba.
El tiempo se volvía indistinguible en ese lugar, donde la oscuridad y la luz eran una misma cosa. Gabriel, en su desesperación, empezó a cuestionar su propia existencia.
"¿Estoy realmente aquí? ¿O es este un sueño del que no puedo despertar? Si es así, ¿qué pecado tan grande cometí para merecer este tormento eterno?"
Pero no había respuesta. Solo el viento, la nieve y el hielo. Solo el desierto blanco y el eco de su propia voz en el vacío. Ni siquiera Luzbel podía senrirlo ya, desde que cayó a ese abismo helado toda conexión con aquellos mundos había desaparecido. Gabriel experimentó por primera vez el dolor de la intensa soledad.