En los salones dorados del Cielo, el Consejo Celestial se reunía en un círculo solemne. La atmósfera, normalmente serena y llena de luz divina, estaba cargada de una inquietud palpable. Los arcángeles, cuyas alas brillaban con la pureza de su esencia, se miraban entre sí con ojos preocupados. Miguel, el líder indiscutible del Consejo, no podía ocultar la sombra de duda que oscurecía su rostro.
— No puede ser verdad — murmuró Rafael, el sanador, su voz un susurro apenas audible — ¿Gabriel... regresando?
— Lo hemos sentido todos, Rafael — respondió Uriel, con su voz tan grave como profunda — La perturbación en el equilibrio es innegable. El Arcángel Caído ha encontrado una forma de romper sus cadenas.
Miguel golpeó la mesa de mármol con fuerza, un gesto inusual en él, conocido por su templanza y control.
— No es el mismo Gabriel que desterramos — dijo con determinación — Ha cambiado, ha sido forjado en el abismo. Debemos prepararnos para lo que está por venir.
La mención de Gabriel evocaba recuerdos dolorosos y llenaba sus corazones de temor. Habían sido ellos quienes, con pesadez en sus almas, habían votado por el destierro del arcángel más amado y a su vez el más noble de todos ellos. Ahora, enfrentaban la posibilidad de que su decisión hubiera sembrado las semillas de su propia ruina. Cada uno de ellos, en silencio, luchaba con una mezcla de culpa y pánico.
En el Infierno, Luzbel sentía una agitación similar, pero sus emociones eran un torbellino de naturaleza diferente. Desde su trono infernal, su corazón latía con una mezcla de ansiedad y esperanza. La noticia del regreso de Gabriel había reavivado en él un fuego que creía extinto. Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, ahora brillaban con una intensidad que hacía temblar a los demonios que lo rodeaban.
— Mi amado... — susurró Luzbel, apenas conteniendo la emoción en su voz — Finalmente, regresas a mí.
Belial, encadenado a su castigo, observaba a Luzbel con una mezcla de temor y envidia. Temía lo que significaría el regreso de Gabriel para el equilibrio de poder en el Infierno, pero más aún, temía la ira de Luzbel si Gabriel no volvía a sus brazos. La devoción y el anhelo en los ojos de Luzbel eran claros. Belial sabía que cualquier interferencia de su parte sería su ruina definitiva.
Mientras tanto, en los confines oscuros del abismo, Gabriel ascendía. Sus alas, una vez resplandecientes, ahora eran un torbellino de sombras y luz. Su corazón, endurecido por el sufrimiento, latía con un ritmo que desafiaba a la misma eternidad. Cada paso que daba lo acercaba a su destino, y con cada paso, sus emociones se entrelazaban en una maraña de anhelos y rencores.
Gabriel recordaba el momento de su caída, la traición de aquellos que alguna vez llamó hermanos. La amargura lo había consumido durante eones, pero ahora, en su regreso, había algo más profundo guiando sus acciones.
Sentía la urgencia de restaurar su lugar, de reescribir la historia que había sido marcada por el dolor. Pero también, sentía el inconfundible tirón de su corazón hacia Luzbel, el ser que había sido su compañero en la rebelión y su consuelo en la soledad. El único a quien seguía amando con locura.
A medida que se acercaba al límite entre el abismo y el mundo de los vivos su corazón parecìa enloquecer debido a sus emociones encontradas. Gabriel se detuvo un momento para contemplar lo que estaba a punto de desatar. Sabía que su regreso no sería bien recibido ni en el Cielo ni en el Infierno.
Los seres que ocupaban esos reinos no comprenderían el ser en que se había convertido: una entidad de luz y oscuridad, forjada en el crisol del sufrimiento y el amor traicionado.
La ansiedad lo consumía, pero era una ansiedad diferente a la de sus enemigos. Era la anticipación de un destino largamente esperado, la culminación de un viaje de redención y venganza.
Gabriel cerró los ojos y dejó que sus sentidos se abrieran al cosmos. Sentía la tensión en el Cielo, la inquietud de los arcángeles que una vez fueron sus camaradas. Sentía el anhelo ardiente de Luzbel, un faro de deseo en medio de la oscuridad infernal.
Con una profunda respiración, Gabriel extendió sus alas, sintiendo el poder acumulado en cada pluma. Era el momento de reclamar su lugar, de desafiar los órdenes divinos y demoníacos que lo habían condenado. El amor y el odio se entrelazaban en su corazón, creando una fuerza inquebrantable.
Al elevarse hacia la superficie, Gabriel dejó que su voz resonara en los confines del abismo, un grito de desafío y esperanza que resonó tanto en el Cielo como en el Infierno.
— He vuelto -declaró, su voz un trueno que sacudió los cimientos de ambos reinos — Y esta vez, no seré silenciado.
El Cielo y el Infierno se prepararon para lo que estaba por venir. El regreso del Arcángel Caído no solo marcaría el inicio de una nueva era de conflictos, sino también la posibilidad de un amor redimido en medio de la destrucción.
Gabriel, con su corazón lleno de emociones encontradas, ascendía hacia su destino, listo para enfrentar cualquier cosa que el universo le arrojara.
En el Cielo, el Consejo Celestial miraba hacia el horizonte con aprensión, sus corazones pesados por la incertidumbre. En el Infierno, Luzbel aguardaba con una mezcla de esperanza y ansiedad, sus ojos fijos en la oscuridad de la que su amado emergía.
Y así, en ese momento de tensión y expectativa, los destinos de todos los seres se entrelazaban una vez más, en una danza de luz y sombra, amor y venganza.
El regreso de Gabriel marcaría el comienzo de un nuevo capítulo en la eterna lucha entre el Cielo y el Infierno, y en su corazón, una vez más, brillaba la llama de un amor que nunca había sido olvidado.