La reina Letizia Agnes de Brudenell, no llegó a ese lugar por ser princesa heredera desde niña, tampoco por enamorarse del rey, mucho menos por mera casualidad o destino. Algunos se preguntan aún cómo es que se decidió.
¿Otra vez el mismo error? - gritó su madre golpeándole la mano con una regla de madera.
Letizia de 21 años, contrajo nuevamente la mano del dolor, ya tenía los nudillos rojos . Especialmente hoy estaba cometiendo más errores de los habituales, su madre creía que a gritos lograría la perfección de las notas, sin embargo, solo generaba ansiedad en su hija y todo resultaba peor. Era de lo más común este estilo de crianza, pero el ser común no significa ser correcto.
Lo siento, madre.
¿Cuántas veces más vas a decir que lo sientes? - la mujer muy enojada arrojó la regla hacia una de las ventanas, haciendo un ruido muy fuerte.
Letizia no dijo nada, solo bajó la cabeza y volvió a colocar sus manos sobre el piano, dispuesta a aguantar una ronda más de dolor y sermones.
Olvídalo, ya he tenido suficiente por hoy. Practicarás toda la noche, no hay cena para ti. Mañana tocarás esa canción y cualquier otra que yo te pida a la perfección.
Sí, madre.
Hmph, más te vale, no sabes lo que me costó arreglar este matrimonio para ti. Esfuérzate. Debes retribuir todo lo que he hecho y perdido por ti. ¿O acaso quieres que la gente diga que nuestra familia no sabe educar bien? ¿no te importa eso?
Sí me importa. Prometo lograrlo mañana.
Más te vale. - respondió su madre haciendo un gesto para que una criada que se encontraba parada en una esquina de la habitación, se acercase.
La muchacha solía ayudarla a ponerse de pie y andar, pues luego de dar a Luz a Letizia sufrió de una parálisis en la mitad del cuerpo, estuvo en cama mucho tiempo y con mucha disciplina, mejoró su condición, no obstante, hubo un límite para su progreso, desde hace muchos años no podía caminar sola, debía sostenerse de la pared o contar con asistencia de otra persona.
Letizia por su parte solo observaba mientras la criada ayudaba a su madre, desde la noche anterior no había probado bocado alguno, sentía su estómago crujir. Cuando vio que su madre dio algunos pasos, con mucho temor se atrevió a decirle algunas palabras.
Madre, por favor no sea injusta, desde anoche yo no he-
Silencio, ¿injusta? Querrás decir disciplinada. Haz lo que te dije sin protestar.
Pero yo-
Shh, a la madre no se le discute nada. Sigue en lo tuyo.
Sí... - respondió Letizia con una gran rabia en su interior.
Su madre era el tipo de persona extremadamente estricta, hermética y controladora. A veces quería odiarla con toda su alma, merecía que la odiase, pero, ¿cómo es que tenía la capacidad de llevarla tanto al infierno como al cielo? Era muy dura cuando cometía errores, pero también muy dulce y aduladora cuando hacía algo bien. Le decía que todo esto era por su bienestar, porque la amaba, es más, era dura con ella porque de verdad le importaba su hija, si le diera igual no estaría tan encima de todos sus asuntos. Aunque también destilaba frases como "por tu culpa estoy así", es tu deber hacer todo lo que digo" "no seas malagradecida" Para Letizia eran muy confusas todas las palabras y acciones de su madre, hasta a veces no sabía cómo sentirse respecto a ello; pero al final, terminaba concluyendo en que aún a pesar de todo, era su madre, había hecho mucho por ella y la amaba, aun si no lo mereciese.
Letizia pasó todo el invierno perfeccionando sus habilidades de música, canto, baile y estudiando diversas materias, debía ser una esposa digna de una de las familias más importantes del Reino, los Meyer. Era cierto que fue muy complicado lograr este acuerdo matrimonial, no tenían problemas de status o económicos, pero sí serios daños en su reputación. Letizia y su madre tenían en sus venas sangre real, lamentablemente, eran parte de las denominadas "serpientes traidoras". Si ella pudiese explicar su vida a través de un color, este sería el gris. Aunque el único arcoíris en su vida era su prima Adeline, le encantaba su compañía y que viniese a su casa, pues cuando ella estaba presente su madre se convertía en un ángel.
Llegó el día del matrimonio, sus hermanas le habían dicho a Letizia que al casarse sería finalmente feliz y libre, pues estaría fuera de las garras de su madre. Ella sabía que esto era cierto, sin embargo, algo dentro de sí la entristecía, era como si quedase un gran hoyo en su pecho.
Tuvo lugar la ceremonia, espléndida y repleta de lujos e invitados importantes. Realmente Letizia pudo sentir que comenzaría una vida nueva, una vida donde ella tendría el control total. Su esposo se comportó muy bien con ella durante toda la celebración, pero, las cosas cambiaron cuando llegó la noche y se encontraban solos en la habitación.
Seré claro, no te amo, pero tampoco te desprecio. Nos uniremos más adelante, cuando desee tener hijos. Y para tu tranquilidad, no tengo a nadie más, no te preocupes, jamás dañaría tu honor.
Esa noche, siendo ambos totalmente sinceros, acordaron no involucrarse carnalmente ni siquiera dormir juntos hasta que decidiesen tener un hijo. También estuvieron de acuerdo en llevarse cordialmente y no involucrarse con ninguna otra persona, coincidieron en que se podía ser leal y respetuoso sin necesidad de amarse. Letizia estuvo tranquila con esta decisión, aunque no fue lo que soñó, de todas formas desde que se le anunció el compromiso, no amaba a este hombre.
Pasaron 10 meses, tal como le dijeron sus hermanas, tenía una vida resuelta, libre y calmada, en teoría, la vida que toda mujer deseaba. Pero a pesar de toda la paz que la rodeaba, había un remolino en su interior, una opresión ocasional en el pecho, ella se preguntaba por qué se sentía así, cada noche buscaba la respuesta sin éxito. Algunos días estaba tan aburrida sin saber qué hacer, había estado muy acostumbrada a que otro dirigiera su vida, ella no tenía idea de cómo vivir por sí misma. Su madre le enviaba cartas y visitaba ocasionalmente, a veces le sentaba bien su visita, otras veces no, porque solo la criticaba o se inmiscuía en su vida personal.
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Editado: 12.12.2021