El Cielo estaba en alerta. Los arcángeles que formaban el Consejo, aquellos mismos que habían decidido el destierro de Gabriel, sentían una presencia poderosa acercándose. Miguel, Rafael, Uriel y otros se reunieron en el gran salón celestial, listos para enfrentar lo que fuera que se avecinaba.
Gabriel irrumpió en el salón con un aura de poder helado. Sus ojos, antes llenos de compasión, ahora brillaban con una fría determinación.
— He venido a reclamar justicia — declaró, su voz resonando como un trueno en la vasta sala.
Antes de este momento, Gabriel había visitado el templo en ruinas, buscando respuestas de un anciano sabio. Este sabio, de barba larga y encanecida, con ojos que parecían contener el conocimiento de mil vidas, había escuchado pacientemente la historia de Gabriel.
— Maestro— había dicho Gabriel — he sido desterrado por amar. Mi corazón no puede aceptar la injusticia que he sufrido. ¿Cómo puedo encontrar paz en medio de tanto dolor?
El anciano lo miró con compasión y sabiduría.
— Gabriel, la justicia verdadera no siempre se encuentra en las leyes que nos gobiernan. A veces, debes mirar más allá de lo evidente y escuchar la voz de tu propio corazón. Solo enfrentando tu verdad podrás hallar el camino hacia tu redención.
Con éstas palabras resonando en su mente, Gabriel volvió al Cielo, decidido a enfrentar al Consejo y reclamar lo que consideraba injusto.
"Tenías razón viejo Maestro cuando me dijiste que las respuestas que buscaba no serían las optimas. Pero mi determinación sigue en pie. Saber sobre mí, sobre la verdad oculta entre la luz y la oscuridad, conocer cuál es mi papel en todo esto no es nada fàcil de descifrar".
Miguel, el líder del Consejo, avanzó para confrontarlo..
— Gabriel, hermano, no puedes desafiar las leyes del Cielo. Tu amor por Luzbel te condenó, y tu destierro fue la sentencia justa.
— ¿Justa dices? — repitió Gabriel, con un tono sarcástico. — ¿Justo es desterrar a alguien por amar? ¿Justo es condenarme al sufrimiento eterno por seguir los dictados de mi corazón?
Los arcángeles intercambiaron miradas, algunos con dudas, otros con firmeza. Rafael, conocido por su compasión, dio un paso adelante.
— Gabriel, entiende que estas leyes están para protegernos a todos. No puedes permitir que tu dolor te ciegue, te lo dije antes y te lo repito ahora.
Pero Gabriel no estaba dispuesto a escuchar más excusas. Sin más preámbulos, desató su poder. Una tormenta de hielo y viento surgió de sus manos, arremetiendo contra los arcángeles.
Miguel, con una expresión de resolución, alzó su espada de luz y se lanzó hacia Gabriel. "Si es batalla lo que deseas, hermano, así será."
La batalla que siguió fue feroz. Rafael intentó usar su poder curativo para calmar la furia de Gabriel, pero fue en vano.
— Hermano, por favor, no sigas este camino. No es el correcto — es suplicó, mientras su aura de sanación se disipaba ante la tormenta de Gabriel.
Uriel, con un grito de guerra, lanzó rayos de fuego celestial, pero Gabriel los desvió con una barrera de hielo impenetrable.
—¡No hay llamas que puedan quemar mi dolor! — gritó Gabriel, su voz cargada de angustia.
Cada uno de los arcángeles intentó detenerlo a su manera. Chamuel, con sus energías de amor, trató de envolver a Gabriel en un abrazo celestial, pero fue rechazado brutalmente.
—¡No puedes sanar lo que el Cielo ha roto!— bramó Gabriel.
Miguel, el más fuerte de los arcángeles, se enfrentó directamente a Gabriel. Sus espadas se cruzaron en una danza de luz y sombra, cada golpe resonando con la fuerza de mil tormentas.
— Gabriel, detente — imploró Miguel entre cada choque de espadas — No queremos destruirte. Aún hay un camino hacia la redención.
Pero Gabriel, con su corazón endurecido y su voluntad indomable, prevaleció. Desarmó a Miguel y lo arrojó al suelo, dejando claro que su poder superaba al de cualquier otro ángel y arcángel.
Con una mirada de triunfo mezclada con tristeza, Gabriel se dirigió al Consejo derrotado.
— He vencido — dijo, aunque en su voz había un rastro de desolación. — Pero la verdadera justicia aún está lejos de ser alcanzada. El amor no debería ser una condena.
En el silencio que siguió, las palabras del anciano sabio resonaron en la mente de Gabriel. Quizás, después de todo, la batalla más grande no era contra sus hermanos, sino contra el propio dolor que lo consumía por dentro.
Gabriel permanecía de pie, el salón celestial reflejando el brillo helado de su aura. Sentía la carga de su decisión, una mezcla de triunfo y pérdida. A pesar de haber derrotado a sus hermanos, una parte de él añoraba la camaradería y el amor que una vez compartieron.
Sus ojos, aunque determinados, mostraban destellos de la compasión que aún latía en algún rincón de su ser. "Hermanos ¿por qué me.hicieron esto? El amor no debería ser una condena hermanos". Pensaba Gabriel sintiendo aquel dolor atravesar su endurecido corazón.
Miguel, arrodillado y desarmado, levantó la vista hacia Gabriel. En sus ojos había una mezcla de dolor y comprensión.
— Hermano, tu fuerza es innegable, pero ¿a qué costo? ¿Te has convertido en lo que más temías? — Miguel sabía que, a pesar de todo, Gabriel seguía siendo su hermano, y la esperanza de redención no estaba completamente perdida.
Rafael, quien siempre había sido la voz de la curación y la reconciliación, sintió una profunda tristeza al ver a Gabriel tan consumido por la furia y el dolor.
— Gabriel, ¿dónde está el arcángel que conocíamos? ¿El que curaba con un toque y traía paz a las almas atormentadas? — Las lágrimas se asomaban a los ojos de Rafael, su corazón pesado por la división entre ellos.
Uriel, el guerrero de fuego, mantenía su mirada fija en Gabriel. Aunque era un arcángel de batalla, en su interior sabía que la lucha entre hermanos era la más dolorosa de todas.